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Una vida “de ramos generales”

Un almacén, un “boliche”, una vida, cientos de historias. Así se puede resumir la vida de Armando Seculini, un hombre que “estuvo en todas” y fue testigo privilegiado del devenir de Villa Allende en los últimos 65 años. Desde su tradicional negocio de barrio Cóndor Bajo, Seculini charla sobre las vueltas de su vida y las aventuras (y desventuras) que le trajo.

Entrar al almacén de Don Armando Seculini es como volver en el tiempo. Grandes estantes cubren todas las paredes y las cajas nuevas de mercancía se juntan con las viejas que fueron quedando olvidadas. Atrás está “el boliche”, una barra, un par de sillas, el asador y “la pared de la fama” donde Seculini posa junto a grandes deportistas que conoció a lo largo de su vida. Ángel “el “Pato” Cabrera y Eduardo “el Gato” Romero son, sin lugar a dudas, los más famosos. Dos clientes históricos para quienes este sucucho escondido es casi como un segundo hogar.

Armando Seculini nació en Colonia Caroya hace 87 años en una familia descendiente de italianos. Fanático de Boca y de Belgrano, del helado y del chocolate y sanmartiniano de toda la vida, cumplió su servicio militar con el cuerpo de Granaderos en la época de Perón y Evita (él: “sencillote y calentón”, ella: “hermosa y muy buena”). En sus años mozos trabajó en el almacén de la conocida bodega La Caroyense, pero cansado de cargar tanta responsabilidad por un sueldo muy bajo, decidió independizarse.

Armando Seculini
A sus 87 años, Don Seculini está jubilado pero sigue atendiendo el negocio para no aburrirse, con ese sentido de humor y esa bondad que lo convierten en uno de los personajes más queridos de La Villa.

Así fue como vino a dar a Villa Allende en febrero de 1953 con 25 años, la esposa, Amalia, recién traída de Sinsacate y un almacén que con el tiempo se convertiría en el más longevo de Villa Allende: El Cóndor, ubicado sobre la calle Santiago Derqui justo frente al Golf Club.

“Cuando yo vine a vivir acá Villa Allende era un salpicón de casas. Todavía pasaba el tren por acá al frente. Había pocos negocios, 3 o 4 almacenes grandes nomás. Y había que tener de todo porque la gente se venía hasta desde el aeropuerto a comprar. Yo llegué a tener más de 400 libretas por cliente. Te pagaban 3 o 4 veces al año, cuando cosechaban o vendían algún animal, porque era toda gente de campo”, rememora Don Seculini, quien todavía hace honor al título de “almacén de ramos generales” y vende desde fideos hasta bombachas.

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El cine, los bailes con orquesta en vivo hasta las tres de la mañana, los carnavales en la calle también van apareciendo en los recuerdos de Armando, un hombre que, como él mismo dice, “estuvo en todas”. “De chico siempre jugué al fútbol asique cuando vine para acá ya tenía el veneno”, bromea el almacenero mientras se toma un gancia, aunque asegura que nunca pensó ser jugador profesional. “Para eso hay que nacer estrellado. Yo nací estrellado para ser bolichero nomás”, se ríe.

Sin embargo, Don Seculini ocupa un lugar clave en la historia del fútbol de Villa Allende, ya que estuvo al frente del Club Quilmes durante 25 años. “Hacíamos unos torneos fantásticos. Los domingos se formaba una cola de 20 o 30 autos para la cancha porque iba la familia entera a ver el fútbol, era la excusa para salir y reunirse”, cuenta con nostalgia y recuerda la terrible rivalidad con el Sport Club: “Nos peleábamos hasta para ver quién traía la mejor orquesta pero en la amistad personal no había ningún problema”.

En su historia tampoco falta un paso por la política de “la Villa”: fue presidente del comité de la UCR, estuvo en la comisión de la cooperativa de créditos que después se convirtió en banco, fungió como concejal y hasta se presentó como candidato a intendente. “Perdí por 90 votos contra el Gringo (Carlos Alberto) Arias. Después le daba gracias a Dios, porque andá a saber qué merengue me encontraba ahí adentro”, cuenta y asegura que poder ayudar a la gente es “una de esas cosas lindas que tiene la política”.

“Yo no sé si los tiempos pasados eran mejores, pero que ahora son muy distintos seguro. Hoy Villa Allende ya no es lo que era. Se ha perdido la identidad como pueblo, antes salíamos a la Villa y era como una gran familia, todo el mundo se conocía. La Villa fue creciendo y yo me fui achicando”, reflexiona Seculini con un poco de tristeza.

A pesar de todo el viejo almacenero hoy está contento con el triunfo de El Gato Romero, uno de “los muchachos”, a quien conoce de toda la vida y por el cual pondría las manos en el fuego. “Este lugarcito se ha hecho un poco famoso por los golfistas. El Gato y el Pato vienen siempre porque acá está la muchachada, se hacen unos bifes o un puchero y se ponen a hablar macanas. Yo he ido a jugar al golf con ellos y todo. Pero no he salido golfista claramente, le metí cada fierraso a las pelotitas. Me quedo con el fútbol”, sonríe Seculini mientras recorre las fotos de su pared.

Y no sólo conoce a varios deportistas, sino que más de una vez “el boliche” es el estudio donde éstos reciben a los medios que los entrevistan. Cuenta que una vez fueron un periodista y un camarógrafo de EEUU para entrevistarlo al Pato. Mientras charlaban, Seculini les sirvió un par de “tragos de la casa” (una mezcla de fernet, soda y Cinzano). “Parece que les gustó nomás. El caso es que el fotógrafo se tomó tres, pero el otro se tomó como siete. Lo tuvieron que sacar medio a rastras”, cuenta entre risas “el bolichero”.

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A pesar de haber pasado toda una vida en El Cóndor, los viajes llevaron a Armando Seculini desde Montecarlo hasta Las Polinesias y no le faltan aventuras que contar.

“Laburé toda mi vida pero también la disfruté. Me casé, tuve hijos, viajé muchísimo y me di mis gustos. Yo me puedo morir tranquilo porque la verdad hice mucho más de lo que pensaba hacer. No me arrepiento de nada”, asegura este almacenero, bolichero, futbolista, político, granadero y viajero con una nueva sonrisa de su rostro de abuelo.