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El otro Belgrano

En el bicentenario de su paso a la inmortalidad y en conmemoración de un nuevo Día de la Bandera, el reconocido escritor, político e historiador, Esteban Dómina profundizó en la necesidad de “humanizar” a aquellos próceres que lucharon por la independencia y además reveló datos inéditos acerca de quién fue realmente uno de los padres de la Patria.

Colaboración:

Pedro Cuervo y Francisco Periales

4to Año, Instituto Educativo Nuevo Milenio Unquillo

Melania Visintini y Gianna Crucianelli

4to Año, Instituto Milenio Villa Allende

Lucía Argüello y Amira López Giménez.


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A 250 años de su nacimiento y a 200 de su muerte, el Gobierno Nacional determinó el 2020 como el “Año del General Manuel Belgrano”, con el propósito de resaltar su actuación pública en el proceso de las luchas por la emancipación. Aunque a primera instancia, su legado más destacado fue la creación de la bandera, hoy es reconocido como un padre de la Patria, una figura cuyo rol fue clave para la construcción de la argentinidad.

Sin embargo ¿Cuánto se conoce de la intimidad de estos personajes? ¿Quiénes fueron más allá de los seres de bronce que se exhiben en la escuela y las calles? Esteban Dómina propone la otra mirada, la que excede los manuales y transgrede el concepto virtuoso. “El relato tradicional presentaba a los próceres como infalibles, cero defecto, pero en realidad no era así, eran personas de carne y hueso, mortales, con sentimientos, éxitos y fracasos, que se ilusionaban, decepcionaban y la remaban”, explica el político, escritor y fanático historiador oriundo de Las Varillas.


Diversas fuentes indican que Belgrano era más bien rubio, de tez clara y ojos azulados. Así lo retrató recientemente el artista y diseñador Ramiro Ghigliazza. Foto gentileza.


Para Dómina, no sólo es importante adentrarse en las circunstancias históricas que rodean a los hitos de nuestra patria, sino también “asomarse a ver cómo eran” sus protagonistas. “Eso los acerca. Presentarlos como siempre se hizo los convierte en seres remotos e inalcanzables, cuando deberíamos imitarlos. Obviamente no les vamos a llegar ni a los talones, pero nos vendría muy bien una dosis ‘belgraniana’, de ese legado moral, ético, de compromiso, desprendimiento y altruismo que nos dejó”, apunta.

Si bien es muy reconocido el papel de Belgrano en acontecimientos fundamentales como la Revolución de Mayo o el Éxodo Jujeño, su “matiz diferencial” se vislumbra en otros hechos más ignotos, como su “disruptiva idea” de instaurar una monarquía constitucional, coronando a un príncipe inca. A fin de cuentas, detrás de toda su historia, encontramos a un hombre que tenía todo para “ser un ganador”, en palabras de Dómina, y decidió renunciar a sus comodidades para consagrarse “a una causa azarosa, como la guerra, y a una patria en ciernes”.

El Milenio: ¿Cómo se explica que esos próceres que recibieron una educación con mucha influencia española llegaran a identificarse con un país que ni siquiera era tal en ese momento?

Esteban Dómina: En el caso de Belgrano, es importante recordar que él estaba estudiando en España cuando se produjo la Revolución Francesa, entonces tomó contacto con todas esas ideas libertarias del iluminismo. Él regresa a su patria con esos conceptos, esa semilla, aunque la patria era el Virreinato y él mismo ejercía como funcionario colonial en la Secretaría del Real Consulado.

El asunto es que ya estaba dando vueltas la idea de la independencia y Belgrano formaba parte de un núcleo que tenía la vista puesta en esa dirección, junto a otros personajes de la época como Nicolás Rodríguez Peña, Juan José Paso, Domingo French, Antonio Luis Beruti y otros que solían reunirse en la jabonería de Hipólito Vieytes.

Este fue el núcleo duro que promovió la Revolución de Mayo en 1810, cuando se alinearon los planetas y las circunstancias políticas (con el rey Fernando VII cautivo en manos de Napoleón Bonaparte) favorecieron la causa patriota. Belgrano tuvo una enorme importancia en ese momento histórico y en la larga saga del proceso independentista que vino después.


