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Músico del mundo

Unquillo vuelve a probar que es la cuna por excelencia de los artistas cordobeses, esta vez a través del charanguista reconocido internacionalmente, Andrés Izurieta, quien ha llevado este instrumento de origen andino desde la música tradicional argentina hasta el flamenco, con una mixtura de técnicas que hoy constituyen la clave de su estilo y su éxito. De París a las Sierras Chicas, Izurieta comparte su historia con los lectores de El Milenio.

Unquillo. Andrés Izurieta es un verdadero maestro argentino del charango. Y la expresión no es mera formalidad o alarde, ya que en el año 2012 fue reconocido con ese título por la asociación internacional “Alianza del charango”. Si ya de por sí parece una extraña especialización instrumental para un músico que hoy pasa sus días en París, más llamativo aún son las interpretaciones que Izurieta realiza con este compañero inseparable: fusiones que van desde el tradicional folclore argentino y latinoamericano o la música andina hasta el tango, el jazz y, muy particularmente, el flamenco.

Nacido en Unquillo en el seno de una familia de artistas, Andrés Izurieta empezó como tantos, tocando la guitarra de forma autodidacta a los 15 años, pero su camino lo llevó lejos como a pocos. Creador de una técnica propia y singular, ha actuado en escenarios de lo más diversos con grandes artistas como Paco de Lucía, Compay Segundo, Diego el Cigala y Jorge Cumbo, y junto a varios personajes de la escena parisina como Gotan Project, Minino Garay y Rudi Flores.

A veces le dicen “la Mona”, pero este gitano criollo, con su mata de rulos y los puños de la camisa desabrochados, no podría estar más lejos del popular personaje de los bailes cordobeses. De hablar tranquilo y sonrisa fácil, su acento refleja el nomadismo que lo impulsó a recorrer distintas partes del mundo, aunque la tonada cordobesa es como la yerba mala y, por más “aquí” que se digan en lugar de “acá”, nunca muere.

Hace unas semanas, Izurieta volvió a su tierra natal para sorprender a los cordobeses con su trabajo “De Ushuaia a Sevilla” y El Milenio aprovechó para entrevistarlo. El dato: el músico promete volver a fin de año a nuestro país para presentar su nuevo CD.



El Milenio: Hace siete años que vivís en Francia, ¿te costó adaptarte?

Andrés Izurieta: Al principio sí, muchísimo. Ellos tienen una forma de ser muy distinta a la nuestra, que somos tan cercanos. Cuando lo entendí, me empecé a desenvolver mejor, y esa manera de moverse por allá me sirvió para moverme por todo el mundo.

EM: ¿Por qué elegiste París como lugar de residencia?

AI: Grandes personalidades del mundo se desarrollaron en París, tanto artistas mundiales como artistas argentinos: Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Astor Piazzolla, Julio Cortázar, incluso nuestro gran maestro Lino Spilimbergo. París tiene como una mística artística, algo pasa ahí, no sabría explicar qué, pero yo toco para ocho personas en París y siento emociones muy grandes.

EM: ¿Sentís que allá pudiste desplegar mejor tu condición artística?

AI: Sí, y a la vez me desarrollé mucho viendo espectáculos de todo el mundo y tocando con artistas de alto nivel. Es como que uno va perdiendo sus miedos y tomando confianza al ver que está a la misma altura que los otros. Además, algo interesante que descubrí es que uno puede hacer un arte regional o universal. El folclore tocado tradicionalmente siempre va a ser regional, o sea, va a ser difícil que la gente en el mundo lo escuche. Pero hay artistas como Paco de Lucía, que si bien vienen de una música tradicional de su tierra, el flamenco en este caso, lograron hacer una música universal, que la puede escuchar cualquier persona en cualquier lugar del mundo y la va a comprender y le va a gustar. Yo estoy en esa búsqueda y París me da eso que no me daría otro lugar.

