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Punto de contacto

Julio García es uno de los exponentes más importantes del rugby cordobés. Su trayectoria en el histórico club Tala de Villa Warcalde lo catapultó a Europa, donde se desarrolló como profesional en una de las ligas más competitivas del planeta: el Top 14 francés. Hoy se desempeña como entrenador en Ceibos, la franquicia argentina profesional que estableció su sede oficial en el Tala Rugby Club a principios de año.

Colaboración

  • Agustina Farías y Jazmín Sánchez 
  • 4to Año, Instituto Milenio Villa Allende
  • Valentín Candia y Nicolás Barrera 
  • 4to Año, Instituto Educativo Nuevo Milenio

En el rugby moderno no existen los huecos para escaparle al contacto. Quien ataca, y sobre todo quien defiende, debe estar dispuesto al tackle y debe contar con un derribo contundente entre sus virtudes. Ya no existe la posibilidad de ser el estratega del equipo y ganarse un espacio en el quince titular gracias a un enorme manejo de los hilos del equipo, sin demostrar ser capaz de frenar al octavo rival, aunque sea, con un golpe debajo de las rodillas a la salida de un scrum.

La brecha entre backs y forwards se volvió entonces un poco más estrecha. Antes esa distancia era colosal, si eras pesado y tu condición atlética no se encontraba a la altura de tu fuerza, tu lugar estaba, indefectiblemente, entre los delanteros. Ese fue el estilo del rugby argentino durante un extenso tramo histórico. Bajo esa escuela deportiva, se perdieron las habilidades de quiebre por contacto de muchos backs y se recostó absolutamente todo el trabajo sucio en los forwards, sin prestar atención a sus destrezas individuales.

Sin embargo, otros aspectos del juego crecieron y se volvieron un sello propio para el rugby nacional y para un puñado de equipos de elite del interior, que hicieron de la fortaleza física y el juego agrupado, una trinchera y un arma clave para crecer y conquistar títulos. El Tala Rugby Club, famoso bastión en el que tantos jóvenes de Sierras Chicas entrenan, llevó esa doctrina rugbística a otro nivel. 

Julio García sabe de qué se trata. Aunque hizo su proceso infantil junto a la ovalada en clubes de barrio más pequeños, siempre se destacó con cierta claridad y, en aras de probarse ante mejores rivales, arribó a las juveniles del Tala. Allí le tocó ocupar quizás el puesto más representativo del rugby áspero: el de primera línea. 

Cabeza a cabeza contra el rival, en una montonera que se aproxima a los 1900 kilos, Julio García se encontraba a gusto. Allí, donde muchos espectadores sólo encuentran fuerza bruta, se dirime buena parte de la suerte psicológica y, por lo tanto, el marcador mismo de un partido.

García siempre contó con la capacidad para resaltar en las formaciones fijas, como el empuje agrupado, la ayuda para que un compañero salte y se eleve sobre el otro, el esfuerzo para que el resto del juego se vuelva una plataforma amplia y los backs se luzcan. Pero el primera línea no se conformaba con el rol clásico, y en ese aspecto explica: “Me encantaba participar del juego, me gustaba buscarme trabajo. Me consideraba un jugador útil también desde ese lugar y trataba de participar lo más posible en el juego suelto, tanto en ofensiva como en defensa”. 

Así llegaron las convocatorias a Pumitas, al seleccionado de Córdoba y la primera división del Tala. En el 98, un año antes del gran golpe de Los Pumas en el Mundial de Gales (cuando llegaron por primera vez a cuartos de final en la máxima competencia), Julio García pudo ponerse la celeste y blanca que miles de niños y niñas desean vestir.

Arribando al año 2000, el pilar cordobés recibió una nueva convocatoria para el combinado nacional y rápidamente despertó el interés del ámbito deportivo francés. “Me fui a practicar rugby profesional a Perpignan, un excelente equipo donde me tocó jugar con Alejandro ‘el Turco’ Allub y hasta terminamos conviviendo. Desde todo punto de vista, irme a una liga de tan alto nivel, fue satisfactorio para mí. Allá el rugby es muy importante para la gente en general”, destaca García, quien luego recalaría en el súper poderoso Toulon, equipo reconocido por manejar el mayor presupuesto del rugby mundial.

Castres fue otro de los desafíos más significativos en la carrera del ex Tala. Aquel club, instalado en una pequeña ciudad de 40 mil habitantes en el sur galo, abrió una enorme tradición para el rugby rioplatense, de la mano de grandes valores argentinos y el emblema uruguayo Rodrigo Capó Ortega, símbolo máximo de la escuadra. Desde ese pequeño hogar, donde se respira rugby en cada rincón, lograron llegar a lo más alto del torneo francés y competir, mano a mano, ante los grandes de Europa. 

