Una nueva victoria más triple G que nunca para, no sólo vapulear 4 a 0 a Estados Unidos, sino llevarlo a su mínima expresión. Ganamos todo lo que jugamos en esta copa y accedimos a tercera final consecutiva, segunda por Copa América. El sueño está cada vez más cerca…
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Columna deportiva
En líneas generales creo que estoy en condiciones de decir que fue un partido perfecto. Desde la posesión, hasta la presión; desde la efectividad hasta la creación; desde la contundencia hasta la solidez. Un encuentro sin grietas.
Y este encuentro empezó muy bien desde el arranque, porque la defensa local se durmió y Messi habilitó a Lavezzi para abrir el marcador a los ‘3. Chau suspicacias y misterios por cómo iba a defender Estados Unidos.
A partir de la ventaja, el partido estaba a pedir de la Argentina que, como viene haciendo, pregona la defensa en base a la tenencia del balón en búsqueda de los espacios. Por otra parte, el local esperó y cedió todo intento de protagonismo.
Nuestro combinado seguía generando chances de gol, con un remate alto de Messi, luego de una buena combinación, y otra corrida de Leo, que disparó sin mucha dirección.
Hubo que esperar hasta los ’31 para que Housoun esté realmente en problemas. Lionel Messi, el culpable de clavar un golazo impresionante de tiro libre al ángulo, donde duermen las arañas. 2 a 0 y récord para el mejor del mundo, que es, a partir de ahora, el máximo goleador histórico de la Selección.
Hasta el descanso, Argentina manejó el partido y Estados Unidos corrió atrás de la pelota.
El complemento también comenzó de la mejor manera, porque Higuaín anotaba el 3 a 0 a los ‘4: recuperación de Mascherano, conducción de Messi, asistencia de Lavezzi y definición del Pipa.
El pleito ya estaba totalmente liquidado, como paso en los anteriores partidos, y sólo quedaba esperar el final. Pero, como argentinos que somos, hubo que sufrir y preocuparse antes de festejar por las lesiones de Augusto Fernández y de Lavezzi, que dejaron su lugar por Biglia y Lamela.
Los últimos minutos tuvieron a una Argentina que se replegó un poco en su campo y a un Estados Unidos que intentó tomar la iniciativa y llegar al arco de Romero. Pero la Selección defendía bien y cada contra era medio gol. A veces terminaron en remate, como el de Messi, que tapó el arquero local, y otras quedaron en la nada por mala elección del destinatario.
A todo esto, Rojo también estaba tocado y Cuesta ingresó en su lugar.
Los argentinos querían que termine ya el partido, y los yankis no soportaban la humillación, pero faltaba una emoción más: presión alta, recupera Messi y habilita a Higuaín, que sólo tuvo que empujar la pelota a la red. A los ’40, el Pipa marcó el 4 a 0 lapidario y ¡estamos en la final!
No quiero exagerar pero hacía mucho no veía una producción de tal magnitud. Tanto así que Estados Unidos ni siquiera pateó una vez al arco. Está bien, no es una potencia mundial en cuanto al fútbol pero había puesto en aprietos a Paraguay y Ecuador. Es decir, no es una selección menor.
Pero hoy, Argentina la redujo a su mínima expresión. Fue un equipo chico, que habló de jugar de igual a igual y terminó poniendo defensores para que el marcador deje de contar.
Sin dudas, la Selección está pasando por una curva ascendente en esta Copa América y en diferentes facetas. La presión y provocar el error del rival, como contra Chile; la contundencia, contra Panamá; la paciencia y presión, contra Bolivia; la combinación de efectividad y presión, contra Venezuela; para recaer a lo de hoy, que se vio una mezcla de todo sumado la excelente labor defensiva.
Hoy, el equipo fue un bloque en todo sentido. Marcaban todos, recuperaban todos, jugaban todos, atacaban casi todos. La perdíamos y presionábamos bien alto para recuperar y volver a empezar.
Destaco la paciencia para crear por más que implique la disminución de verticalidad, que a veces era sin sentido. Ahora Argentina ataca con criterio y defiende con solidez, tan simple como eso. Es difícil que nos conviertan y quedó demostrado el poder de gol que tenemos, sumado a que ahora no erramos tanto.
Me ánimo a decir que, desde lo futbolístico, llegamos en óptimas condiciones a la final. Dios quiera que se dé…
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Mi uno por uno
Romero: espectador de lujo. Tocó más la pelota con los pies que con las manos. Terminó con el buzo limpio;
Mercado: importante para abrir la cancha y sumarse permanentemente al ataque.
Otamendi: el más exigido, respondió bien por arriba.
Funes Mori: firme en defensa, se animó a participar en ofensiva. Rojo: una constante por izquierda para abrir los caminos;
Augusto: se corrió la vida. Colabora intensivamente con el equipo, una lástima su lesión;
Mascherano: gran partido. Ya no es aquel león que corría a todas, sino que sabe elegir los momentos y lugares para hacerlo. Jugó de líbero y, cuando fue necesario, presionó en el área rival para provocar el error.
Banega: socio ideal para Messi, hablan el mismo idioma. Jugó un partidazo, entregó todas bien;
Messi: qué decir de semejante crack. Gol de antología y dos asistencias para alimentar el sueño de los argentinos. Genio y figura.
Higuaín: contenido en el PT, se lo vio más incisivo en el complemento. Buscó todas las pelotas y aportó dos goles más. Al fin y al cabo, de eso vive.
Lavezzi: abrió el partido con su gol y asistió al Pipa en otro. Demostró porqué es parte de esta Selección, una pena la lesión justo ahora.
Los cambios vinieron por obligación, cuando se especulaba que podía rotar algunos jugadores para regular cargas: a Biglia se lo vio participativo y recuperado, es fija para la final; Lamela entró con todo y peleará por un lugar; Cuesta ingresó al último para preservar a Rojo. Hasta se animó a pasar al ataque.
En fin, acá estamos, en una nueva final. La tercera de manera seguida, para que realmente sea la vencida. Con dos técnicos, en dos competencias, Argentina se acostumbró a llegar a esta instancia para pelear lo que le viene siendo esquivo, que son los títulos.
Ahora a descansar y a esperar la final del domingo a las 20. El rival que saldrá entre Chile y Colombia. Que venga cualquiera, el deseo seguirá siendo el mismo. ¡A seguir así!