Colaboración:
Santiago Aguirriberri, Mateo Quiñones, Francisco Diego Dávila, Celeste Gotta Corral y Francisco Mirgone.
Instituto Educativo Nuevo Milenio e Instituto Milenio Villa Allende.
El básquet parece ser, en ocasiones, un oasis para el deporte argentino. La contracara del fútbol, el reflejo de aquello que pudimos ser y no fuimos. Sucede que el deporte que aparece en el imaginario colectivo, de la mano de gigantes de color, con vinchas excéntricas y saltos superlativos es, en Argentina, una disciplina que se recuesta en estructuras más o menos sólidas.
Los recuerdos más luminosos tienen que ver, por supuesto, con un pasado cercano y la mítica de la Generación Dorada, con nombre propio e identidad singular. No obstante, está en el germen de la Liga Nacional e incluso más atrás, la clave del sostenimiento del básquet, como un espacio que por momentos combina lo mejor de dos mundos: el amateurismo y el profesionalismo.
En esa particular y mítica mezcla, se hizo un hueco un estadounidense que llegó a Atenas de Córdoba para quedar signado en la historia. El oriundo de Florida, Estados Unidos, trae a cuestas un camino muy particular. Hijo de un trabajador de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, desde muy pequeño se acostumbró al andar nómade de su familia, viviendo en Filipinas, Francia y Japón, entre otros países.
Lejos de la carrera tradicional que es el estándar de su país de origen, Donald Jones no atravesó, como cualquiera, el básquet secundario y universitario. Jamás se convirtió en un prospecto de lotería en lo que llaman draft, haciendo alusión al show televisivo en el que las franquicias del básquet eligen a sus jugadores casi como un millonario selecciona sus joyas en un remate.
Por el contrario, Jones fue mutando, adaptándose a distintos territorios e incluso probando el básquet duro y talentoso de Puerto Rico. Mientras jugaba en Francia, recibió los insistentes llamados de Atenas en la Liga Nacional, y luego de varios diálogos, decidió armar de nuevo esa valija liviana, que lo acompañaba desde Florida, para volar a un país del que no conocía nada más que su básquet.
“Cuando decidí venir a Argentina, más allá del deporte, me puse a estudiar algo, ver cómo era el clima, la cantidad de habitantes del país, cosas así. No tenía más referencias, pero nunca me dio miedo, me encanta viajar y mi adaptación a Atenas fue fenomenal”, sostiene el ex pívot del “Griego”.
Allí logró consolidarse como referente de una soberbia escuadra verde que arrasó con el baloncesto argentino en la génesis de la Liga Nacional, inaugurada en 1984 (un año antes de la llegada de Donald Jones a nuestro país). Grandes o pequeños, fueron rindiéndose ante el poderío de Atenas que, a la larga, se convertiría en el equipo más grande de Argentina.
En aquel básquet, menos aferrado a las estadísticas y planes de juego rígidos, Donald Jones se abrió paso a base de un juego instintivo de resolución rápida. La versatilidad propia de sus recursos y capacidad atlética, le permitieron al flaco interno, desenvolverse como perimetral en ocasiones. Veloz e inteligente, le dio a Atenas una herramienta más para ese poderoso engranaje que lo llevaría a ser campeón en el año 1987.
Luego de 30 años compitiendo, se puede decir que Donald es un trabajador del básquet y que dejó la piel en cada encuentro disputado, ante los enormes del básquet porteño o en cualquier parquet astillado de barrio. La esencia es la misma y Donald lo sabe, para él el deporte no tiene límites y por eso recorre el país alternando entre clínicas y baloncesto social, al tiempo que madura en su cabeza la idea de llevar su disciplina a las cárceles.
El pasado 20 de marzo, se presentó en Mendiolaza en una jornada para llevar el básquet a niños y familias que definió como “abierta para cualquiera” y de la cual participaron los alumnos de la Escuela de Deportes Municipal y aficionados particulares.
El Milenio: ¿Cómo te introdujiste por primera vez en el básquet?
