La inundación del 15 de febrero arrasó también con el sueño de alumnos del colegio Paula Albarracín de Villa Allende de crear un polideportivo alternativo, al que habían llamado “Jugarte por un mundo mejor”. Tapado hoy el predio por escombros, siguen ilusionados con la recuperación del lugar.
Por Mabel Tula | periodico@elmilenio.info
Colaboración: Malena Alverti y Pía Degiovanni. 4°A IENM
La propuesta
En noviembre de 2014, El Milenio difundió un proyecto educativo de alumnos de 6° año del colegio Paula Albarracín y del terciario del Instituto Gral. San Martín de Villa Allende, cuya intención era generar otros lugares de recreación para quienes no podían acercarse al polideportivo de la ciudad. Hasta ese momento ya habían limpiado un lote donde vecinos arrojaban basura y construyeron una cancha de fútbol; el lugar elegido fue un terreno municipal ubicado entre barrio Industrial y barrio Español.
La idea era generar una escuela de deportes que abarcara fútbol masculino y femenino, karate y también ciclismo, para aprovechar las montañas de tierra que estaban en el predio.
El proyecto era bien ambicioso, se pretendía la conformación de una comisión directiva con la participación de alumnos y adultos, con personería jurídica propia. Se solicitó la participación de vecinos entregando algo de su tiempo, mano de obra o aportes económicos, ya que había que limpiar el terreno y se necesitaban pelotas, redes, pallets, ladrillos y cemento para hacer asadores. La propuesta incluía también talleres de arte de origami y barriletes, dictados por los propios alumnos de sexto.
Para recibir comentarios, aportes o colaboración habían creado una dirección de Facebook: “Jugarte por un mundo mejor”.
Las últimas tareas tuvieron que ver con la construcción de un refugio que funcionara como biblioteca, para dictar apoyo escolar y primeros oficios como carpintería y herrería. Para estas actividades se recuperaron los vagones abandonados que se encontraban en el terreno; en uno pensaban hacer un teatro.
Los alcances y el desencanto
Mariano Maruco, docente responsable de la idea, comentó a El Milenio los alcances del proyecto: “Jugamos todos los sábados con los niños del barrio y dejamos los trenes limpios, para luego, utilizarlos para merendar; estos eran los objetivos a mediano plazo. Los objetivos a largo plazo eran que se pudieran hacer juegos para los niños, que la municipalidad aportara algún equipamiento”.
Pero en 2015, el gran diluvio que sufrimos provocó que toda la basura recolectada en las calles de Villa Allende fuera a parar a nuestro espacio, a nuestro lugar rescatado; en una semana nos encontramos con pilas y pilas de basura, barro y escombros”.
También sucedió que como el terreno estaba junto al río, se aflojaron las tierras y se hundieron los vagones del tren;meses después empleados municipales sacaron la basura pero la cancha ya no se podía usar porque quedó destruida.
Según el profesor Maruco, no hubo obstáculos para que el proyecto continúe, el problema fundamental fue la destrucción del predio por el aluvión: “Todo funcionó en un principio, porque los jóvenes se comprometieron e iban los sábados, algunos más, otros menos, pero siempre estaban ahí con mucha alegría, recolectando la basura, haciendo barriletes para los niños; el colegio aportó con pinturas y maderas para la recuperación de los vagones, hubo clases de karate, partidos de fútbol, vecinos tomando mate, tocando música. Lo único que nos desilusionó fue encontrarnos, de un día para el otro, con que todo se había venido abajo”.
El barrio Industrial tiene una población muy particular porque no lo habitan, no construyen un centro vecinal o un lugar de apropiación de los vecinos; antiguamente era un lugar de pequeñas metalúrgicas y fábricas, quizás por esto los vecinos no lo sienten como propio. A pesar de ello, el proyecto estaba comenzando a funcionar: “Un día vinieron chicos del barrio 9 de julio con un profe en colectivo, llegaron todos súper chochos, jugamos e hicimos un intercambio colectivo, tomamos la merienda y se fueron muy contentos”, recuerda Maruco.
La ilusión
Han pasado ya casi 2 años de la inundación, en los sueños de aquellos alumnos y su profesor quedaron las luces de colores para que la noche no sea tan problemática, los banquitos para sentarse, los árboles y sus sombras, la cancha y sus goles, la pequeña biblioteca en los vagones. Nada definitivo está dicho todavía, quizás con algo de gestión, voluntad y ayuda de quienes puedan y quieran recuperar la iniciativa, porque ellos todavía tienen pilas y ganas.