EM: Antes de llegar a París recorriste otros países, ¿qué rescatás de esos viajes?

AI: Cuando tenía 19 años me fui a viajar por el mundo de mochilero y visité más de 20 países. No era sólo un viaje geográfico sino también cultural, aparte de conocer lugares y gente, iba recopilando música y de hecho, subsistía a través de la música, sobre todo tocando en la calle. Fue muy linda esa etapa y tengo muy buenos recuerdos, pero lo más importante fue haber mamado de la fuente misma de la música venezolana, cubana, española, etc. Eso me dio las bases emocionales de lo que luego desarrollé técnicamente en mi instrumento.

EM: ¿Cómo llegó el charango a tu vida?

AI: Un amigo me invitó a tocar a Italia y como él tocaba instrumentos de viento andinos, yo me compré un charango para acompañarlo. Pero yo seguí tocando la guitarra, al charango lo tenía como segundo instrumento. La noche de año nuevo 2010-2011 yo estaba en París con unos amigos que tocaban flamenco y había una sola guitarra, la mía, que la estaba usando un amigo. Entonces saqué el charango y probé unas notas y me gustó mucho el resultado. Ahí nació la idea que después fui desarrollando. Actualmente hago parte de mi repertorio flamenco y también otros géneros en el medio.

EM: ¿Cómo definirías tu estilo?

AI: Yo tengo un estilo completamente heterodoxo, ya sea hablando del repertorio como de la técnica o de la manera de tocar. Combino distintas técnicas, algunas propias del charango pero también otras de la guitarra clásica, del jazz, de la guitarra flamenca, del laúd y del cuatro venezolano.

Como soy un autodidacta intuitivo se me hace fácil entrar en otras músicas, no tengo que recurrir a un papel, lo hago a través del oído. Eso me permite tocar con muchas personas, que es algo que te potencia mucho. Actualmente participo en proyectos de música africana, árabe, flamenca, jazz, barroca, folclore argentino y hasta música electrónica, siempre con el charango.

EM: Le das una impronta completamente nueva a todos estos géneros con el charango

AI: El charango es un instrumento que yo elegí o me eligió, no sé, pero un instrumento al fin, y a través de él, me expreso. Lo bueno del charango es que es algo de mi tierra, y cuando estoy afuera gano fuerza con eso. Digamos que soy un representante de este instrumento que es exótico por momentos, porque aunque mucha gente en el mundo lo conoce e incluso en Japón se fabrican, no es tan popular como la guitarra, el piano, etc. Entonces eso me da a mí confianza para decir “bueno, esto es un charango, así se toca”. Y a la hora de subir a un escenario, que es algo que muchas veces asusta, eso me da fuerza.



EM: Hace un rato dijiste que eras un autodidacta, ¿nunca tomaste clases o tuviste un maestro?

AI: Tomé un año de clases de guitarra con Horacio Burgos cuando tenía 18 años y eso me marcó una base, pero después me fui formando solo, escuchando y siendo mi propio maestro. Yo creo que algo fundamental en mi formación es la apertura. Cuando uno va a una academia te enseñan las cosas como son y es verdad que son así, pero el que quiera aprender de todo como yo va a tener que romper las estructuras y aprender estilo por estilo. Porque los estilos pueden contraponerse, la manera del clásico de decir una cosa, puede ser distinta a la del flamenco, o a la del folclore, o a la de la música de India.

Yo intenté romper todas esas barreras e ir tomando los géneros por lo que son cada uno, sin tratar de englobar a todos con una sola técnica, con una sola manera de aprender. Aquí en Argentina es algo difícil, porque tenemos influencia de la música latinoamericana, la estadounidense y un poco de Europa nomás. En cambio Europa, que está en el centro del mundo, tiene influencia de todas partes. Creo que eso fue también lo que enriqueció tanto a los artistas argentinos que mencioné antes, es como que en esa universalización está el secreto.

