Por Amira López Giménez y Lucía Argüello
Colaboración: Martina Molina y Santiago Bertocco (4to IENM). Mía Iribas y Rocío Blanco (4to IMVA).
“Hoy, cuando los especialistas se paran en ese atrio y dirigen su mirada atenta hacia arriba, empiezan a balbucear: ‘es un estilo ecléctico’, ‘es el pasaje del estilo lombardo al gótico’, ‘es el neogótico con reminiscencias románicas’. Pero, además de todo eso, también es la obra de un osado que mezcló estilos y saberes en lo que pudo terminar como una bizarría cualquiera y, en cambio, se convirtió en una genialidad que sigue siendo admirada por generaciones de cordobeses y turistas que la visitan”.
Las palabras son de Gerardo Ghioldi Ferrari (publicadas en el libro “Qué bello que es vivir”, de la arquitecta italiana Liliana Pittarello) y hablan de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, más conocida como “Los Capuchinos”, una de las obras más icónicas de su abuelo, Augusto César Ferrari.
De profesión arquitecto, pero de corazón artista, este italiano devenido argentino dejó su impronta en obras de gran belleza. Aunque trabajó principalmente en Córdoba y Buenos Aires, podría decirse que fue Villa Allende su escenario privilegiado, ciudad donde no solo levantó la Iglesia Nuestra Señora del Carmen, sino también una decena de casonas de estilos muy diversos.
En las últimas semanas, una de ellas se convirtió en noticia. Se trata del castillo San Possidonio que, tras años de descuido y fallidas propuestas comerciales, se convertirá en la primera sucursal cordobesa de Croque Madame, una cadena de cafeterías bonaerense que se caracteriza por combinar cultura y entorno natural en locaciones especiales, como clubes, museos y edificios históricos.
Un artista audaz
Gerardo describe a su abuelo como una persona de estatura pequeña, delgada y con barba pelirroja. Era apasionado, resiliente y creativo, un artista que vivía inmerso en sus creaciones. De cuerpo vital y ágil, trepaba los andamios de las obras a gran altura y vestía siempre de camisa blanca, cuello duro y un cigarrito Avanti entre los dedos que acompañaba sus ademanes.

