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Un viaje por la inclusión

Ángel Gregorutti es un joven vecino de Sierras Chicas a quien un accidente laboral dejó ciego hace diez años. Durante 2022 realizó un recorrido en bicicleta tándem por gran parte del país con el objetivo de concientizar sobre la importancia del deporte adaptado como parte fundamental de la inclusión social.
  • Producción: Martina Trossero, Ámbar Meoniniz y Bautista Juárez (4to IMVA). Manuela García, Valentín Guibert y Lautaro Cravero (4to IENM).

Hace unos diez años, Ángel Gregorutti, vecino de Villa Allende, perdió la visión tras un inesperado accidente de trabajo. A pesar de ese revés tan determinante, no tardó mucho en convencerse de seguir adelante con su vida y al poco tiempo ya se encontraba trabajando nuevamente, esta vez como telefonista en el Hospital Municipal Josefina Prieur.

Como cuenta a El Milenio, su condición no le impide cumplir ninguna de sus metas o aspiraciones, llevando una vida autónoma donde, además de trabajar, suele encontrarse muy abierto a participar de distintas clases de deportes.

Tal es su entusiasmo por practicar nuevas disciplinas deportivas, que no dudó en aceptar cuando le llegó una invitación de la Asociación Córdoba Bike para realizar un recorrido por el norte argentino, junto a otras personas con discapacidad visual, en bicicleta tándem. 

Se trata de un tipo particular de bicicleta provista de más de un asiento y más de una pareja de pedales (generalmente dos), cuya ventaja es que puede ser movilizada por el pedaleo de dos o más personas, y la conducción de una. “El objetivo era transmitir el mensaje de que es totalmente posible concretar esta clase de viajes, sin importar la condición ni las capacidades que uno tenga”, expresó Gregorutti a El Milenio.

La travesía se realizó a principios de septiembre del año pasado y duró alrededor de un mes. La misma contó con el apoyo de familiares, amigos y la municipalidad de Villa Allende, quienes lo felicitaron y alentaron a realizar esta aventura, además de colaborar con algunos gastos para la comida y el equipamiento.


Rodando por un país

Ángel comentó que, si bien había practicado ciclismo en el pasado, esta era su primera experiencia en tándem. Y aunque al principio encontró algunos obstáculos, como la coordinación y comunicación con su guía, rápidamente se adaptó a las condiciones de la ruta y disfrutó de la experiencia de pedalear en una bicicleta para dos personas. “En el transcurso del viaje te vas acostumbrando, intuyendo cuando la otra persona va a frenar o va a avanzar. Te vas conociendo y coordinando”, afirmó el entrevistado.

El tramo arrancó el 5 de septiembre y convocó a unas 13 personas, entre ciclistas con discapacidad visual y sus correspondientes guías, quienes afortunadamente disfrutaron de un viaje tranquilo y con buen clima por las principales localidades de Jujuy y Salta.

En teoría ese era el destino final del viaje, pero al llegar a la capital salteña, dos guías (Carla Gonzales y Abel Carrara) le proponen al ciclista sierrachiquense continuar viaje hasta la localidad cordobesa de La Carlota.

“Debíamos estar preparados físicamente y seguros de lo que íbamos a emprender. En este nuevo viaje, cada uno debía pedalear de lunes a lunes, un promedio de 70 a 130 kilómetros por día”, explicó Gregorutti. 

Aunque el desafío no era menor, la hermosa amistad que se había formado con sus nuevos compañeros de aventuras durante el viaje a Salta lo impulsó a aceptar la propuesta. En ese segundo tramo del recorrido, fueron acompañados y asistidos en automóvil por la madre de Abel, quien les ayudó con el tema de la comida y el armado de las carpas para dormir. 

Una vez llegados a Córdoba, las ganas de aventura inspiraron a Ángel y sus compañeros a extender el viaje hasta el mismísimo Obelisco en Buenos Aires, recorriendo más de dos mil kilómetros en menos de treinta días.

Con el desafío cumplido, Gregorutti confirma a El Milenio sus ganas de continuar viajando, y no sólo por el país. “Me gustaría viajar por el mundo, es algo en lo que estoy muy enfocado, pero por ahora seguiré haciendo zonas limítrofes, viajando con el mismo equipo que se armó en esta travesía, todos unidos por esta misma locura que es el ciclismo”, cuenta el protagonista de esta historia.


Lo aprendido en el camino

De todas las cosas que Ángel rescata de su aventura, elige destacar la solidaridad de la gente que se encontraba a medida que iban visitando y adentrándose en cada pueblo o localidad. “Era sorprendente cómo la gente se emocionaba al vernos llegar en bicicleta y se ofrecían para colaborar”, comenta. “¿Quieren agua caliente? ¿Pegarse una ducha? Nos decían. Es muy sorprendente la amabilidad y hospitalidad que puede surgir en estos viajes”, afirma.

Como ejemplo, cuenta una ocasión en la que tuvieron un inconveniente con la bicicleta y rápidamente varias personas se acercaron a ofrecerles ayuda, o aquella vez que tuvieron que buscar un herrero para reparar un pedal y lo que parecía un obstáculo insalvable terminó siendo un problema que se solucionó sin mayores contratiempos.

No obstante, para el vecino de Villa Allende, lo más importante que lograron en su recorrido fue “abrirle la cabeza” a mucha gente sobre las infinitas posibilidades que tienen las personas con discapacidad a la hora de emprender viajes o practicar deportes, siempre que cuenten con el equipo y el apoyo adecuados.

En ese sentido, el entrevistado sostiene que cada charla, cada foto que le pedían en el camino, cada explicación que daban sobre cómo funciona una bici tándem, sirvió para hablar un poquito sobre la inclusión social que falta en el deporte en particular y en la vida en general.

“Ya sea Tucumán, Salta o Santiago del Estero, en todas partes fue una novedad ver una bicicleta doble y encima pedaleada por una persona con discapacidad visual. De la misma manera se pueden adaptar otros medios para que personas con diferentes tipos de capacidades motoras puedan realizar sus propios viajes”, afirma Gregorutti.