EM: A lo largo de tu trayectoria, ¿cuál fue el escenario en el cual más te gustó tocar?

AI: El escenario que viene siempre es el más importante para mí. Pero bueno, me gustó mucho tocar en el Museo del Louvre, porque es un lugar donde está guardado el arte más sublime de la historia de la humanidad y por donde pasan los mejores artistas del mundo. Ese fue un escenario importante, aunque también me sorprendieron otros como Noruega o Túnez, cada país tiene lo suyo.

EM: ¿Qué le aportan a tu carrera las presentaciones en Córdoba y, particularmente, en Sierras Chicas?

AI: Muchísimo, cuando vengo acá me encuentro con lo que soy. Yo me crie en Unquillo y siempre se dice que nadie es profeta en su tierra, entonces me genera muchísima emoción tocar aunque sea en una pequeña sala de mi lugar. Me aporta eso, saber de dónde vengo. En París tengo una visión enorme de músicos de todo el mundo y hay mucho nivel, pero allí me relaciono con la gente a través de la música, en cambio aquí soy yo mismo y la música está a un costado.

EM: Has compartido escenario con muchos artistas reconocidos, ¿cuál fue el que más te marcó?

AI: Yo diría que Paco de Lucía, el primer músico que fue considerado un genio, aun viniendo de la música popular, como yo, cuando ese título siempre se reservaba para la escuela clásica. Eso me inspira mucho. Pero cada artista me enseña algo, incluso los que no son de altísimo nivel. Aprendo de todos.

EM: ¿Cuál considerás que es tu mayor logro profesional?

AI: De lo que más orgulloso me siento es de llevar un instrumento nuestro al mundo y que se escuche y que sea valorado como un violín o cualquier otro, de poder llevar nuestros estilos argentinos a los grandes teatros del mundo y que se vea que acá también hay arte. Yo creo que mi mayor logro es ese, el desarrollo que pueda darle a la música argentina y al charango.

EM: ¿Cuál fue la mejor experiencia que tuviste como artista?

AI: Creo que la experiencia de ser un artista en sí. Lo que vos hagas en la vida es lo que te va a enseñar el mundo, ya que todo va a pasar a través de eso. Todo lo que me ha pasado en la vida ha sido a través del arte. Creo que esa fue mi gran experiencia, haber decidido y haber tenido la fuerza de elegir ser artista, porque no es fácil, tenés mucho triunfos y fracasos y siempre es una vida un poco fluctuante. Pero esa decisión y ese coraje me hicieron vivir todas las experiencias que vivo y he vivido, y aunque algunas no sean positivas, todas suman a mi carrera.

EM: Venís de una familia de artistas. Tu padre es un pintor reconocido y tenés un hermano bailarín de tango y otro guitarrista. ¿Sentís que ese legado familiar artístico te influenció?

AI: Sí, completamente. Mi papá nunca nos obligó o nos impulsó a que hagamos algo en particular, nació de nosotros solos, pero porque desde muy chicos vimos lo que era una vida artística y lo que era estar en esa frecuencia. Ya de por sí yo empecé a tocar la guitarra porque había una en casa que mi hermano había dejado cuando se fue de viaje. Todas las cosas que yo escuché de mi padre cuando hablaba del arte de las pinturas, se traducen directamente a la música, porque todas las artes quieren expresar lo mismo. El legado artístico de mi familia es fundamental en mi vocación.

EM: ¿Qué hay de Unquillo en el músico que sos hoy?

AI: Mucho. Cuando yo me concentro en mis conciertos trato de no pensar en nada. Ese es el momento donde me inspiro más, porque cuando le quiero meter la razón o digo “quiero tocar esto”, suena forzado. Entonces intento no pensar, solo tocar. Y cuando estoy en esos momentos como de meditación, se me vienen los paisajes de Unquillo, se me viene todo eso que viví cuando era chico, que es lo más puro que uno tiene siempre.


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