El 7 de abril de 2016, María Angélica Flores Casanova, más conocida como “Keka”, dejó la ciudad de los artistas para siempre. En este homenaje que le rinde El Milenio, se recatan porciones de una de las últimas entrevistas que regaló a los lectores la musa del maestro Lino Enea Spilimbergo.

Por Redacción El Milenio | periodico@elmilenio.info
[dropcap]L[/dropcap]ino Enea Spilimbergo fue un eximio descubridor de bellezas pictóricas y como todo grande, dejó huellas imborrables, una de ellas es su musa inspiradora María Angélica Flores Casanova. La conocida “Keka” – arquitecta y artista – dejó de existir el pasado 7 de abril, inmortalizada en varios de sus pinturas, tantas que la artista había perdido la cuenta. Hoy, El Milenio la recuerda a través de una entrevista que supo realizarle un tiempo atrás en la mismísima Casa – Museo, donde el maestro de maestros la retrató con tan solo 15 años de edad.
Si bien vivió gran parte de su vida en Córdoba capital, Unquillo fue su gran campo de inspiración. La artista tras ser retratada por quien consideraba como un padre, recorrió el mundo en busca de su destino, el cual lo terminó encontrando en la ciudad de los artistas hasta el día de su muerte.
“Al terminar de estudiar y casarme, me fui a Europa por 12 años, cuando volví me quedé en la ciudad de Córdoba pero sin querer, me fui acercando a Unquillo y unos 20 años después terminé viviendo aquí, algo me trajo de nuevo”, le dijo a este medio algún tiempo atrás.
De paseo
En el momento que El Milenio entrevistó a Casanova, ella recordó que su familia, que era originaria de la ciudad de Córdoba, tenía una casa de descanso en Unquillo donde pasaban las vacaciones, pero con un detalle que marcaría su vida para siempre.
“La casa quedaba cerca de la de Spilimbergo – donde ahora es el museo- y con mi hermano mayor pasábamos por allí y siempre hacíamos un impase para conversar con el maestro, como le decíamos, porque era una persona muy interesante, aunque era de poca palabra, no muy sociable, algo antipático pero respetuoso a su modo y terriblemente distraído”, le explicó a este medio.
“Splilmbergo, era como mi papá, habrá tenido unos 60 años y yo unos 13 y estaba aprendiendo a cantar y tocar la guitarra y con eso capté su atención. Él en vez de conversar, prefería que tocara, se sentaba y se ponía a mirar el infinito, no sé qué pensaría y yo cantaba por largo rato, luego seguía pintando”.
El cuadro inmortal
“Un día mientras estábamos en su casa, llegó un hombre a comprarle un cuadro y le preguntó si alguna vez me había pintado, entonces Spilimbergo, me miró como si no me hubiese visto nunca antes, como si yo hasta entonces hubiese sido sólo una voz, y me preguntó si podía posar para él. Desde allí, al año de conocerlo, empezó a pintarme y pasé a ser su guitarrista y modelo”, confió.
En este sentido, los recuerdos de “Keka” demostraban que la química que existía entre el artista y la modelo era innegable, por lo que además de esa primera vez que fue retratada, la conexión entre ambos logró que ese momento se repitiera una y otra vez. Aunque aseguró a este medio haber perdido la cuenta respecto de la cantidad de apariciones en las piezas de Lino, si sabe que fueron muchas, pero tiene certezas de pocas.
“Yo tengo un cuadro que me regaló él, en el que me había pintado tocando la guitarra, pero luego decidió sacarla así que logran apreciarse las líneas que quedaron marcadas de la guitarra. Lo he prestado para algunas exposiciones incluido una vez en Barcelona, mientras viví en Europa. En el museo Spilmbergo de Unquillo no hay ningún original en los que yo haya posado, lo que hay son dos fotos”, mencionó por aquel entonces.
Por otro lado, a lo largo de su vida se fue enterando de la existencia de algunas otras obras: “En una oportunidad me contaron que en el Museo de Arte moderno de Buenos Aires vieron uno titulado ‘Las manos de la Keka’ y recordé que en varias oportunidades había pintado mis manos. Además, hay uno cuadro titulado “keka” que está en el museo Caraffa en Córdoba que recuerdo que estuve presente cuando se lo compraron, pero no recuerdo cada cuadro para los que posé” comentó la modelo del artista”.
“Unquillo, a pesar de haber sido un centro muy importante artísticamente hablando, considero que no tiene mucha vida artística, aunque la proporción de artistas según la densidad poblacional es muy alta, siempre fue así. Desconozco la causa de esta atracción que despierta en la comunidad artística, pero me ocurrió incluso a mí”.
Tras ser la musa del maestro
Para “Keka” Casanova, todo lo que le sucedió a lo largo de su vida fue marcándola, contribuyendo y forjando su destino: “Pero, en ese entonces, yo era muy joven, no me sentí especial porque me haya pintado, no dimensionaba ni era consciente de la importancia; aunque ya era un artista respetado y yo lo sabía. Lo mismo, con él se daban ambos extremos, había personas que sabían de su reconocimiento a nivel artístico y venían a sacarse fotos con el famoso y después la gente local que no le prestaba mucha atención”, aclaró.
Tal fue la conexión, que Spilimbergo terminó siendo como un padre para la arquitecta, algo así como una imagen de autoridad, “un hombre plantado” que la guió: “De hecho, empecé a pintar con pasteles porque él me enseñó. También, me sugirió que no me dedicara solamente a la pintura para que no me ocurra de tener que trabajar en algo que no me guste, como le pasó a él siendo empleado del correo. Por lo que de algún modo, estudié arquitectura impulsada por Spilimbergo, ya que fue la forma que hallé para plasmar la actividad artística en la que me inicié por él”.
Recordar lo vivido
“Haber conocido al maestro, me marcó a fuego. Tuve la dicha de compartir bastante con él incluso hasta el día de su muerte, que fui una de las primeras personas en llegar a su casa, y antes lo había ido a visitar cuando estuvo internado un tiempo en un neuropsiquiátrico en Córdoba por su problema con la bebida. Fue muy triste, murió pobre, solo y con muchos problemas”, recordó en aquel momento.