Colaboración: Francesca Bancalari y Samir Carrera (4to IENM). Joaquín Hadad, Facundo Uriarte y Jeremías Martinet (4to IMVA).
Natalia Costantino nació en Río Ceballos a mediados de la década del 70, en una casa donde los libros eran moneda corriente. Su abuelo paterno fue uno de los fundadores de la Biblioteca Popular Sarmiento y su madre, docente y amante de la literatura, tenía las bibliotecas del hogar repletas de textos de todo tipo.
Con el tiempo, Constantino se embarcaría en su trayecto académico, convirtiéndose en licenciada en Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba. Según ella misma relata, la formación se volvió un incentivo, un compendio de elementos que la acercaron a un saber académico y literario del que, sin embargo, realiza “un trabajo de distanciamiento” a la hora de escribir.
En ese sentido, la autora explica: “Cuando te formás en la facultad te das cuenta que, de repente, te empiezan a perseguir estos monstruos canónicos de la literatura. La formación que recibís no tiene mucho que ver con la creatividad, sino con la producción de textos más vinculados al terreno académico”.
El manejo del equilibrio entre el academicismo universitario y los fundamentos de su propio universo como escritora, no es el único desafío al que se enfrentó Natalia en lo que va de su interesante carrera. La rioceballense busca constantemente encontrar el resquicio para la inspiración, mientras se ocupa de su trabajo como docente de Lengua y Literatura, así como de sus tareas como madre.
En ese breve espacio de tiempo, Natalia ya hizo lugar para editar dos libros de poesía (“La tarde en el extremo” y “Las alegorías”), además de un ensayo publicado en Alemania bajo el título “La soledad unitiva del hombre en Playa Sola, de Alberto Girri”. Su recorrido continuó de la mano de un libro de cuentos y un poemario, hasta ubicarla de cara al lanzamiento de su primera novela.
El Milenio: “Aunque nadie lo vea” fue mayoritariamente escrita en 2012, pero recién ahora sale a la luz. ¿Por qué?
Natalia Costantino: Editar un libro hoy es una decisión cara, incluso si lo trabajás junto a una editorial independiente. Yo nunca me manejé dentro del circuito monopólico del sector editorial, todo lo contrario. Una se pregunta si es posible realizar semejante sacrificio económico y analizás si vas a tener lectores, cómo lo vas a distribuir, etc. No es fácil ser una escritora no profesionalizada.
Pero la verdad es que esa demora tuvo sus frutos, porque saltaron cosas nuevas en las últimas correcciones. Este proceso me dio tiempo a agregar un capítulo detonante a la novela, que habla de las inundaciones y tiene mucho que ver con el 15F, que para mí fue muy significativo.
EM: ¿Qué van a encontrar los lectores en esta novela?
NC: Se van a encontrar con la historia de Lucelia, cuya vida se divide en varios espacios. Uno es el interior, que tiene que ver con la escritura. Ella tiene un cuaderno y escribe, como una especie de diario, una serie de reflexiones puestas en papel.
Su vida exterior pasa por la escuela y por su casa y entre los personajes acontecen situaciones muy particulares. La protagonista conoce a una maestra que es portadora de la voz ancestral de los pueblos originarios. Entonces entra en juego toda una cosmovisión, una manera de hacer, de encarar la artesanía y el respeto por la naturaleza. Paralelamente también se van tejiendo otras cuestiones que tienen que ver con lo social, con el poder, la ambición y el individualismo.
EM: ¿Te inspirás en personas y lugares reales o son creaciones completamente ficticias?
NC: Siempre me baso en personas reales para componer personajes ficticios y, en este caso, también en un espacio real como puede ser Ñu Porá en Río Ceballos. Todo el mundo conoce al barrio con ese nombre, pero en realidad se llama Parque de Herrero.
En ese barrio, donde yo crecí, había muchas personas que se dedicaban a la herrería. Mi padre, si bien no era un profesional del rubro, fue un laburante matricero, y su padre también trabajó el metal. De modo que quizás busqué homenajear al oficio del herrero, por eso también la cuestión de la alquimia, que está muy presente en la obra.
“Siento esta novela como una herencia espiritual, relacionada a mi amor al pueblo”, resalta la autora. Foto E. Parrau / El Milenio.
EM: ¿Ese homenaje fue consciente?
NC: Los personajes te van arrastrando a su propia construcción, yo creo que esas cosas surgen inconscientemente. Fui escribiendo y en un momento me percaté de que estaba elaborando un personaje que rendía homenaje a mi padre. El taller en el que trabaja el padrastro de la protagonista de la novela, en mi imaginación, es el taller de mi padre.
EM: ¿Por qué decidiste que la historia transcurra en Río Ceballos?
NC: Elegí Río Ceballos porque mientras más vieja me pongo, más echo raíces. Esta es mi aldea por así decirlo y bueno, tenía una historia que contar y un lugar en donde plasmarlo. También es una forma de dejarle algo a mis hijas, lo siento como una herencia espiritual, relacionada a mi amor al pueblo. Es una novela muy personal.
Creo que en definitiva uno se va construyendo como sujeto en el marco de una comunidad de pertenencia y yo quería que eso tuviera un lugar en lo que escribo.
EM: ¿En qué lugar te sentís hoy como escritora?
NC: Siento que la evolución como escritora tiene que ver con un proceso interno que una hace. Es como ver en qué tipo de texto escrito dejamos plasmado el texto que llevamos dentro. De ahí surge el crecimiento, de poder decir lo que uno desea, lo que lleva en su interior, y creo que es un terreno que he sabido conquistar, aunque me haya llevado un buen tiempo.
Es todo un proceso desprenderse de esta noción de “para qué o para quién escribo”. Hoy sé que escribo porque me gusta, porque lo deseo y eso se refleja en la novela, porque hay una cuestión muy sencilla ahí, que no la tiene el ensayo, por ejemplo, que es un poco más pretencioso. Hoy siento que me convertí en una mujer sencilla y en una profesional sencilla, en el sentido de esquivar toda complicación y evitar mostrar algo que no soy. Esta obra viene de la mano de eso.