- Por Milagros Alcántaro. periodico@elmilenio.info
- Colaboración: Valentina Sandler y Bautista Ergueta (4to IENM). Candelaria Feijoó, Abril Marramá y Sofía Lagrotteria (4to IMVA).
Siendo apenas un bebé, Alejandro Lutien gateaba para asomarse a contemplar los aviones, o al menos eso le contaba su madre, buscando comprender de dónde venía su amor por las alturas. “No encontré otra opción ni quería otra cosa que no fuera volar”, confesó a El Milenio. “Realicé el sueño de mi vida”, afirmó sonriendo.
Su camino empezó a los 17 años, cuando hizo el curso de piloto privado en el Aeroclub de Río Tercero. Más tarde obtuvo la licencia de piloto comercial y piloto replicador en el Instituto Nacional de Aviación Civil en Morón (Buenos Aires), para finalmente dedicarse, desde los 23, a la aeroaplicación, mal conocida como fumigación.
El combate de incendios llegaría a su vida 17 años después. Como explicó Lutien, tras aprobar el curso de piloto privado, las licencias profesionales se consiguen por horas de vuelo: la primera es la de piloto comercial de avión (200 horas), después viene piloto instructor, aeroaplicador y piloto de combate de incendios (500 horas) y finalmente línea aérea (900 horas).
Sin embargo, los pilotos de combate de incendios no son los que más abundan. “Es una de las actividades que menos profesionales tiene, no llegamos a ser mil en todo el mundo”, alertó Lutien. Para él, algunas de las razones tienen que ver con que es una profesión muy específica. Mientras las líneas comerciales pueden llegar a contratar hasta tres mil pilotos, en nuestro país, los pilotos que combaten incendios no están bien remunerados.
“Como es algo estatal, a veces hay presupuesto y otras no, y el Estado paga tan poco que se nos va mucha gente. Combatiendo incendios, yo gano la mitad de lo que gana un chofer de colectivo urbano”, lamentó el piloto.
A pesar de este panorama adverso, la gran vocación de Alejandro por su oficio lo lleva constantemente a arriesgar su vida para combatir las llamas en distintos puntos de las sierras, desempeñándose como piloto refuerzo del Plan Provincial de Manejo del Fuego.

“A veces hay presupuesto y otras veces, no. El Estado paga tan poco que se nos va mucha gente. Combatiendo incendios, yo gano la mitad de lo que gana un chofer de colectivo urbano”
Alejandro Lutien
Trabajo en equipo
“El avión solo no apaga incendios y los bomberos solos, tampoco”, afirmó Lutien y explicó que cuando hay una línea de fuego que está avanzando, primero pasa el avión y enfría la zona, bajando la intensidad de las llamas para que los bomberos en tierra puedan avanzar con el chicote y apagarlas. “Es el trabajo de las dos herramientas lo que permite enfrentar el incendio”, expresó.
Como piloto de refuerzo del Plan Provincial, Lutien señaló que hace guardias diurnas de 22 días entre julio y diciembre. “Estamos en la sala de pilotos con el equipo y el avión listos para salir. Además, se informa a Provincia los aviones y los pilotos que están operativos”, explicó.
Allí, los aviadores esperan el llamado de la mesa coordinadora, que a través de un “director de tiro” les de la orden de despacho. “El director de tiro te dice qué sector atacar. Cuando llegás a la zona, le anunciás por radio que vas a descargar, porque si el agua le llega a pegar a un bombero lo podés lastimar. Son de dos a tres toneladas de agua que caen del cielo”, explayó el profesional.

Lutien explicó que además de pasar y enfriar las llamas, otra de las tareas que suelen realizar los pilotos es monitorear las zonas desde arriba y guiar a los bomberos, quienes en muchas ocasiones quedan atrapados por el fuego y desde tierra no pueden ver salidas.
La labor, por supuesto, implica un gran riesgo. En este sentido, una de las experiencias más fuertes que recuerda Alejandro sucedió durante un incendio en Cosquín. El viento llegaba a los 100 km/h, el fuego avanzaba hacia la ciudad y había una línea de casi 400 bomberos trabajando con solo tres aviones hidrantes.
“El viento era tan fuerte y había tanta tierra que cuando vos entrabas a baja altura, no veías absolutamente nada”, recordó. Como apuntó Lutien, cuando hay viento fuerte en la montaña se produce una turbulencia mecánica, ya que las corrientes de aire ascendentes y descendentes son muy fuertes. “El avión se sacude muchísimo, y aunque nos ajustamos el cinturón lo más que podemos, la cabeza con el casco nos va rebotando en los fierros, graficó.
En medio de este escenario, le llegó el aviso de que una camioneta había quedado rodeada por el fuego en el Camino del Cuadrado. Cuando Alejandro entró a la zona e hizo el tiro de agua, una corriente descendente aplastó el avión. En un afán desesperado, logró tirarse a una quebrada, pero casi choca con unos cables de alta tensión. “No me maté de casualidad. Luego de eso salí muy nervioso, fue una experiencia muy fea”, expresó.


El peso de volar
Cuando se le pregunta a Alejandro qué es lo que más le gusta de su trabajo, no duda un segundo en responder “volar”, pero al hablar de los contras, le cuesta distinguir uno. “Lo que hagas con pasión no tiene desventajas”, afirmó.
Aun así, reconoció que uno de los aspectos más difíciles de su trabajo es el hecho de que no siempre hay ofertas laborales cerca del lugar de residencia. “En mi caso yo tengo el trabajo en Córdoba, que es un milagro, pero muchas veces tenés que irte porque no hay trabajo en tu lugar”, explicó el aviador. “Cuando tenés familia es muy difícil, porque tenés que dejar a tus hijos. Me ha pasado y es durísimo, es algo que te lleva a cuestionar un montón de cosas”, confesó.
Por otro lado, un obstáculo importante es la falta de pistas para cargar agua, lo cual obedece a cuestiones geográficas. Alejandro explicó que cada camión de bomberos puede cargar 8000 litros, mientras que un avión necesita 2500 litros aproximadamente. El problema surge cuando se dan incendios a 50 o 60 km de las pistas de carga, lo que demora las tareas del avión.
Asimismo, destacó que la principal debilidad del Plan de Manejo de Fuego es la falta de aviones y bomberos. “Ahora tenemos 4 aviones, pero necesitamos 20; tenemos 6000 bomberos, pero necesitamos capacitar al triple. Nunca alcanza”, se lamentó nuevamente.


