La 4° edición de la Feria del Libro organizada por el Instituto Educativo Nuevo Milenio (IENM) la semana pasada contó con la presencia de reconocidos escritores, periodistas, narradores e investigadores que vale la pena rescatar. Dos de ellos, Ignacio Scerbo y Graciela Bialet, dejaron su impronta con una temática muy particular: la relación de los jóvenes con la dictadura a través de la literatura, e intentaron, cada uno a su manera, transmitir la antorcha de la memoria a las próximas generaciones.
Por Lucía Argüello | luciaarguello@elmilenio.info
Colaboración: María del Mar Reyna (4° IENM),
Candelaria Argüello y Delfina Bruno (4° IMVA).
El derecho a saber

[dropcap]P[/dropcap]arece mentira, pero muchos niños y niñas hoy no saben qué sucedió durante la última dictadura militar en Argentina. Esta contundente afirmación golpea desde la contratapa de “Leer al desaparecido en la literatura argentina para la infancia”, un libro que indaga cómo los años más oscuros de la historia argentina reciente han ingresado en la literatura infanto-juvenil de los últimos treinta años. Ignacio Scerbo, su autor, es licenciado en Letras Modernas, profesor e investigador de la UNC y miembro del Centro de Difusión e Investigación de la Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ).
“Yo tengo 30 años. Viví el colegio en los ’90, una época en la que hubo claras políticas de olvido, donde ni la escuela, ni la familia, ni la televisión tematizaban la dictadura. Cuando entré a la universidad descubrí un pasado que se les había ocultado a los jóvenes de mi generación: la existencia de una dictadura militar que aún seguía cometiendo delitos socialmente, con el robo de bebés, los cuerpos de las personas desaparecidas, los indultos a los dictadores. Entonces tuve esa sensación de que era algo que tendría que haber sabido y no sabía. Me sentí engañado y pensé que eso no le podía pasar a las próximas generaciones”, contó Scerbo tras salir del taller que brindó durante la cuarta edición de la Feria del Libro del IENM.
“La recepción de los jóvenes es muy buena porque es un tema muy sensible. No hay forma de no interesarse, sí o sí hay algo que moviliza, que interpela, que genera cierta bronca y cierta necesidad de saber más. Se trata de valores que los chicos tienen bien claros, como la vida o la libertad”, comentó el investigador con respecto a la actividad compartida con los alumnos del IENM y defendió la importancia de tratar estos temas con los jóvenes y niños.
“Los niños muchas veces son enfrascados por los adultos, mi idea es romper con esa idea de que los niños no tienen relación con la historia, o que no entienden, o que es muy doloroso y no tienen que saberlo. Son perspectivas adultocéntricas y proteccionistas que incluso van en contra de los derechos de los niños a acceder a la información que les hace falta”, opinó Scerbo.
“En Argentina el trabajo de la memoria está focalizado en algunas personas, no es una tarea social general. Y es un trabajo realmente necesario, especialmente en nuestro país, donde ha habido cinco dictaduras y nunca estamos exentos de la posibilidad de que haya otra e incluso hay un montón de gente a la que le encantaría. Me parece que es una tarea por hacer, una tarea de construcción de ciudadanía y de fortalecimiento del espíritu democrático”, concluyó el escritor.
La otra historia

[dropcap]M[/dropcap]ientras tanto, a solo unas aulas de distancia, Graciela Bialet abordaba una temática similar, ya no desde la investigación y el taller participativo, sino a través de la ficción. “Los sapos de la memoria”, su libro, cuenta la historia de Camilo Juárez, un joven de 17 años hijo de desaparecidos que a fuerza de determinación desarma el camino de su vida y la de sus padres para encontrarse con su identidad y con una etapa de la historia argentina de la que poco o mal sabía.
Con 60 años y más de 25 obras publicadas, Graciela Bialet ha transitado por el periodismo, la escritura y la docencia, aparte de ser una ferviente promotora de la literatura. En la charla abierta con los jóvenes alumnos del IENM, la autora rememoró cómo surgió “Los sapos de la memoria”. “A mí me tocó vivir en una Argentina muy convulsionada. En el mismo 1955, por los días en que yo nacía, hubo un golpe de estado. En 1976 yo tenía 21 años y estudiaba comunicación social en la UNC. De 300 alumnos que éramos en ese momento, hubo 46 desaparecidos. La dictadura no nos pasó desapercibida a los que vivimos esa época”, recordó la escritora.
“Cuando volvió la democracia en 1983 yo creí que todo iba a recomponerse, que todo iba a estar bien, que iban a aparecer los desaparecidos y todo. Pero no sucedió. No sólo no sucedió sino que hubo algunos intentos de enjuiciar a los responsables y después todos quedaron libres. Y eso me fastidiaba de tal manera que se produjo como un silencio en mí, no podía escribir más nada”, contó Bialet.
Y fue de esa impotencia que nacieron “Los sapos”, el libro que la llevó de la literatura infantil a la juvenil por primera vez. “Había que seguir haciendo de cuenta que no había sucedido, pero yo no podía hacer de que cuenta que no había sucedido. Porque todos esos amigos míos no estaban más y yo me sentía culpable de haber sobrevivido. Me parecía que desde mi lugar de intelectual y escritora, por lo menos, tenía que contar la otra versión, la otra historia”, afirmó la escritora.
Ficción y realidad
La historia de Camilo Juárez en “Los sapos de la memoria” es una ficción pero, como suele suceder, muchas veces es superada por la realidad. Aunque incluso para Graciela Bialet fue una sorpresa abrir el facebook un día y encontrarse con un mensaje de un tal Camilo Juárez, hijo de desaparecidos, que le contaba una historia muy parecida a la del protagonista de su novela.
“Yo pensé que estaba loco, que era mentira. Pero cuando lo estoy por borrar veo que teníamos amigos en común, hijos de desaparecidos. Entonces lo llamo a uno y le pregunto por este Camilo y me dice ‘¡No lo borres! ¡En serio existe!’ Así que ahora somos re amigos. Él me carga porque yo siempre digo que Los sapos me escribieron a mí y él me dice ‘no, me escribieron a mí'”, comentó Bialet con una sonrisa.