Nació en San Possidonio, un pueblo rural cerca de Módena, el 31 de agosto de 1871. Fue abandonado por sus padres al nacer y pasó mucho tiempo en un orfanato hasta que una humilde familia del norte de Italia lo acogió. A los 18 años, su padre biológico lo reconoció y decidió pagarle los estudios de arquitectura. Pero su verdadera pasión eran el dibujo y la pintura, así que ni bien le entregó el título a su padre, ingresó a la Academia Albertina de Bellas Artes, una de las más prestigiosas de la época.
En Italia, Ferrari colaboró con su maestro Giacomo Grosso en varios panoramas (pinturas amplias dispuestas en forma circular para recorrer de a pie). A los 43 años, decidió cruzar el charco con destino a Argentina. Llegó en 1914, dejando atrás una Europa convulsionada por la pobreza y el inicio de la Primera Guerra Mundial. Aquí se encontró con otra crisis económica, que lo llevó a trabajar para los monjes capuchinos.
Así conoció al padre Juan de Ansoain, “un párroco increíble y loco al mismo tiempo”, como lo describe Gerardo. “Él es quien tienta a don Augusto para hacer una iglesia monumental en Córdoba, la ciudad con el patrimonio religioso más importante de Latinoamérica”, explicó el nieto de Ferrari.
El encuentro entre don Augusto y el padre Juan fue clave, dos mentes distintivas que no temieron darle un toque diferente a una ciudad marcada por el estilo colonial. Así, decidieron hacer una iglesia que combinó neogótico, romántico y bizantino, cuyos grandes cimientos espantaron a los vecinos del incipiente barrio de Nueva Córdoba. La construcción duró varios años, inició en 1928 y solo la primera etapa se inauguró en 1933.
Los Capuchinos fue una de las primeras grandes obras de hormigón armado del país. Foto Fundación Ferrari (25/4/1929). Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en la actualidad. Foto gentileza quien corresponda.
Su legado en Sierras Chicas
“Cuando el calor de la ciudad lo agotó, decidió irse a Villa Allende, que en ese tiempo era un ambiente más rural, donde las familias acomodadas de Córdoba acudían a jugar al golf. Don Augusto compra unos lotes y comienza a construir una serie de casas que terminan siendo emblemáticas”, detalló Ghioldi Ferrari.
La primera fue Las Columnas (una de las menos conocidas ya que se ubica en un pasaje poco transitado) y luego siguió San Possidonio, ese castillo medieval en miniatura que quedó como una especie de homenaje a su pueblo natal y una antítesis de la pobreza que vivió su creador.
Las Columnas, la primera casona de Ferrar en Villa Allende. Foto Fundación Ferrrari. Se encuentra donde la calle Rivadavia cruza el Arroyo Saldán. Foto L. Argüello/El Milenio.
“En la familia siempre nos preguntamos por qué un castillo. Creo que cuando era chico y pobre, don Augusto debe haber visto castillos espectaculares en el norte de Italia y habrá dicho ‘algún día construiré uno’. Era una persona que hacía realidad sus sueños”, reflexionó su nieto.
Paralelamente, por encargo del padre Gastón Vergonjeanne, comienza a construir la Iglesia Nuestra Señora del Carmen (que inspeccionó personalmente hasta los 90 años) y, a fines de 1931, se suma la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes, en Unquillo.
En el medio, erigió las casonas Arroyo Seco, La Calandria, San Francisco, El Grillo, La Cigarra, Santa Teresita y La Golondrina (que, ubicadas casi todas sobre Av. del Carmen, constituyen el llamado Paseo Ferrari). A estas se suma San Leonardo, en Agua de Oro, actualmente un hotel y restaurante donde funciona un centro de interpretación de la obra del arquitecto-artista.
“Muchos italianos como mi abuelo trajeron su bagaje arquitectónico y artístico para darle otra impronta a una ciudad colonial española. Sumaron riqueza y belleza a Córdoba y creo que su legado es monumental”. Gerardo Ghioldi Ferrari.
Universidad de oficios
Con todo, Augusto Ferrari proyectó y soñó aún más obras de las que pudo concretar (incluyendo, entre muchas otras ideas, una iglesia para Río Ceballos). “Su pasión era dibujar proyectos, más allá de que los pudiera realizar o no, era la conexión con su mundo”, apuntó Gerardo, quien se ha abocado a rescatar la memoria de su abuelo.
“Era muy estricto. El hombre miraba la pared de la iglesia de Villa Allende (con un solo ojo, ya que la visión del otro la había perdido en un disturbio durante la Semana Trágica de 1919) y decía ‘tírenla que está mal encuadrada’. Y los laburantes iban, la tiraban y la volvían a hacer”, contó a modo de anécdota.

Pero al mismo tiempo, don Augusto era conocido y querido por ser generoso, por brindar trabajo y por compartir los saberes de su labor. “Tuvo el don de capacitar a simples albañiles y convertirlos en artistas, dueños de los secretos de oficios que se van perdiendo con las nuevas técnicas constructivas”, escribe Gerardo en el libro de Liliana Pittarello y ejemplifica con el caso de Humberto Heredia, que “pasó de ser peón aprendiz a maestro universitario”.
La historia se repite con muchas familias de la capital y de Sierras Chicas, la mayoría provenientes de Italia. Desde Villa Allende, los hermanos Deon (Emilio, Atilio y Alejandro y sus descendientes) participaron en Los Capuchinos, en la Iglesia del Carmen y en la de Lourdes. Se trata de una familia histórica de la Villa que traspasó los conocimientos de viejas técnicas de generación en generación.
“Cuando le pregunté a don Ángel Deon cuánto tiempo había trabajado en la Iglesia de Villa Allende, me respondió que prácticamente toda la vida. Recuerda que los moldes de las columnas y el rosetón los trajo mi abuelo y que a las columnas no se las pintaba, se les ponía óxido de hierro en la mezcla para darles distintos tonos”, detalló Gerardo.
“Al ver las vidas de los Righetti, los Pelli, los Ramacciotti, los Heredia y los Deon podemos entender que las iglesias que construyó Ferrari fueron y serán una auténtica universidad de los oficios”, concluye Gerardo Ferrari en el libro mencionado.
Un castillo en las sierras

