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Vivir la docencia

“Nunca me equivoqué con la docencia, siempre la volvería a elegir. Todo es un camino, donde uno va sembrando y lo lindo de esto es ver que eso que sembraste va dando sus frutos, hay que dejar crecer a los demás docentes”, dijo Marta Parisi a El Milenio.

De Alta Gracia a Unquillo, de maestra rural a directora, Marta Parisi dialogó sobre las virtudes de esta profesión y los contras que conlleva ser ejercida, a través de un breve pero interesante recorrido de una vida dedicada a la docencia.

Participaron: Valentina Sastre y Sofía Bobbiesi.


Marta Cristina Parisi o mejor conocida por “Pinky” es una docente con todas las letras, que hace más de 38 años forma parte de Sierras Chicas. No sólo trabajó en el Colegio Alemán de Córdoba, también fue profesora de la Facultad de Filosofía de la UNC, pero su llegada a Unquillo la marcaria con sus proyectos más importantes.

En esta ciudad fue directora del Instituto Parroquial Nuestra Señora de Lourdes, profesora del nivel terciario del Instituto Nuestra Señora de las Mercedes y actualmente es la directora general del Instituto Educativo Nuevo Milenio (IENM). Por lo que no caben dudas que su didáctica acompañó y continúa acompañando a varias generaciones de alumnos de las instituciones educativas de la región.

Su recorrido como educadora comenzó en sus jóvenes 15 años, cuando daba clases particulares bajo la parra de su casa de Alta Gracia a 20 alumnos.

“En mi casa de Alta Gracia, a los 15 años tenía una escuela particular con más de 20 alumnos a los que le daba clases de apoyo en mi patio bajo una parra gigante, allí tenía un pizarrón. Pero durante el invierno nos mudábamos a un sótano con un pizarrón de estucado, que había construido mi papá”, recordó Parisi.


Niña prodigio

Marta Parisi fue una niña prodigio en lo que respecta a la educación y cuya vocación por esta compleja e importante disciplina comenzó a muy temprana edad: “Desde que tengo uso de razón algo me atrajo de las escuelas”, confió la docente.

Todo comenzó a sus cinco años de edad, cuando Pinki comenzó a ser oyente, gracias a que “Pintita”, una maestra de primer grado – “la que aún se encuentra con vida”– lo permitió, tras verla “berrinchar” cuando acompañaba a su hermana mayor a la escuela primaria en Alta Gracia.

“Fuí tan buena alumna, que aprendí a leer, escribir, dibujaba fantásticamente y era la época que no se ponía ni sellitos, ni estrellitas, todo era ‘Muy Bueno’, ‘Excelente’, por lo que cuando terminó el año me anotaron en el registro y como si hubiese sido una evaluación me hicieron pasar a segundo grado”, explicó.

Fue así, que a los cinco años Marta entró a la escuela y se recibió de maestra con tan solo 16 años.

Maestra rural

A los 16 años, Marta Parisi tuvo la gran oportunidad de cubrir una suplencia como docente, por lo que no la desaprovechó y aceptó el trabajo, lo que considera una de las mejores experiencias en su vida. Fue en una escuela de Despeñaderos, cerca de Córdoba.

Otra de las cosas que recordó la directora general del IENM, es que hasta ese lugar llegaba a dedo: “Se trataba de una época donde el delantal blanco era muy respetado, entonces toda la gente te acercaba”.

Por lo que el camino hacia la escuelita no era nada fácil, ya que una vez que arribaba a la localidad tenía que recorrer cinco kilómetros para llegar a la institución. ¿Pero Cómo llegaba? Gracias a una mamá que manejaba un sulky.

“Nunca me equivoqué con la docencia, siempre la volvería a elegir. Todo es un camino, donde uno va sembrando y lo lindo de esto es ver que eso que sembraste va dando sus frutos, hay que dejar crecer a los demás docentes”, dijo Marta Parisi a El Milenio.

Una vez en el establecimiento, junto a “Beba” la otra maestra, calentaban el agua para hacerle el mate cocido a los chicos, cuyas madres traían el pan casero.

“Era una escuela de ‘tercera’, donde le daba clases a chicos de primero, segundo y tercer grado, mientras que la otra maestra al resto, y todos nos encontrábamos en una misma sala, por lo que teníamos que graduar el aprendizaje. Es decir, cada grado tenía su fila”.

Para “Pinky”, el trabajo de un docente en una escuela rural requiere de mucha vocación: “Uno lo hacía con alegría, porque verle la sonrisa a esos chicos lo era todo. Hasta le cocinábamos, por ejemplo fideos o bifecitos, luego venia esa mamá en el sulky y nos volvía a llevar a la ruta para regresar a casa o ir a la universidad”.

“Los cambios han sido muy acelerados, pero la tecnología ha dado de alta muchas cosas que son buenas”.

Observaciones

Si hay algo que recalca Marta Parisi es que es una agradecida a la vida porque trabajó siempre en la educación. Pero como toda profesión tiene sus lados más cansadores y para la docente es “el cumplir con muchas exigencias vocacionales, porque realmente nunca se pensó en la retribución sino en el hacer. Por lo que muchas veces dejamos de lado cosas, que cuando la vida se da vuelta un poco te dice ‘mirá lo que te perdiste’”.

“En un cargo directivo es muy duro bajar líneas para acomodar las exigencias que uno cree necesarias para una educación de calidad y además, que el plantel responda”.

Pinky también reflexionó sobre el ejercicio de la docencia en la actualidad: “Hay mucha gente que ama esto, pero el problema es que la situación económica exige que la retribución para alguien que maneja tantos chicos sea bien recompensada. Hoy nadie podría, como en aquellos tiempos, trabajar de forma gratuita”.

Además agregó: “También cómo cambian las cosas, cambia la situación de las personas, en una época ser maestra era un complemento de la vida familiar. Se trataba de una platita que la mujer traía a la casa porque estaba en primer lugar el papá que era el fuerte. Hoy es el pan de cada día”.

“Antes la relación entre el alumno, docente y padre estaba basada en el respeto. La maestra tenía una autoridad que compartía la familia”, concluyó.

También en la ficción

“La verdad que cuando uno se ve en pantalla se da cuenta de los años que porta, pero bueno, son las arrugas de la vida, de haber reído tanto. Hasta el día que nos morimos, aprendemos, y yo creo que este ha sido un aprendizaje nuevo y hermoso para mí. Me sentí cómoda con el personaje, siempre fui una abuela de alma, y me gustó mucho el equipo, gente que le puso mucha garra y mucha pila, siempre con alegría” – Marta Parisi, quien interpreta a Delia, la abuela de Martín en la miniserie El Cactus.

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