La canoa se direcciona con la pala, pero cada canoísta tiene una técnica diferente para orientar su navegación. En otras palabras, los palistas tienen su propia manera de avanzar, un enfoque particular, como Ariel Atamañuk, cuya técnica personal le permite navegar sin cambiar de brazo, ahorrando tiempo. El despegue inicial es otra de sus fortalezas y es capaz de poner en juego un gran impulso de arranque.
Aunque el talento y el entrenamiento son factores ineludibles de su crecimiento, la clave está en su mentalidad. Se podría decir que el canoísta es un ejemplo extraño y admirable de cómo la perspectiva puede transformar una situación adversa en una oportunidad.
Mucho antes de ser el orgullo argentino que pronto representará al país en los Juegos Paralímpicos de Tokio, Atamañuk fue protagonista de un siniestro vial mientras trabajaba como gendarme durante la terrible inundación que afectó a Sierras Chicas en 2015. Era uno de los choferes del equipo y aquel fatídico día de febrero manejaba un colectivo con sus compañeros a bordo, cuando un camión se cruzó de carril dirigiéndose directamente hacia ellos.
En milésimas de segundo, Ariel decidió poner su vida en riesgo con tal de intentar salvar a sus compañeros. Con su maniobra evitó una tragedia de dimensiones mucho mayores, pero perdió las dos piernas y un amigo, el cabo José Olmedo.
Atamañuk se despertó días más tarde en el hospital. Su esposa había vuelto de África, donde participaba en una misión como gendarme, para estar a su lado y comunicarle la noticia con dolor y frontalidad. Ariel lloró al escuchar que sus piernas ya no estaban, pero al rato decidió pedirle a su mujer una hamburguesa completa y un jugo de frutas. “Tenía un hambre tremenda”, recuerda el oriundo de Misiones, cuya mente ya empezaba a asimilar la situación con un ánimo casi imposible.

Lo cierto es que Atamañuk no nació para permanecer en una cama. Una fuerza extraordinaria lo ayudó a levantarse y a darse cuenta que, lo que él mismo hoy llama “su segunda vida”, recién comenzaba. “Decidí ser optimista y aceptar lo que me tocó. Las piernas no me iban a volver a crecer, pero estaba vivo. Mi luz se podría haber apagado el día del accidente, pero no fue así. Tuve una segunda oportunidad y decidí aprovecharla”, afirma en su diálogo con El Milenio.
Un bote a tierra
Si algo llama la atención desde el primer contacto con Ariel Atamañuk es su espíritu. Pertenece a ese puñado de personas que tiene el poder de cambiar la energía de su entorno, incluso a través de una videollamada. Aunque según el atleta, no siempre fue así.
“Yo creo que mi manera de ver las cosas cambió muchísimo. Siempre quise hacer todo al máximo nivel posible, pero estaba demasiado enfrascado. Mi mundo giraba en torno al trabajo y el accidente me hizo notar que había otra vida ahí afuera”, comenta Ariel.
En Jesús María, la ciudad de la que fue vecino durante un largo tiempo, encontró enormes muestras de cariño, que aún hoy recuerda con gratitud. “Antes del accidente, yo no sabía quiénes eran mis vecinos. Empecé a disfrutar lo cotidiano, la vida social y los vínculos de otra manera”, explica.

Su estructura se recompuso a base de un esfuerzo descomunal, pero encontró en el canotaje la pieza que faltaba para emprender su nueva aventura. En una exhibición de juegos adaptados, Ariel se detuvo a ver el trabajo en kayak de personas con diferentes discapacidades. Viviana, su esposa, pudo percibir rápidamente el interés de Ariel y se acercó al profesor para comentárselo.
El contacto con la naturaleza fue lo primero que atrajo a Atamañuk del canotaje. Su acercamiento inicial al deporte fue en Carlos Paz, de la mano de uno de los formadores más notables y experimentados de Argentina, Oscar Quiroga.
Las mañanas en el lago se convirtieron en un enorme cable a tierra para el cabo primero de gendarmería y su lazo con la disciplina se volvió cada vez más fuerte. “La sensación que me genera el agua la asocio con el ir para adelante, viendo hacia donde estoy avanzando sin mirar para atrás. Es eso lo que me hizo sentir identificado con la idea de seguir empujando con todas mis fuerzas”, destaca Ariel.

