- Colaboración:
- Martín Valino, Simón Hack, Tomás Martoglio y Pedro Fontana.
- Instituto Educativo Nuevo Milenio.
Nacida en una familia de artistas, Yanina Kantor encontró motivaciones desde muy pequeña para recorrer los senderos del arte. “Mi abuelo era un artista plástico vanguardista para su época y, desde que tengo recuerdo, en todas las reuniones familiares había que crear. Podía ser una pintura, una obra de teatro o lo que fuera, pero además de comer y compartir juntos, siempre estaba presente ese momento creativo”, explica la unquillense.
La relación con el arte, iniciada en su infancia, cobró mayor dimensión en la escuela Luz Vieira Méndez, de Córdoba capital. “Cada materia era un juego y una posibilidad de crear algo nuevo, entonces siempre estuve muy estimulada. Cuando era niña, me encontraba a mí misma recreando y descubriéndome a través del arte”, confiesa Yanina.
“Busco el goce y una vez ahí, miro hacia alguna dirección y pinto lo que siento”, dice la artista. Foto gentileza Hana Sánchez.
El Milenio: Además de esos primeros pasos en la escuela, ¿cómo fue tu formación artística?
Yanina Kantor: Cuando cursaba la secundaria, me fui a Israel en un intercambio cultural. Eso dejó una huella muy importante en mí, al punto que en el año 2000 decidí irme a vivir allá. Como me daban la posibilidad de estudiar en la universidad, elegí anotarme en la Escuela de Artes que estaba en Jerusalén.
Esa fue una experiencia muy transformadora para mí. Además de la base de creatividad que ya tenía, aprendí mucho sobre técnicas y nos dejaban desarrollar lo que cada uno de los estudiantes teníamos dentro. Asistiendo a clases conocí a personas de otras partes del mundo, ya que hay muchos inmigrantes y culturas diversas, por lo que fue muy nutritivo para mí por ese lado también.
“Para mí es muy difícil agarrar una foto o copiar algo, siento que no tiene vida, prefiero hacer cosas al aire libre”, cuenta Yanina.
EM: Definitivamente la experiencia israelí marcó tu camino como artista…
YK: Sí, y no sólo por el aprendizaje a nivel universitario. Cuando entré a la Escuela de Arte, fui a visitar a un pariente lejano de mi abuela llamado Menashe Kadishman, que resultó ser uno de los artistas más importantes de Israel en ese momento. Me pidió que pinte algo y yo, muy nerviosa, le dibujé una cabra. Cuando la vio, me dijo que volviera la semana siguiente.
Así, mientras seguía con mis clases, trabajaba con él como asistente. Por ahí le hacía las bases de las pinturas o incluso la pintura completa, a veces no le gustaba y la destruía haciendo otra encima. Para mí fue una forma de aprender sobre el desapego, no creer que lo que una hace es tan importante, sino ser flexible con la creación también.
En resumen, viví trece años en Israel y pude absorber la cultura, el idioma, el clima y todo lo que implica el estar ahí, cerca de Europa y Medio Oriente.
EM: Actualmente, ¿el arte sigue teniendo la misma importancia en tu día a día?
YK: Aunque quise buscarle la vuelta desde lo mental, siempre sentí un fuego interno que me decía que esto es lo que me hace sentir bien, que me hace sanar, que se renueva y se recrea todo el tiempo. Cuando lo veo así, siento una alegría inmensa, porque el arte es una forma de vida, en todo momento estoy creando.
Sobre la mesa tengo los materiales a disposición: lápices de colores, hojas, pinturas, trabajos para empezar, otros a la mitad. Siempre tengo una obra de arte o un proyecto futuro, mi cabeza está en permanente funcionamiento y creación. Creo que es una forma de mantenerme viva, con alegría y entusiasmo, es una fuente de transformación que ocupa todo mi ser, más allá de si se vende una obra o no, si puedo sustentarme económicamente o no, para mí el arte es igual a vida.
“Siempre sentí un fuego interno que me decía que esto es lo que me hace bien, una fuente de transformación que ocupa todo mi ser. Más allá de sí una obra se vende o no, para mí el arte es igual a vida”
Yanina prefiere pintar al aire libre, por eso muchas de sus obras capturan postales y paisajes de Unquillo, la ciudad donde vive.
EM: ¿Qué temáticas son las que preferís plasmar en tus piezas?
YK: Últimamente me dedico mucho a los paisajes Me gusta salir y contactar con la naturaleza, ponerme al lado de un arroyo o en un rincón al sol, sentirme cómoda y disfrutar. Busco el goce y, una vez ahí, miro hacia alguna dirección y pinto lo que siento, intentando transmitir el instante, que es único e irrepetible, como si estuviera contando una historia, trayendo la conciencia al presente, a lo que estamos viviendo ahora y que no se va a repetir jamás.
También me gusta pintar mujeres. Tuve la posibilidad de trabajar en una residencia para artistas en Uruguay rodeada de mujeres y hacía bocetos todo el tiempo. Busco transmitir que hay belleza en todas, en sus distintas facetas, en sus aromas, formas y movimientos, ya sea desde lo corporal o desde lo que sea que estén haciendo.
“Lo que más creo con mis manos es pintura, sobre todo al óleo, porque tiene la particularidad de tener colores brillantes y se mantienen a largo plazo”, explica la artista frente al lienzo.
EM: ¿Qué le dirías a una persona que está iniciando su carrera como artista?
YK: Me parece que todos somos artistas y tenemos esa faceta creativa, no se trata sólo de pintar o hacer una escultura, puede ser crear cualquier cosa, no podemos quedarnos en estructuras preestablecidas. Tenemos que recrearnos porque la vida es continua y nos vamos transformando, lo que debemos desarrollar como artistas es una mentalidad maleable y vivir en el presente.
El arte no pasa por si vendés o no tus obras, si te conocen o si te muestran en tal o cual espacio, se trata de la chispa interior. Si la sentís, tenés que meterle para adelante, uno crea y comparte porque siempre va a haber alguien a quien le guste y le llegue, pero la conexión es interna.
Si gozás lo que estás haciendo, seguí por ese camino, y si no lo estás gozando, fíjate de hacer otra cosa, porque hay muchas opciones y cada uno de nosotros puede colaborar con su forma particular de compartir. Todos tenemos algo único y por eso estamos acá, en este cuerpo y en este mundo. A eso lo descubrimos a través de la acción, sin tenerle miedo al éxito o al fracaso, porque todas son experiencias que nos nutren para alcanzar nuestra realización personal.