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Una pasión sin fronteras

Agostina Canova nació en Unquillo, pero es “del mundo”, por definición propia. La joven de 25 años recorrió varios países y hoy vive en Turín, Italia. Su amor por los caballos la llevó a buscar nuevos rumbos, pero sin olvidar sus orígenes serranos. Desde el otro lado del Atlántico, cuenta cómo es su vida y cuáles son sus planes para el futuro, siempre rodeada de equinos.
  • Por Alejandra Boldo. periodico@elmilenio.info. Participaron: Jazmín Alonso y Morena Gil Queruz (4to IENM). Renata Alfei, Solana Obiglio y Sol Passerini (4to IMVA).

La equitación es un deporte que atrae a muchos jóvenes. Como en todas las disciplinas, se necesita dedicación, perseverancia, constancia y una importante cuota de pasión. De eso sabe mucho Agostina Canova, una joven profesora que recorre el mundo aprendiendo y enseñando, pero sobre todo inculcando el amor por los caballos.

En diálogo con El Mileno, la también periodista describe su relación con la equitación desde una edad muy temprana, cómo surgió la idea de crear su propia escuela en Unquillo y la importancia que le otorga a la conexión entre los alumnos y los animales.


El Milenio: ¿Cómo describís tu relación con la equitación?

Agostina Canova: Con los caballos en sí me empecé a relacionar desde muy chiquita. Cuando tenía 10 años estaba viendo un dibujo animado en el que saltaban y le pedí a mi papá si podía empezar a entrenar ese deporte. Él no estaba muy de acuerdo, pero me dijo que sí. 

Así que empecé a ir a una escuela de equitación en Mendiolaza con quien se convirtió en mi entrenadora, Daniela Estévez. La verdad que no era muy buena, de hecho, casi me “expulsan”. Pero como me gustan mucho los caballos, me dejaron seguir y a la larga fueron saliendo algunas cosas. Eso me permitió, más tarde, trabajar también como equinoterapeuta. Sin darme cuenta terminé haciendo una carrera.

EM: ¿Cómo fue ese camino de alumna a profesora y cuál fue tu motivación?

AC: La forma en la que yo enseño equitación es bastante particular. Lo que siempre traté de hacer es mezclar todo lo que me ensañaron a mí: lo que aprendí de mi papá, más del lado gaucho si se quiere, lo deportivo y la equinoterapia. 

A partir de ahí, la idea fue inculcar la técnica y el adiestramiento, pero también enseñar sobre el caballo. La transición de alumna a profesora fue bastante orgánica. Empecé a dar clases cuando tenía 11 años, todavía era estudiante: aprendía y enseñaba a la vez. 

EM: ¿Cuándo te diste cuenta que eras profesora, más que alumna?

AC: La primera vez que llevé a alguien a competir, el año pasado. Fue la primera vez que me encontré sola, sin mi mentora, y estuvo bastante duro en muchos sentidos, muchísima ansiedad. También fue una enseñanza porque hoy me siento más segura de mi posición, estoy más cómoda con mi rol. Mis alumnos me ayudaron en ese sentido, siempre confiaron en mí.  


EM: ¿Cómo se te ocurrió crear una escuela de equitación en Unquillo?

AC: La idea como tal no surgió, no era el plan, honestamente. Todo comenzó cuando, con mi papá y mi sobrina, compramos una yegua. Al mismo tiempo, mi entrenadora me ofreció dar clases. Empecé con dos alumnos, lo que me permitía solventar el trabajo que implica un caballo. Y no sé en qué momento se transformó en una escuela con 30 estudiantes. Incluso dejé mi trabajo como periodista para poder dedicarme de lleno a este proyecto. 

EM: ¿Cuál fue el principal diferencial de esa escuela con los demás hípicos?

AC: La importancia que le damos a la conexión con el caballo, que los alumnos pasen tiempo con él. También disfrutar del entorno y compartir otras actividades, antes y después de la clase, para conectar a otro nivel. Ese es el principal diferencial.

EM: ¿Por qué tomaste la iniciativa de ir a trabajar al exterior?

AC: Hace tiempo que quería viajar. Surgió la oportunidad de trabajar en un campamento de verano, en Estados Unidos, como profesora. Estaba encargada de los caballos. Después me fui a México, anduve por Centroamérica y finalmente llegué a Italia, donde también trabajo con equinos. 

La decisión la tomé por cuestiones económicas. En Argentina no iba a poder avanzar al nivel que yo quería. Lo más duro fue comunicarles a mis alumnos que me iba.

EM: ¿Que aprendizajes rescatás de los países que recorriste?

AC: Estados Unidos no me interesó mucho, tampoco rescato alguna enseñanza como profesional de los caballos. Lo que sí, fue un gran desafío estar a cargo de un área en otro país y con gente de todas partes del mundo. 

En México es otro nivel, más similar a Argentina, las instalaciones son impresionantes. En Italia me sorprendí muchísimo. No tienen tantos peones (quienes se ocupan del caballo cuando vas a montar), la gran mayoría de los chicos preparan el caballo. Me parece importante que los jinetes aprendan todo, eso me está gustando bastante. También noto que son mucho más amables a la hora de hacer correcciones.


EM: ¿En qué se destacan los argentinos a nivel ecuestre? 

AC: Tanto Argentina como Brasil son dos países en los que se estudió mucho sobre etología. No se trata solamente de saber montar, tener una buena técnica a la hora de subirte al animal. Necesitás saber sobre el caballo, su comportamiento, su naturaleza. En mi caso particular, siento que implementé en otros países más cosas de las que pude aprender allí. 

EM: Entonces, ¿es un punto a favor ser argentino?

AC: Sí, porque también a la hora de viajar hay argentinos por todas partes del mundo.

EM: ¿Cómo es tu vida hoy y cuáles son tus planes a futuro?

AC: Mi actualidad va cambiando mes a mes. Actualmente ayudo en un hípico: alimento a los caballos y a cambio recibo clases. Mi objetivo es perfeccionarme constantemente. También estudio italiano. En un futuro, espero no tan lejano, quiero trabajar como profesora y, cuando sea el momento, poner acá una escuela o un centro hípico. Por ahora no tengo planes de volver a Argentina, salvo de visita. Me quiero quedar acá… voy a empezar a importar argentinos a Italia.

EM: Si tuvieras que agradecerle a alguien por todo lo que lograste, ¿quién sería y por qué? 

AC: Son un montón. Primero, obvio, a mi papá que fue el que me inculcó todo; a mi entrenadora, que me dio una muy buena base; a mi mejor amiga, que me salvó las papas siempre porque es veterinaria, y a mis alumnas, porque me recordaron la pasión de dar clases y confiaron en mí.