- Por Juan Carlos Stauber
- Doctor en Filosofía y Profesor de Teología. Especialista en Bioética y ética ambiental.
Dada una serie de informaciones, entre incompletas e incorrectas, vertidas en una entrevista de este medio al biólogo Pablo Demaio, me veo en la necesidad de brindar otra perspectiva que ayude a los lectores a tener una visión más amplia sobre estos temas.
En Mayo del 2015, el papa Francisco lanzó la primera encíclica sobre el tema del cambio climático, las consecuencias socio-ambientales, el modelo de urbanización, producción y consumo, y el compromiso debido de toda la humanidad. La tierra no nos necesita. ¡Nosotros necesitamos a la tierra! El nº 49 de la encíclica dice: “Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”.
Más allá de que las distintas religiones de la historia, siempre han investigado el fenómeno de la vida (pensemos en los sacerdotes aborígenes investigando sobre el maíz, la astronomía o la medicina), el problema ecológico tiene profundas raíces religiosas en sentido fundamental. Estar re-ligados al destino común, a la trama colectiva de la vida en el planeta, es religioso. “La tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas, y por eso, a veces resuelve un problema creando otros”, sostiene el Papa en el nº 20 del mismo documento.
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En los años ‘70, un biólogo dedicado al estudio del cáncer, R. Van Potter, escribió un libro titulado “Bioética, un puente hacia el futuro”. Allí clamaba por la re-ligación del discernimiento ético con los datos duros de las ciencias, para complementar una mirada con la otra y encaminar el estilo de vida a un modelo más respetuoso, armónico, pacífico y justo con los que más sufren.
Hoy encontramos muchos niños a los que sus pediatras deben recetar antibióticos cada vez más fuertes, porque los que usaban ya han generado resistencia en virus y bacterias. Y mucha sobredosis de antibióticos la reciben a través de los alimentos. Hace poco, en el sur de Córdoba, una planta láctea envió al mercado leche con antibiótico, pues los productores no había respetado el período de carencia entre la cura de las vacas y su ordeñe para el mercado. De igual manera, a pesar de tener una muy buena ley de agroquímicos provincial (ley 9164), buena parte de las aplicaciones se hacen al margen de lo que indica la ley y sin control de profesionales idóneos. Se aplica mal, en demasía, y eso produce acostumbramiento en algunas malezas e insectos.

A eso agreguemos las campañas de publicidad que inducen a ciudadanos temerosos o desprevenidos a usar químicos a mansalva, como si fueran inocuos. Corporaciones como Monsanto, Bayer o Dow Chemical han sido multadas y perdieron juicios en EEUU, Brasil, Francia, México, Alemania, Chile, Holanda y Argentina, por falsas campañas, por coimas, por contaminación, o por tergiversar informes. No se trata de gente desprevenida o desinformada. Se trata de corporaciones que piensan en el lucro por encima del bienestar social.
Producir más para el hambre del mundo es una falacia. Es cierto que la Humanidad hoy dispone de superávit alimenticio, pero si la cifra de hambrientos en el mundo disminuyó a menos de 800 millones de personas, la cifra de obesos aumentó: 1500 millones. Comemos mal, y eso genera un sinfín de enfermedades que podríamos evitar si la producción eco-sustentable estuviera al alcance de muchos más y no sólo como lujo de pocos. De hecho, Europa va desechando los alimentos transgénicos ¿Será que no son tan confiables?
Esta desesperación por ganar dinero va de la mano de la ignorancia popular de lo que comemos y usamos, de la mano del silencio del sistema de salud y con la complicidad de los medios de comunicación y educación. Hay una creciente infertilidad en los campesinos cordobeses que no se investiga por miedo a afectar intereses de grandes empresas; y malformaciones congénitas por agrotóxicos entre los trabajadores del tabaco en Misiones, que se mantienen callados por miedo a perder el trabajo. ¡Soy testigo!
Es cierto que gracias al desarrollo hemos alcanzado un bienestar nunca antes visto. Pero también lo es, que ese bienestar no está al alcance de las mayorías. El boom de la soja en Argentina generó un sinfín de excluidos del trabajo rural (menos del 5% a nivel nacional, según datos de Los señores de la soja, CLACSO, 2010) y un boom inmobiliario por el que pocos propietarios, acaparan con ganancias de la soja, viviendas y lotes que luego retacean a precios exorbitantes.

Hoy se produce más, pero la mayor parte de la oleaginosa que se exporta no va para alimentación humana sino animal, y los mayores consumidores de carne, son los países más ricos. La humanidad también necesita agua y oxígeno, bienes ligados estrechamente a los bosques. Este modelo de agricultura transgénica puede discutirse por muchos otros aspectos, como la pérdida de biodiversidad y fertilidad del suelo, la vulnerabilización de los ecosistemas, las resistencias que genera en otras hierbas e insectos, etc. Pero además, hay un pasivo ambiental por todo lo que se desmontó (si hoy se desmonta menos es únicamente porque quedan menos bosques).

En la provincia, la notable investigación de los biólogos Zak y Cabido ha sido clara al respecto (Hybris, EDUCC, 2012). Recuerdo que en 2010 la ley de Bosques de la Provincia fue saboteada en su proceso de redacción y se aprobó un texto extraño al consensuado en la COTBN por entidades profesionales, educativas y civiles. Por otra parte, si no hay controles eficientes (véase la planta de personal para tal efecto en la Secretaría de Ambiente de la Provincia), los incendios provocados, o los desmontes ilegales siguen aconteciendo.
No se trata de volver al pasado sino de enfrentar los desafíos hacia un futuro superador. No sirve endiosar o demonizar recetas. Ni pereza mental ni necedad. No podemos ser ingenuos. Continuar con este modelo de producción y consumo con abuso, despilfarro y descarte, está enfermando y excluyendo a muchos para beneficio de pocos. La voz de las víctimas no es menos válida que la de un científico, ni el saber ancestral es pseudociencia. Es base para un mayor cuidado de la salud, del alimento, el trabajo y la naturaleza. La participación social informada y tenaz es necesaria y debe ser respetada por especialistas, inversores y decidores políticos, porque es la ciudadanía la que expone su vida y su muerte.
