- Por Lucía Gregorczuk. periodico@elmilenio.info
- Colaboración: Martina San Millán, Agostina Cragnolini y Serena Peter (4to IMVA). Guadalupe Sastre y Romeo Basbus (4to IENM).
Vecino de Villa Allende hace muchos años, Sebastián Silber dice sentirse pintor, aunque su primer acercamiento al arte se dio a través de la docencia, profesión que lo apasiona y que ejerce en el multiespacio Casa Roja (Alsina 447).
Hoy en día, sus trabajos más distintivos quizás sean los que él mismo llama “esculpinturas”, como los pájaros de largas patas que se encuentran en la rotonda de ingreso de la Villa. Con sus tonos brillantes y sus contrastes imposibles, estas obras dejan el color impreso en la retina de cada espectador, llenando de belleza los lugares más insospechados.
En diálogo con El Milenio, el artista habló sobre los garabatos que hacía su abuelo ruso, sus comienzos en la pintura y cómo fueron los tiempos de la pandemia. Además, contó algunas experiencias sobre el compromiso social del arte en los barrios populares, a través del muralismo.


“Estoy haciendo murales en sitios muy humildes de Córdoba y las personas se fascinan, se acercan a ayudar. El impacto de un día de trabajo en estos lugares es increíble, cambiás todo”
Sebastián Silber
El Milenio: ¿Qué circunstancias te llevaron a dedicarte al arte plástico?
Sebastián Silber: Yo tenía un abuelo ruso que hablaba muy mal español, pero siempre que estaba con sus nietos, se transformaba y nos hacía imaginar. Él dibujaba un garabato y nosotros teníamos que resolverlo. Era muy divertido y yo siempre esperaba encontrarme con él para jugar a su juego.
Después, más de grande, recuerdo algunas experiencias muy lindas y contemplativas. A la vuelta de mi casa había una tintorería de un japonés que criaba peces de muchos colores y el tintorero cerraba la puerta cuando me veía venir porque yo podía estar horas mirando los peces, me parecía una experiencia maravillosa.
Mis padres veían que pintaba y dibujaba mucho, así que un día me regalaron un caballete y témperas. Como no había espacios para aprender (como el taller de arte que yo coordino hoy en día), me arreglé con lo que tenía.
Cuando comencé mi carrera docente, una amiga me invitó a la Quebrada de Humahuaca, donde ella tenía un programa para aprender jugando y había armado varios talleres en una escuela pública. Fue una experiencia que me marcó, porque no teníamos un centavo, así que improvisábamos con lo que teníamos a mano. Vi niños tan pobres, pero tan felices, con tanta riqueza en su humildad y su arte, que me cambió la vida para siempre.
EM: ¿Cuándo empezaste a reconocerte como artista?
SS: Primero me sentí docente, que fue como comencé, y después, en la medida en que me fui comprometiendo con la producción de obras, me di cuenta que me interesaba el camino de las artes plásticas.
Empecé hace 25 años a dar un taller y hace 20 armamos un proyecto con Verónica Oyola, donde ella da teatro y yo artes plásticas, en este multiespacio que se llama Casa Roja. Ahí busco dar esas enseñanzas que no recibí de chico, cuando me hubiese encantado que existiera un espacio como el que tenemos ahora. Me formé en educación por el arte, se trabajaba el desarrollo de la creatividad, de la comunicación y la expresión. Empecé con niñeces y ahora también trabajo con personas adultas.
Hoy en día yo trabajo por serie y siento que hasta que no se agote esa serie, hasta que no me canse de eso, sigo. Trabajé una serie de cielos, de peces, de árboles, los peces se convirtieron en hojas y las hojas en pájaros. Entonces voy por períodos y temáticas.
En algún momento me interesó el 3D y me llamaron para hacer las esculturas sobredimensionadas que están en la rotonda de ingreso de Villa Allende. Son “esculpinturas”, porque yo vengo del caballete y todo el trabajo tiene esas texturas y cualidades cromáticas donde el color manda.



EM: ¿Qué querés transmitir con tu trabajo artístico?
SS: Una vez tuve una charla con un amigo y él me decía que el mundo ya estaba muy oscuro y que no le podíamos agregar con el arte más oscuridad, por eso la intención como artista debía ser embellecer o generar alegría. A partir de ahí hubo un cambio en mi manera de pintar, buscando de producir esa contemplación de cuando era niño.
Por ejemplo, hay muchas pinturas mías por el mundo, pero a mí me parece maravilloso que mi trabajo llegue a los barrios, porque con la Municipalidad de Córdoba estoy haciendo murales en sitios muy humildes y la gente viene y se fascina, se acerca a ayudar. El impacto de un día de trabajo en estos lugares es increíble, cambiás todo, porque el contacto con la gente es realmente una aventura.
Es muy curioso porque todo esto de los murales empezó justo con la pandemia, así que íbamos con todas las precauciones. Conocí casi todos los barrios de Córdoba y gente maravillosa, esto es realmente una pasión para mí, uno no escatima los esfuerzos cuando hace lo que le gusta. Me encanta trabajar en equipo, en los barrios, con la gente, porque la plástica es una actividad muy solitaria, pero hacer un mural implica salir afuera y poner el cuerpo.
EM: ¿Cómo ves la situación de Sierras Chicas respecto a las opciones para difundir el trabajo de artistas locales?
SS: Hay increíbles artistas por Sierras Chicas, talentosísimos, que no están muy reconocidos y no sé si tienen toda la visibilidad que se merecen. Cuando llegué a Villa Allende se hacían unas exposiciones de esculturas que eran maravillosas, pero se fueron perdiendo, así como otros espacios de visibilidad.
Creo que ahora se está recuperando de a poco, eso me entusiasma. En Unquillo también noto una linda movida, aunque hace falta más. Yo siempre creé espacios, porque a veces uno tiene que generar los eventos y eso hace surgir otras invitaciones. Si uno se mueve, se generan convocatorias, exposiciones, se va expandiendo como una ola y se van abriendo otras puertas.


