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Nunca es tarde para comenzar

Cada vez son más los adultos mayores que contra todos los prejuicios, propios y ajenos, salen a ponerle el alma y el cuerpo a proyectos nuevos.

Cada vez son más los adultos mayores que contra todos los prejuicios, propios y ajenos, salen a ponerle el alma y el cuerpo a proyectos nuevos. Sin lugar a dudas, son los que han aprendido las ventajas que dan los años para concretar sueños postergados durante años.


Por Redacción El Milenio | periodico@elmilenio.info

Colaboración: Lucia Argüello; Maximiliano Minahk y Leonel Giménez. 4° A IENM.

La oferta y demanda de actividades para la tercera edad se duplica cada año. Es que se trata de una etapa ideal para concretar los sueños relegados en tiempos de actividad laboral y de crianza de los hijos. Por este motivo, son muchos los especialistas que manifiestan que a través de los cursos la gente se mantiene motivada y ligada a la vida.

En muchos casos, los talleres predilectos de los mayores son los de literatura. También, los relacionados con el movimiento corporal: gimnasia, tango, yoga, teatro, folclore y gimnasia acuática. Además, en los últimos tiempos, se sumó la aceptación de nuevas propuestas, relacionadas con los avances tecnológicos.

Para los expertos consultados, hay muchas cosas que los mayores pueden hacer para llevar una vida saludable:

  • No alejarse del mundo.
  • Planificar las actividades.
  • Ejercitar el cerebro.
  • No vivir sólo para los demás.
  • Hacer ejercicios todos los días.
  • Colaborar con los médicos.
  • Seguir una dieta saludable.
  • Alejarse del estrés.
  • Pedir ayuda si hace falta.

Mucho más para dar

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Cristina Bajo

La de Bajo es una historia que comenzó cuando ella, después de treinta años de escribir en silencio, se preguntó si nunca nadie iría a leer lo que escribía. Y ni siquiera entonces se le ocurrió presentarse a un concurso o a una editorial nacional. Fue así que tras ser descubierta, en el año 1995, “Como vivido cien veces” se trasformó en el primer best-seller cordobés. Nacida en Córdoba Capital pero escritora de Cabana (Unquillo), Cristina comenzó a compartir sus historias a la edad aproximada de 60 años.

“Yo escribía como una especie de terapia. Tuve muy diversos oficios: vendí madera, hice ropa artesanal y puse una boutique, tuve una librería, y fui maestra rural. A la editorial le encanta hacer hincapié en lo de maestra rural, no sé por qué, pero la verdad es que lo hice por poco tiempo. Hemos pasado algunos momentos difíciles en mi familia, que a lo mejor comparado con lo que le pasa a otros quizá no fue para tanto, pero que igual me shockearon mucho. Perdí mi casa, vino la ruptura de mi matrimonio, y yo, que soy una persona bastante descentrada y apasionada, escribo como para tener un ancla a tierra. Escribiendo me olvidaba de todos los problemas que tenía, especialmente los económicos, porque empezaba a vivir la vida de mis personajes. Yo escribo desde siempre, y hace treinta años había empezado a hacer una novela histórica, y entre tanto fui escribiendo otras cosas, incluso los primeros capítulos de la novela que acaba de salir. De vez en cuando le daba algo a leer a alguna amiga, y veía que lo leían con tan pocas ganas que me desalentó y dejé de mostrar. Mientras tanto yo seguía escribiendo. Al final ya no me importó. El último tiempo antes de editar, cuando estaba terminando la primera novela, me puse a pensar: Me voy a morir y mis hijos, que me han visto toda la vida sentada frente a la máquina de escribir, no saben qué estuve haciendo tantos años. Capaz yo muero y queman todo. Empecé a pensar en dejarle todo a alguien para que a lo mejor algún día lo leyera, pero sin pasar por una editorial, ni mandar a un concurso. Siempre pensé en la literatura como un trabajo doméstico”, le confió tiempo atrás a El Milenio.

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Inés Padoán

“Viejos son los trapos”, anuncia el dicho popular, y nunca estuvo mejor aplicado que en el caso de Inés Padoán. A una edad en la que la mayoría de las personas se retiran de sus actividades, Inés decidió emprender un proyecto largamente postergado en su vida: estudiar pintura.

Hoy, con 97 años, tiene más de 250 obras en su haber y ni siquiera la fractura de fémur que sufrió hace dos años pudo refrenar su espíritu inquieto. Entre marzo y abril, algunos de sus principales cuadros pudieron verse durante tres semanas en la concesionaria de autos Avance de Villa Allende, en lo que fue su primera exposición individual como artista.

“Cuando mi marido murió, con mis hijas ya casadas, me quedé sola, así que tuve que buscar algo para entretenerme. Cocinar no me gustaba, cocer, poco y nada. Entonces compré pinceles, acrílicos, óleo y empecé en un taller comunitario de barrio Alberdi. Y era tanto mi afán por aprender que me di maña y aprendí, y seguí explorando e inventando”, aseguró a El Milenio.

El asunto es que, en 20 años, Inés Padoán produjo más increíbles obras de estilo variado, donde los paisajes y la figura humana parecen ser los temas más recurrentes. Incluso sus fuentes de inspiración son poco convencionales, ya que muchas veces pinta en función de ideas que saca de Internet, o de fotos que les traen sus hijos de sus viajes. Pero lo más asombroso es, sin lugar a dudas, el punto de largada, que para muchos aparece como el final de la pista: 77 años.

“Por ahí pienso en las personas que a los 80 ya van bajando los brazos. Yo les diría que no se queden en los 80, que no se dejen abatir por los años. Que todavía hay tiempo. Lo importante es mantenerse activo, hacer algo manual, ¿sabés la cantidad de colchas a crochet que he tejido? Nunca es tarde y siempre se puede hacer de todo”, sostuvo la artista.