En diversas oportunidades, el historiador visitó las instalaciones del Instituto Milenio Villa Allende. Foto A. López/El Milenio.


EM: ¿Qué papel tuvo el Éxodo Jujeño en su carrera?

ED: Después de que fracasara la primera expedición al Alto Perú (actual Bolivia), que era el territorio caliente de la guerra, a Belgrano lo mandan a hacerse cargo del Ejército del Norte, que venía de la derrota de Huaqui, en Jujuy.

Allí se encontró con un grupo de soldados desarmados, desmoralizados y con muchas bajas. Él se da cuenta que en esas condiciones no podía enfrentar la invasión realista que bajaba por la Quebrada de Humahuaca. Entonces decide replegarse al sur, dejando tierra arrasada tras sus pasos.

Fue una epopeya, un momento altamente épico en la historia argentina, porque toda esa gente abandonó sus casas y sus bienes, llevando lo poco que podían cargar y destruyendo todo lo demás para que justamente el enemigo no pudiese encontrar nada que le fuese útil.

Esto habla de un compromiso muy fuerte con la causa, tanto del pueblo como del ejército. Algunos se resistieron, sobre todo las clases altas que tenían connivencia con los españoles; pero eran una minoría.

Lo importante es que se pudo concretar tal como Belgrano lo concibió y dio sus frutos, porque después, en Tucumán, obtuvo una gran victoria que permitió revertir el curso de los acontecimientos, el 24 de septiembre de 1812.

EM: ¿Por qué considerás que su propuesta de instaurar una monarquía a cargo de un príncipe inca no prosperó?

ED: Plantear una monarquía constitucional era algo muy “apropiado” para la época. Recordemos que en Europa estaba gobernada por monarquías y, para colmo, absolutas. El único experimento republicano era Estados Unidos, “la joven república”, creada en 1776.

Lo que pasa es que, en lugar de traer un noble europeo (como muchos proponían), Belgrano hizo un planteo totalmente disruptivo: coronar a un príncipe inca. Esto causó sorpresa en algunos y rechazo en otros, pero también despertó la inmediata adhesión de, por ejemplo, San Martín, porque significaba recuperar el linaje de los pueblos originarios y romper con esa idea de “cambiar de amo”.

Belgrano y San Martín compartían las mismas ideas. Ellos querían sobrevolar los conflictos internos, las mezquindades y las ambiciones personales en aras de la unión que se necesitaba para vencer al verdadero enemigo, que era España. La idea de un rey inca no prosperó, era demasiado revolucionaria, pero fue muy importante desde el punto de vista simbólico.

Dómina publicó más de 15 libros históricos, entre ellos “Belgrano a corazón abierto”.

EM: ¿Qué mitos o desconocimientos frecuentes existen en torno a la figura de Belgrano?

ED: En primer lugar, él era descendiente de italianos (su papá, Domingo Belgrano Peri, venía de la Liguria), o sea que no era morocho, sino más bien rubio, de ojos celestes. Además, tenía una importante formación, era culto y hablaba varios idiomas.

Más allá de esta confusión con su apariencia, creo que lo que menos se conoce son los aspectos personales o privados de los próceres, su vida íntima. Él muere soltero en 1820, con 50 años. Cabe preguntarse por qué no formó familia, cuando la mayoría de sus contemporáneos lo hicieron.

Aún así, tuvo dos hijos naturales (un varón y una nena). El varón, Pedro Pablo, lo tuvo con María Josefa Ezcurra y fue adoptado por su cuñado, Juan Manuel de Rosas, marido de Encarnación Ezcurra. Varios años después de la muerte de Belgrano, Rosas le cuenta al joven Pedro quién era su padre y, a partir de allí, él comienza a firmar como Pedro Rosas y Belgrano.

La niña que tuvo con Dolores Helguero Liendo (a la que nombraron Manuela Mónica del Corazón de Jesús), nació un año antes de su muerte, el 4 de mayo de 1819. Aunque no pudo compartir mucho tiempo con ella, dejó precisas instrucciones a su familia en su testamento para que la cuidaran y se ocuparan de su formación. Estos aspectos poco conocidos de la intimidad de Belgrano son, en definitiva, los que le confieren humanidad al personaje.