Donald Jones: Empecé a jugar porque mi hermano jugaba. Mi vida era ir detrás de él a todos lados. Un día lo acompañé a una cancha, comencé a jugar y me gustó, a pesar de que no era muy bueno. No paré de practicar y de a poco, día a día, me fui dando cuenta de que se trataba de un deporte que quería hacer a largo plazo.
EM: ¿Cuáles son los cambios más importantes que notás en la posición en la que jugabas, comparando tu época con la actualidad?
DJ: Pienso que ahora el jugador de básquet debe ser más integral. Apunta a ser más completo, porque tiene que jugar en distintas posiciones, con mayor dinámica y no quedarse tan estático en su rol. En cuanto al bote de pelota, hay un margen dentro del cual los jugadores internos tienen que mejorar aún más, adaptarse, porque en otros tiempos se jugaba mucho más físico. Se permitía un juego de mucho roce debajo del tablero.
EM: ¿Cómo analizás los cambios en la forma de jugar utilizada en la NBA, en donde ahora se apunta mucho más al juego perimetral?
DJ: Van cambiando los jugadores y por ende su forma de jugar. Creo que la NBA es un campeonato mucho más rápido, hay jugadores muy grandes y atléticos. Se ha vuelto necesario tener en cancha a basquetbolistas capaces de abrir espacios y extender las defensas para generar mayor lugar en el juego interior.
EM: ¿Qué significó tu paso por Atenas?
DJ: Creo que se trató de un grupo excelente, en un gran momento. Todos compartíamos la misma locura por salir campeones. Supimos demostrarlo ante muchos equipos sumamente poderosos de Buenos Aires y, en dos años, logramos un campeonato y un sub campeonato, que fueron muy importantes para mí.
EM: ¿Cómo ves a Atenas en la actualidad?
DJ: Honestamente lo veo muy mal al equipo. El problema tiene que ver con la falta de continuidad que presentan desde hace unos cinco años. Todo el tiempo cambian de técnico o de jugadores, entonces se vuelve difícil afianzar un plan de trabajo serio para los chicos que van creciendo en el club.
EM: ¿Con qué jugador disfrutaste más compartir cancha?
DJ: Con todos. Tuve la suerte de jugar 23 años profesionalmente y obviamente que hay jugadores mejores o más talentosos, pero esa no siempre es la clave para ganar los partidos. A mí me encantan las experiencias y eso es lo que trajo cada compañero de juego a mi vida.
EM: En este momento formás parte de distintos proyectos que incluyen clínicas y básquet social. ¿De qué se tratan y qué te generan?
DJ: Son dos proyectos un poco diferentes. Las clínicas apuntan a un público con un cierto conocimiento previo del juego, tratando de formar en cuestiones específicas y brindarles a los chicos los fundamentos de cada faceta del juego.
El básquet social es para todos, pueden ir los niños, la familia, jóvenes que no necesariamente quieran jugar profesionalmente, pero que sí quieren participar. Es un espacio de enseñanza, pero a la vez es una excusa para acercar a los chicos al deporte y pasar un buen momento.
EM: ¿Cómo te recibió la gente de Mendiolaza a la hora de presentar tu proyecto en Sierras Chicas?
DJ: Muy bien, siempre es algo sano y necesario el deporte para los chicos, los hace sentir bien. Creo que captaron el mensaje, que pasa por incluir, por hacerle sentir a los niños que no siempre se trata de ser el mejor sino de compartir. De esa manera, el básquet social es exitoso para ellos. Afortunadamente me tratan bien en todos lados. Hace poco estuve en Catamarca y pronto me toca Misiones, Entre Ríos, Santa Fe, es una gira larga pero muy interesante para mí. No hago nada de esto por obligación, para mí es un placer.
EM: ¿Cómo se financia el proyecto de las clínicas de básquet y junto a quién lo trabajás?
DJ: Estoy tratando de que esto crezca, en este momento tengo varios sponsors y hablo constantemente con las municipalidades, porque quiero que los chicos salgan de la calle y tengan otro concepto en el que pensar. Si lo hacemos de manera gratuita va a ser mucho más fácil, para que más personas se vayan sumando. En cuanto a las clínicas, trabajo junto a dos excelentes profesores.