El Milenio

Noticias de Sierras Chicas

La poesía como espacio personal

Vivió en el exilio con su familia, volvió con historias en las manos y las fue hilvanando en relatos que se convirtieron en poemas, novelas y cuentos. En diálogo con El Milenio, Gonzalo Vaca Narvaja nos cuenta cómo se desarma y reconstruye en la palabra, buscando un punto intermedio entre la prosa y la poesía.

Redacción: Lucía Gregorczuk. periodico@elmilenio.info Participaron: Morena Pavón, Sabrina Ponce de León y Juana Correa (4to IMVA). Diego Vaca Narvaja y Franco Acebal (4to IENM).


Su oficio con las palabras se inició en México, cuando, a los 18 años, empezó a trabajar dentro de una editorial, en una época marcada para él y su familia por el exilio que vivieron durante la dictadura del 76. Gonzalo Vaca Narvaja es escritor y editor, habitante de la poesía, aunque no se anima a llamarse poeta. Desde su punto en el mapa, en Unquillo, se mueve en una búsqueda constante entre la palabra y la filosofía, búsqueda que alimenta su construcción como persona y su obra como artista. 

“Con palabras es posible anular todas las contradicciones que son imposibles de lograr físicamente. La poesía tiene ese poder de decir las cosas que racionalmente no existirían, pero que sí trascienden”

Gonzalo Vaca Narvaja

El Milenio: ¿Cómo se dio tu relación con la escritura?

Gonzalo Vaca Narvaja: La relación con la escritura empezó porque básicamente en mi casa siempre hubo muchísimos libros. Mi papá era abogado y un gran lector, le gustaban las novelas y todo lo que se refería a la historia, además de lo jurídico.

Al principio no leía mucho, pero después le agarré el gusto a los libros. Yo vivía en el campo, en Villa Warcalde, cuando no había nada en la zona. En ese momento, leer estaba al mismo nivel de lo que hoy es para los jóvenes una tablet. Yo viajaba leyendo.

Más tarde, toda la situación vivida en el país hizo que la palabra escrita y leída tuviese una connotación distinta para mí, porque estaba más referida a la vivencia subjetiva de lo que significaba irse del país. 

Entonces, la palabra siempre fue la posibilidad de encontrarme conmigo mismo y a su vez encontrarme con otros, porque de a poquito uno se va animando a mostrarse. Empecé escribiendo de adolescente, pero me daba mucha vergüenza. La primera publicación que me animé a hacer fue una poesía en una revista de México, que se llamaba Gilgamesh.

Cuando volví a Argentina saqué mi primer libro, que a la vez era uno de los primeros textos que hablaban de la vivencia del exilio, lo cual era difícil por el contexto. Eso me supuso una escritura difícil porque tenía que decir y no decir, era como la aplicación de una autocensura constante ante el no poder contarlo naturalmente como un testimonio de vida.

Después publiqué un poema largo llamado El Cuerpo, que está dedicado a mi padre. Fue un desafío porque trabajé mucho en el lenguaje, el despojo de todo aquello que es ornamental o es descriptivo para tratar de llegar a algo que era mucho más medular o esencial.


EM: ¿En qué géneros literarios has incursionado y cuáles son tus preferencias?

GVN: La poesía es algo que siempre me llama. A veces la poesía es ese espacio subjetivo, propio, personal, que hace que uno pueda contar y pueda decir con esa economía de lenguaje y esa precisión que demanda el género.

Y, por otra parte, la poesía es esa cosa que es “cosa”, como le digo yo, porque es algo tan indefinido, está tan próximo a la filosofía, a la música, a aquellas cosas que hacen al espíritu de la persona, que la plantean, la plasman y le dan una vuelta, porque con palabras es posible anular todas las contradicciones que son imposibles de lograr físicamente. 

La poesía tiene ese poder de decir las cosas que racionalmente no existirían, pero que sí trascienden, porque tienen que ver con esa energía y ese espíritu humano que lo hace absolutamente diferente y bello. Esa es la contundencia que tiene la palabra.

Sí he incursionado en otros géneros que tienen que ver con la novela, la narrativa sobre todo, que es lo que más me gusta. Ahora hice una novela que se llama “Bajo la sombra de los talas” y terminé otra que andaba dando vueltas, porque uno cuando escribe algo, en general lo hace girar, ¿no? Por ejemplo, el poema que le dediqué a mi padre, El Cuerpo, tardé cinco años en escribirlo y son 20 páginas. La que terminé el año pasado, tuvo siete años de trabajo, para decir algo en 120, 130 páginas. Siempre hay una expulsión en la creación y hay una satisfacción que se logra con eso, que es maravillosa cuando alcanza a un lector.

EM: ¿Te considerás poeta o escritor?

GVN: Yo siempre digo que encontré un camino al medio en eso, porque puedo ser un escritor en proceso, alguien que juega con las palabras, pero definirme poeta no lo puedo hacer yo, porque sería como… es demasiado grande y quizás el respeto que uno le tiene a la poesía sea una de las cosas que hace difícil ponerse en los zapatos de los poetas.

Prefiero siempre mantener esa duda, no lo voy a definir yo, sino que lo definirá el tiempo si es que queda alguna palabra, porque por ahí no queda ninguna palabra de lo escrito. En general somos seres para el olvido, nuestra vida transcurre y tiene presencia mientras existe. 


EM: ¿Cuál dirías que es tu impronta o las particularidades que te distinguen a la hora de escribir?

GVN: Yo creo que en lo poético mi particularidad está dada por el silencio, que tiene que ver con la pausa y, en algún sentido, con tratar de trabajar la imagen con una sencillez muy particular. Una palabra que dice algo dentro de un contexto que es capaz de definir algo particular.

Es como una música porque, aunque no uso la rima, sí encuentro que hay una musicalidad dando vueltas. Si no, no me gustaría, porque no me gusta aquello que pega y martilla sobre una mesa, sino aquello que tiende a deslizarse.

EM: ¿Cuáles dirías que son los logros y las materias pendientes de tu recorrido?

GVN: Creo que el mayor logro es el aprendizaje con el que me he encontrado, tanto en el proceso personal, en cuanto a la construcción de uno mismo como ser humano, como en lo social, que sería toda la gente con la que me he encontrado dentro del mismo ámbito, escritores, poetas, narradores, narradores orales, gente de teatro y de la música.

Y en cuanto a mis materias pendientes, hay un espacio de búsqueda en todo eso que uno tiene y vive, que trata de ir armándolo, rearmándolo con la escritura. Hay una búsqueda muy grande en mí que tiene que ver con lo filosófico, con esa mirada diferente que creo que todos deberíamos tener.