De todas las casonas construidas por Augusto Ferrari, quizás sea San Possidonio (“el castillo”) la más llamativa. Emplazado en la margen del río, al lado del ex anfiteatro (por donde antaño pasaba el ramal del tren que se dirigía a la cantera), fue un lugar de veraneo para la familia del artista.

El muro de piedra de 1,5 metros de espesor en la base del edificio lo ayudó a sobrevivir muchas inundaciones, incluyendo la de 2015. Foto L. Argüello/El Milenio.
“Lo que más le interesaba a don Augusto era el diseño arquitectónico externo, porque lo cierto es que, como vivienda, es bastante incómoda. Tiene cinco pisos y la cocina queda abajo, había una especie de ascensor para subir la comida al comedor. Las escaleras en general son demenciales, escaleras caracol muy finitas. Él era chiquito y hacía las casas a su diseño”, explicó su nieto.
En 1956, San Possidonio fue adquirido por la familia Balagué y muchos recuerdan el hostal de Poupée que funcionó durante varios años en el lugar. Aunque sufrió el embate de diversas inundaciones, gracias a la fortaleza de sus cimientos, siempre se mantuvo en pie.
“El castillo tiene una construcción en su base llamada ‘muro de dique’. En la inundación de 1939, un vecino corrió gritando ‘¡Ferrari, Ferrari! ¡Viene la crecida, se va a llevar puesto el castillo! Y don Augusto, muy tranquilo, le dijo ‘a Ferrari no se le caen las casas con inundaciones’. Y así fue, llegó la pared de agua y barro arrasando con todo, golpeó contra el muro y siguió su camino. En 2015 sucedió lo mismo, aunque obviamente se inundó la planta baja, que es como un subsuelo”, relató Gerardo.
Croque Madame, una apuesta que revitaliza
En los últimos tiempos, San Possidonio fue pasando de mano en mano, cayendo lentamente en el abandono. El 2021 sin embargo trajo una nueva propuesta para el icónico espacio. Se trata de Croque Madame, una cadena de cafeterías y restaurantes de impronta cultural nacida en Buenos Aires.

“Cuando recibimos el castillo, notamos que su estructura está muy bien hecha, como toda obra de Ferrari, pero sí venía muy vandalizado y abandonado. Lo que estamos haciendo ahora es una puesta en valor, recuperando todo lo que ya está en él y acomodándolo para que vuelva a salir a flote, acorde a lo que era en 1935”, indicó Ana Benavídez, gerenta de la sucursal.
“Para rescatar una obra cualquiera y mantenerla a lo largo de los años, tiene que haber una serie de acciones a todo nivel. Por un lado, la recuperación de la memoria de su autor y quienes trabajaron en ella, por otro la responsabilidad del poder político de proteger el patrimonio mediante ordenanzas, y, por último, la inversión privada”, señaló Gerardo Ghioldi Ferrari y celebró la llegada de Croque Madame al castillo: “A nuestra familia le daba mucha pena el estado de abandono en que se encontraba”.
“Cuando alquilamos este lugar, no sabíamos quién era Ferrari. Nos sorprendió desde el primer día y nos fuimos metiendo cada vez más en su historia. Me dijeron que iba a ser un viaje de ida y realmente así es”. Ana Benavídez.
Desde la firma esperan que el espacio también sirva para exponer obras artísticas y buscan acompañar la propuesta con una revalorización del entorno (incluyendo el ex anfiteatro y el sector del Arroyo Saldán que abarca). La inauguración está prevista para octubre y anhelan contar con la presencia de la familia Ferrari, incluyendo a Susana (91), madre de Gerardo y única hija sobreviviente de Augusto.