Aunque el sentimiento de pertenencia fue inmediato, nunca imaginó el inmenso viaje que le depararía el deporte. Hoy en día, Ariel Atamañuk viene de ganarse un lugar entre los diez clasificados a los Juegos Olímpicos, tanto en kayak como en canoa, tras una serie de actuaciones históricas que lo llenan de ilusión y expectativa hacia el futuro.
El Milenio: ¿Cómo fueron tus comienzos a nivel competitivo?
Ariel Atamañuk: A los seis meses de subirme por primera vez a una canoa, entrenando dos veces por semana, llegué a participar de un mundial en República Checa. Mis tiempos bajaron en un lapso corto y pude medirme a nivel internacional muy rápido, aunque claramente todavía no estaba ni cerca de los mejores.
Con el tiempo fui ganando confianza y participé de mi segundo mundial de paracanotaje, en Portugal. Si bien volví a mejorar mis marcas, lo cierto es que los demás competidores habían mejorado mucho más que yo.
EM: ¿Qué conclusiones sacaste de esas primeras experiencias a tan alto nivel?
AA: En ese momento hice un clic, me di cuenta que aspiraba a más. Hablé con el entrenador nacional, Alejandro Druziuk, y me dijo que con gusto me recibía, pero que tenía que ir a Buenos Aires, donde tendría a disposición la pista nacional de remo y canotaje, además de las embarcaciones. Mi esposa me dio su apoyo en todo momento, incluso si teníamos que pedir el traslado e ir a vivir a Buenos Aires para lograrlo.
EM: ¿Pudiste asimilar rápidamente esa transición?
AA: Sí, fue una decisión bastante rápida, como lo viene siendo todo lo que me ha sucedido con el deporte. En enero de 2019 emprendí mi camino a Buenos Aires y en agosto ya se disputaba el primer mundial clasificatorio para los Juegos Olímpicos de Tokio.
La vara se puso muy alta desde el principio y el tiempo escaseaba, así que fueron dos meses de entrenar en doble turno. Logré bajar diez segundos mis tiempos en las prácticas. En el mundial de ese año quedé a siete centésimas de la cima (aunque siete centésimas pueden separar a muchos competidores en estos deportes). Además, ese mismo 2019 fui campeón en kayak y subcampeón en canoa en los juegos panamericanos de San Pablo, Brasil.
Por suerte en mi trabajo siempre recibí un gran apoyo. Adaptaron mis actividades para que pudiera ser útil al equipo y, al mismo tiempo, entrenar y darle vuelo a mi carrera deportiva.
EM: ¿Cómo te tomaste el aislamiento?
AA: Quizás muchos atletas se hayan visto perjudicados por el contexto actual, pero en mi caso este tiempo me dio un margen para seguir creciendo deportivamente. Necesitaba muchas horas de entrenamiento, porque mi categoría es muy rápida, incluso compito contra atletas que tienen una pierna completa. También conté con un simulador de kayak y otros elementos para practicar desde casa cuando no podía salir a andar en pista, así que fue beneficioso.

EM: El hecho de competir contra rivales con una sola amputación, ¿lo vivís como una desventaja?
AA: No. Existen diferencias de físico entre cada uno de nosotros, pero yo no soy de detenerme a pensar en todo lo que me falta. En cualquier aspecto de la vida, si uno se queda con lo que no tiene y lo que sí tiene el otro comparado a uno, no es posible ir hacia ningún lado. Sé que ante algunos tengo ventaja y ante otros no, pero tengo unas ganas de ir para adelante tremendas, y la pandemia no hizo más que convencerme de que mi objetivo era más fuerte que el aislamiento.
EM: Clasificar a un Juego Olímpico es un logro increíble, aunque vos lo ves como parte del proceso. ¿Por qué?
AA: Porque cuando las cosas no resultaron como quise, redoblé esfuerzos, complementando un entrenamiento muy duro con un plan de alimentación estricto. Varios me dijeron que lo que había logrado era increíble o impensado, pero yo siento que no.
Siento que corrí muchas veces la carrera en mi cabeza mientras entrenaba, emulando lo mejor posible lo que debía ser mi rendimiento en competencia. Me lo imaginé tantas veces, que cuando llegué al punto de largada estaba más confiado que nunca. Me sentí tranquilo y preparado, incluso sabía que, si algo fallaba, iba a seguir entrenando con la misma ilusión.
EM: ¿Cómo viviste el proceso de clasificación, con tantas carreras en tan poco tiempo?
AA: Fue bastante difícil. En kayak pude entrar tercero en la primera carrera, lo que me permitió pasar a la semifinal, donde sabía que iba a estar la pelea más fuerte. Uno de mis competidores era un italiano, número dos del mundo, así que una estrategia podía ser intentar aguantar su ritmo. Al final pude lograr un segundo puesto a una velocidad muy buena.
Así entré a la final del torneo clasificatorio. Ya en el vestuario, recibí una sorpresa inesperada. Estaba pensando que en un par de horas tenía que competir con la canoa, cuando aparece mi entrenador y me dice que habíamos entrado a los juegos olímpicos con la clasificación de recién. Ocurrió que los que tenía por delante eran dos kayakistas del mismo país, y sólo podían tener un representante en las olimpiadas. Sentí que me sacaba una mochila enorme de encima, había cumplido mi objetivo.

EM: ¿Lo más divertido vino después?
AA: Se podría decir que sí. Mi entrenador me hizo un paneo claro de quiénes eran mis competidores en canoa. El esquema estratégico era más o menos el mismo que habíamos aplicado con el kayak, pero yo quería pasar directo de la primera carrera a la final. Para lograrlo mi única opción era salir primero, entre nueve competidores.
Sentía que me quedaba poca nafta y tenía que quemar todo en dos carreras, no en tres. Era un riesgo. Mi entrenador me dijo que pruebe en los primeros cien metros, y si pasado ese tramo me encontraba cerca, podía seguir apostando a terminar primero gastando todo el tanque.
A los cien metros, en medio del frenesí, escuchaba su voz diciéndome que siga dándole el máximo. Yo no entendía si estaba puntero o si sólo estaba en el pelotón de punta, pero puse todo de mí y lo conseguí. Fueron 200 metros en 52 segundos, una locura. Entré con la canoa cruzada y el último aliento, pero salí primero.
EM: ¿Con qué objetivo vas a Tokio?
AA: Voy sin presión, no busco un puesto específico sino más bien tener una buena participación y disfrutar los Juegos Olímpicos. Me encantaría poder darle una alegría a Argentina en el medallero, pero lo que busco es quedar vacío, entregar todo lo que vengo trabajando. Entreno y compito para mejorar. No busco el oro, busco dar todo.
Hoy disfruto del entrenamiento mucho más que antes. Tolero el cansancio. En un solo ciclo de cuatro años pude meterme en la máxima competencia, así que esto ya es muchísimo. Voy a empujar con todas mis fuerzas. Este es mi primer juego olímpico, y si bien la carrera técnicamente es la misma, el entorno va a ser muy especial.