EM: ¿Cómo se fue diluyendo su rol en la historia, hasta morir en el olvido y la pobreza?

ED: En 1816, Belgrano queda al mando del Ejército del Norte, que estaba replegado en Tucumán como retaguardia, ya que la defensa de las invasiones realistas del Alto Perú estaba a cargo de Martín Miguel de Güemes y sus valientes gauchos, o sea que ya tenía un rol más pasivo.

Para colmo, el gobierno porteño lo manda a defender sus tierras del asedio de los caudillos del Litoral, con quienes estaban involucrados en una guerra interna. Esto acelera la crisis y la decepción que llevan a Belgrano a su muerte, porque él, al igual que San Martín, repudiaba desgastar energías y derramar sangre en luchas entre hermanos.

Esa última etapa de su vida es muy complicada. El Gobierno nacional había caído, porque los caudillos se impusieron en esa guerra interior. El mismo día que Belgrano fallece, el 20 de junio, la provincia de Buenos Aires tenía tres gobernadores. Eso habla de la enorme crisis política que desdibujó su muerte, la cual pasó prácticamente desapercibida. Así fue como Belgrano terminó triste y solitario al final de su vida.


“En la Argentina del 2020 nos vendría muy bien un baño de los valores de Belgrano como su ética, moral, principios, patriotismo y compromiso”. Foto L. Argüello/El Milenio


EM: ¿Cómo se gestó su reivindicación?

ED: A medida que se fue normalizando y estabilizando lo que hoy es la República Argentina, se valoró el enorme aporte que Belgrano había hecho en esa primera hora de la Patria. Así, felizmente, hoy está en lo más alto del podio de los próceres.

Fue un proceso gradual que tuvo un gran impulso cuando Bartolomé Mitre escribió la historia de San Martín y Belgrano, reuniendo testimonios, evidencias y toda la información que había en su tiempo para plasmar una semblanza de estas dos piezas básicas del relato histórico argentino.

En 1902 se exhumaron los restos de Belgrano que estaban en la Iglesia de Santo Domingo y se trasladaron a un mausoleo en Buenos Aires. En 1938 se estableció el Día de la Bandera en homenaje a fallecimiento de su creador y en 1957 se construyó ese formidable monumento en Rosario, a orillas del Paraná. Con el paso del tiempo se fue consolidando la importancia de Belgrano, casi a la par de San Martín.

EM: ¿Qué significa la promesa a la bandera que los estudiantes hacen en cuarto grado? ¿Se vincula con el interés de Belgrano por la educación?

ED: Es un momento de alto valor simbólico, porque significa el compromiso de uno con la Patria, pero es una pena que Belgrano no haya podido desarrollar sus ideas progresistas con respecto a la educación.

Después de las batallas de Tucumán y Salta, le dieron una recompensa económica muy importante y él destinó todo el dinero a la construcción de cuatro escuelas en el medio de ese monte remoto donde se libraba la guerra. Tardaron un montón de años en hacerse, pero él mismo, de puño y letra, escribió el reglamento de esas escuelas.

El compromiso de Belgrano con la enseñanza era muy importante. Y no era un tema que estuviese en agenda, con semejante contexto de guerra y conflicto. Sin embargo, él tenía claro que la mejor herramienta para promover la igualdad y el progreso de los pueblos, era la educación.

EM: ¿Considerás que actualmente hay un rol activo del Estado en el reconocimiento de nuestros próceres?

ED: Creo que se avanzó mucho en el conocimiento público, sobre todo gracias al acceso a la información que brindan las nuevas tecnologías. Se ha mejorado la construcción del relato, aunque éste sigue revelando el problema crónico de nuestra joven nación, cuyos 200 años de historia muestran más conflictos y divisiones que espíritu de unidad.

La grieta fue y es un fenómeno muy negativo para esta tierra. A veces pareciera que está en nuestro genoma, pero algún día tendríamos que ser capaces de ponernos de acuerdo y tirar para el mismo lado en lugar de desgastarnos en enfrentamientos inútiles y estériles. Argentina es un país con muchas capacidades, virtudes y potencialidades y, hoy en día, son esas divisiones las que están frenando su despegue.


Esta nota forma parte de la Edición Impresa de Periódico El Milenio 268.

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