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El rey de los deportes

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Víctor Esteban tiene el fuego que hace falta para transmitir el ajedrez de generación en generación. El profesor y árbitro internacional explica que se trata de una disciplina “transversal a todo” y, aunque tiene un nivel de competencia feroz, también es el juego más popular e inclusivo a nivel mundial.

Colaboración: Macarena Córdova y Paloma Pen (4to IENM). Santiago Ferrero y Thiago Gatti (4to IMVA).


El ajedrez es uno de los juegos más antiguos de la historia y, al mismo tiempo, uno de los menos respetados como deporte. De hecho, su reconocimiento como tal por parte del Comité Olímpico Internacional llegó recién en el año 2000, en vísperas de los Juegos Olímpicos de Sidney.

Víctor Esteban, vecino de Unquillo durante muchos años, no solo reivindica el valor deportivo del ajedrez, sino que va un paso más allá y afirma que es el “rey de los deportes”. “Si vos mejorás en el ajedrez, mejorás en todo lo demás, ni hablar en la estrategia deportiva. Así como te volvés mejor jugador de básquet, te volvés mejor docente o mejor médico. Todo lo que uno vive en la vida es transmutable a lo que sucede en el tablero”, explica el ajedrecista sobre la transversalidad de esta disciplina.

Víctor es jugador, profesor nacional y árbitro internacional de ajedrez. Sus títulos y experiencia lo preceden, pero cuando habla del juego parece un niño, que, a pesar de haber analizado el arte del tablero desde todas las posiciones posibles, conserva el mismo entusiasmo que cuando movió un peón por primera vez.


El Milenio: ¿Dónde comienza tu interés por el ajedrez?

Víctor Esteban: Yo siempre fui, y todavía soy, una persona pensante. Me gusta mucho todo lo que sea mental. Mi papá tuvo que dejar la escuela a una edad muy temprana, en la primaria, tras la muerte de su propio padre. A él le quedó esa espina y siempre quiso que yo estudiara. 

Era albañil y me decía que, si no quería sacar callos en los dedos, tenía que encontrar un lugar donde pudiera darle valor a mi cabeza. Mi padre sólo sabía jugar a la escoba de quince, pero siempre se preocupó por ponernos a todos en contacto con juegos como el ludo o los rompecabezas. A mis ocho años, trajo un juego de ajedrez a casa. 

Ahí comencé a probar, aunque me dediqué con un poco más de profundidad a partir de los 15 años, durante el apogeo de Bobby Fischer. Él fue una especie de “llamador”, era un ajedrecista fuera de serie y representó en esta disciplina lo que Guillermo Vilas en el tenis o Manu Ginóbili en el básquet para cualquier argentino.

EM: Si tuvieras que nombrar un momento que te convirtió en el ajedrecista y formador que sos hoy, ¿cuál sería?

VE: Me resulta difícil elegir uno solo. Un momento fue en mi juventud cuando recibíamos los diarios en casa y nos contaban sobre el boom de Bobby Fischer. Yo quería saber de qué se trataba esa magia. Fui a la casa de un amigo y me presentó a su padre, que organizaba torneos y era jugador de ajedrez. Él me enseñó algunos trucos y ese fue un momento importante para mí.

Otro recuerdo determinante que tengo fue el comienzo de la facultad. Me anoté para jugar al ajedrez en la universidad y conocí al famoso Héctor Luis “el Avión” González. No sé si llegó a ser un gran jugador, pero fue el mejor dirigente de ajedrez que tuvo Córdoba. Organizó torneos con más de 600 jugadores, lo cual en el momento era irrepetible. Juntaba 600 jugadores aficionados, porque tenía una gran virtud en su manera de explicar el juego y transmitírselo a cualquiera.

EM: ¿Por qué cuesta tanto definir al ajedrez como deporte y valorizar su entrenamiento como en cualquier otra disciplina?

VE: En el caso de nuestro país probablemente tenga que ver con que el deporte se asocia únicamente al juego físico. Pero yendo a la práctica y destreza que requiere, es realmente muy complejo. Para jugar a un nivel de elite internacional, necesitás entre 6 y 12 horas de entrenamiento diarias.

Es uno de los deportes más practicados del planeta y el coeficiente intelectual de los grandes de esta disciplina es tremendo. Estadísticamente la competencia es feroz, calculemos que, en Rusia e India, por citar países con enorme cantidad de población, el deporte principal no es el fútbol y se juega ajedrez en todos lados.

Es popular y desde mí óptica no hay juego más inclusivo que este. Hay para todos los gustos, incluso conozco alemanes que juegan con tableros flotantes y en otras culturas se juega a ciegas.

EM:  Si tuvieras que elegir una pieza por fuera de la reina para darle volumen o sorpresa a tu juego, ¿cuál elegirías?       

VE: Es una pregunta difícil, porque, aunque no parezca, el ajedrez es un juego de equipo. Nosotros somos los directores o directoras, lo manejamos desde arriba, con la gran ventaja de que los jugadores siempre hacen caso. Elijo al peón, porque de la nada puede convertirse en reina. Pero para qué individualizar, si se trata de un juego de equipo.

EM: A la hora de enseñar, ¿qué puntos son los más importantes para vos?

VE: Lo primero es entender que el tablero es un reflejo nuestro, eso resulta clave. Tenemos que arrancar por lo básico, lo rudimentario. Una vez que el alumno sabe cómo se pueden mover las piezas, el resto empieza a pasar por la lectura del docente, la empatía que tenga para detectar los detalles que necesita fortalecer el estudiante. Luego hay que darle herramientas al jugador para que pueda formarse como persona. Las claves van por ahí.

EM: ¿Hay edad para el desarrollo de las destrezas mentales que se aprenden jugando?

VE: No, yo creo que depende de cada persona. El ajedrez es tan amplio que me ha tocado ver, por ejemplo, a una niña de 4 años que empezó a jugar conmigo y era capaz de derrotar a cualquiera de sus compañeros de escuela de 11 o 12 años sin despeinarse. 

También he tenido alumnos de ochenta años y han sido capaces de aprender este juego a una edad avanzada, sin ningún problema. Quizás una persona de esa edad tenga dificultades para competir con alguien de treinta, pero jugar y aprender siempre es posible.

Yo noto que este deporte ayuda a fortalecer la autoestima, de modo que lo importante pasa por los objetivos que cada uno se plantee. Quizás a un joven le interese más ganar y a un anciano divertirse.


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