“De entrada llegar a Castres significó la posibilidad de jugar al lado de Mauricio Reggiardo y Nacho Fernández Lobbe. Ellos dos fueron indispensables para que yo decidiera ir y, de hecho, una vez allá, me fui a vivir a lo de Fernández Lobbe hasta que pude encontrar mi propia casa. Me apoyaron constantemente”, recuerda García.


“La idea fue extender la plataforma de jugadores para alimentar la franquicia de Jaguares y Los Pumas, para que quienes salieran de ‘Pumitas’ tuvieran un espacio intermedio donde seguir desarrollándose”


Hoy, Julio se desempeña como entrenador y es parte del cuerpo técnico de la segunda franquicia argentina en el rugby profesional: Ceibos. Este proyecto deportivo, a largo plazo, tuvo sus primeras armas a comienzos de este 2020 y estableció su sede en el Tala Rugby Club de Villa Warcalde. Aunque su desarrollo se vio truncado por la pandemia, la Unión Argentina de Rugby aún analiza alternativas para sostener la estructura profesional y volver a competir el próximo año.

El Milenio: ¿Qué se modificó en tu juego y en tu manera de entender el rugby cuando comenzaste a practicar esta disciplina de manera profesional?

Julio García: En primer lugar, me permitió entrenarme todos los días y poco a poco ir mejorando hábitos, llegando a lo alimenticio, al cuidado personal, al detalle. No hay otra manera de prosperar en ese nivel, hay que estar al mango todos los días para prepararse correctamente y llegar al fin de semana dispuesto a soportar los golpes de un rugby tan físico. Uno no aprende eso de un día para el otro, es un proceso, lleva tiempo, pero básicamente es lo que más se modificó en mí a partir del profesionalismo. 

EM: Pasaste muy rápido de ser jugador a entrenador, ¿cómo fue esa transición para vos?

JG: La transición de jugador a entrenador se dio de una manera muy natural. Durante mis últimos años en Francia, jugué en Nevers Rugby de la categoría Federal “A”, que sería la tercera división. El último medio año de mi estadía en esa institución, el presidente y el manager querían que me quedara y me propusieron ser entrenador/jugador. 

Mi respuesta fue negativa, les dije que ese doble rol era inviable, porque jugando en la primera línea, el nivel estaba subiendo cada vez más. Ellos aceptaron mi postura y me dijeron que, si tomaba la decisión, podía ser el entrenador el año siguiente, con la posibilidad de hacer los cursos que dictaba la Federación Francesa. Así que arranqué la temporada 2011 como entrenador en jefe del equipo, y allí me quedé durante seis años.

EM: ¿De dónde surge tu vínculo con Ignacio Fernández Lobbe, la Unión Argentina de Rugby y Argentina XV?

JG: Yo lo conocí a Nacho Fernández Lobbe hace muchos años, cuando jugábamos juntos en Los Pumas, y después nos cruzamos en Castres. Generamos una enorme relación, pero luego cada uno siguió por su lado. Cuando volví a Argentina en 2016, nos encontramos de nuevo entrenando juntos en Argentina XV. Llegué ahí porque necesitaban un entrenador de forwards y Fernández Lobbe era el entrenador principal.


“No hay otra manera de prosperar a nivel profesional, hay que estar al mango todos los días para prepararse correctamente y llegar al fin de semana dispuesto a soportar los golpes de un rugby tan físico”


EM: ¿Cuál era el objetivo cuando se planteó la posibilidad de generar una segunda franquicia profesional?

JG: La idea fue básicamente extender la plataforma de jugadores para alimentar la franquicia de Jaguares y Los Pumas, para que todos los jugadores que salieran de “Pumitas” tuvieran un espacio intermedio donde poder seguir desarrollándose, ayudarlos a progresar y así poder pegar el salto al nivel superior. Ese era el objetivo de la introducción en la Súper Liga Americana de Rugby. Lamentablemente duró poco a causa de la pandemia y la extensión de la cuarentena, pero el poco tiempo que tuvimos representó una gran experiencia que esperamos poder retomar el año que viene.

EM: ¿Cómo es la tarea en el día a día de un entrenador de forwards? 

JG: Hago mucho análisis de videos, que luego reviso junto a los jugadores. Vemos junto al pack de forwards qué aspectos hay que mejorar, desde un trabajo muy específico, sobre situaciones del juego como el line-out, maul, scrum. También pensamos en cómo defender a los forwards rivales en las zonas cercanas al ruck y luego, intentamos trasladar todo ese análisis al entrenamiento, a las situaciones reales.

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