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La memoria como motor de la fotografía

La fotógrafa Bibina Fulchieri, vecina de Mendiolaza y encargada de hacer los relevamientos visuales de las casonas históricas de la ciudad serrana.

La fotógrafa Bibiana Fulchieri, vecina de Mendiolaza y encargada de hacer los relevamientos visuales de las casonas históricas de la ciudad serrana.

Por Mirco Sartore | mircosartore@elmilenio.info

[dropcap]F[/dropcap]otógrafa profesional y comunicadora social, tiene predilección por los trabajos relacionados a la Memoria y la denuncia social. Vecina de Mendiolaza, expuso muestras en nuestro país, Alemania, Rusia, China y además fue, con menos de treinta años, parte de una muestra de mujeres fotógrafas organizada por la legendaria Annemarie Heinrich. Conocemos en esta entrevista a Bibiana Fulchieri, fotógrafa encargada de hacer los relevamientos visuales de las casonas de Mendiolaza.

El Milenio: ¿Cómo empezó en la fotografía?

Bibiana Fulchieri: Yo terminé el secundario en una época bastante movida para mal, que fue en el año ´76. Tenía una vocación sumamente definida: sabía que quería hacer fotografía  y sabía que quería trabajar en prensa. En esa época, se cerraron todas la carreras de Comunicación, menos la de Río Cuarto. Allí la carrera se llamaba Comunicación por imágenes y estaba dentro de Ciencias de la Comunicación.

Cuando estaba a la mitad de la carrera, en el año ´80, se abrió en Río Cuarto un diario que marcó un hito, que fue el Puntal. Éste tenía un sistema de impresión off-sed de muchísima definición, además, que era un diario donde se tenía la idea que el registro fotográfico tuviera una predominancia. A partir del Puntal, hubo una revolución en la fotografía y en los diarios locales. A mí esto me marcó enormemente, porque fue ver el poder que tenía la fotografía al mostrar sucesos de la realidad.

EM: ¿Qué la motivo para ser fotógrafa?

BF: Primero que nada a mí desde muy chica me movilizó mucho el tema de la Memoria. Me parecía que una de las herramientas ideales para registrar la Memoria era la misma fotografía. Más allá de eso, pensaba que era maravilloso poder comunicar con imágenes, lograr andar con la cámara y registrar, para visibilizar historias, situaciones y denunciar injusticias.

Me encantaba también hacer trabajos paralelos a lo que hacía en prensa. Entonces, empecé a hacer mis propios registros en función de intereses personales, que están fundamentalmente relacionados a la Memoria de las personas que, aún hoy, posiblemente, son invisibilizadas.

Estas tareas me llevaron a hacer recorridos muy extensos por Argentina, Bolivia y Chile. Comencé  a hacer, justamente, un trabajo sin fin, porque se me ocurrió registrar las fiestas populares de diferentes etnias de la Argentina y sus países limítrofes: empecé con el mundo andino, recorrí todo el norte argentino, visité toda la parte andina de Bolivia y volví al país  a través de la parte andina de Chile. Trabajé sobre el desierto de Atacama, con sus etnias y raíces indígenas o por el tema del desierto en sí mismo. Todo esto lo hacía en vacaciones o en momentos donde no tenía empleo y trabajaba como freelance. Con cada cosa que hacíamos por nuestra cuenta, por nuestra inquietud social, había que dar algún tipo de respuesta ante alguien, porque visibilizamos realidades tapadas o que no se querían ver.

EM: ¿Cómo continuó esa labor a lo largo de los años?

BF: Bueno, yo trabajé en Puntal durante un tiempo. Después, con la llegada de la Democracia, me llamó un equipo que se había armado para trabajar en lo que es difusión de la provincia de Córdoba. Me tuve que venir a  vivir a Córdoba. Aquí viví unos momentos maravillosos durante la primavera democrática y el destape cultural que la misma conllevó. Fui docente de la Escuela de Ciencias de la Información. Además, empecé a trabajar con distintas ONGs, como la CECOPAL, donde pude afianzar esto de la fotografía social y de denuncia. Pasé a trabajar en el diario Córdoba, que decidió en ese momento hacer el primer suplemento dominical de un diario cordobés y me nombraron como la fotógrafa del mismo.

Con el cierre de Córdoba, pasé a trabajar, en los periodos de verano, en La Voz del Interior. Y en el ´92, fui la primera fotógrafa contratada por  Página/12 Córdoba. En ese momento, comencé a ser corresponsal de revistas que yo admiraba, como Crisis y El Porteño, donde empecé a hacer reportajes con Jorge Lanata. También fui durante mucho tiempo corresponsal de la revista Gente y las otras revistas de la editorial Atlántida. O sea, tenía un espectro de medios muy amplio y diverso, hasta el punto que llegué a hacer notas para Billiken.

EM: ¿Cuáles fueron sus referentes a la hora de empezar con todo esto?

BF: Los mismos de siempre. Estaba toda la estética y toda la ética de la Agencia Magnum. Con mis disensos ahora, también considero como uno de mis referentes a Sebastião Salgado, que en su momento vino a La Plata con gente de la Magnum y el New York Times a dar un seminario, al que me invitaron y pude asistir. Esa fue la semana más gloriosa, a nivel profesional, que pasé en mi vida.

EM: ¿Cómo continuó su carrera después de eso?

BF: Ya cuando cerró Página 12/Córdoba, no tuve más trabajos en relación de dependencia. Allí, al quedar como freelance, me manejé en un territorio extraño: lo que en los medios me decían que era muy artístico, pasaba a las muestras, y lo que en estas me decían que era muy periodístico, pasaba a los medios.

En esa época, cuando decía que iba a trabajar a comunidades indígenas, la gente me miraba y me decía que en Argentina no había indígenas. Hasta cierto punto, mi trabajo fue demostrar que había pueblos originarios en la Argentina, los cuales fueron invisibilizados por el Estado mismo, desde la llamada Conquista del Desierto.

EM: ¿Cómo llegó a usted el proyecto de relevamiento de las casonas de Mendiolaza?

BF: El tema del patrimonio tuvo que ver con otros proyectos que realicé en su momento: los relevamientos de las Estancias Jesuíticas, el Camino Real del Alto Perú y de la Ruta del Esclavo Afrodescendiente en Córdoba.

El trabajo de las casonas de Mendiolaza fue algo bastante casual: llegó a mí mientras yo trabajaba sobre una nota acerca la colaboración entre los municipios de la zona y las cooperativas. Mientras la hacía, le pregunté a la gente de la municipalidad de Mendiolaza si había sido aprobada la ordenanza sobre el patrimonio municipal y me dijeron que hacía dos años que ya lo estaba. Les dije si tenían fotos, me contestaron que no y en poco tiempo me contrataron para realizarlas.

En mi cabeza tenía la idea que eran ocho casonas, cuando en realidad son 18, ubicadas a lo largo de todo Mendiolaza. Todos sus dueños están fascinados con ellas, las cuidan y todos demuestran que si pudiesen, las cuidarían aún más. Las estudié y determiné que el otoño era la estación que tenía la luz ideal para hacer el relevamiento. Nadie desconoce el valor de esas casonas y las arboledas que las rodean; en definitiva, son otros lugares donde también está presente la Memoria.

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