- Colaboración: Lucía González y Lucio García (4to IENM). Alejo Gingins y Simón Canziani (4to IMVA).
Hace más de 20 años, en Villa Allende, surgió una sociedad civil con el fin de acompañar los trayectos educativos de niñas, niños y jóvenes con dificultades socioeconómicas. Se trata de la Liga Educación, una entidad que inició con la apertura de programas para promover el desarrollo de habilidades, en un intento por reducir las desigualdades sociales.
En la búsqueda de financiamiento, la Liga creó el Ropero Solidario, allá por 2008. Rocío Costa Teves, actual directora ejecutiva de la sociedad civil, contó a El Milenio que las socias fundadoras “empezaron recogiendo donaciones de ropa en sus círculos más inmediatos”. Luego, las prendas obtenidas se colocaron en perchas y así inició paulatinamente la venta.
“La propuesta se conoció gracias al boca en boca de la gente que pasaba por donde estábamos en ese entonces”, rememoró. Al tiempo, la Liga cambió de sede y se trasladó a Castelli 428, en barrio Cóndor Bajo, donde funciona actualmente. Ante la falta de espacio en el nuevo sitio, “el roperito” adoptó la modalidad de feria itinerante.
No fue hasta 2012 que el proyecto pudo tener un lugar propio. De esta manera, se consolidó la iniciativa, que actualmente funciona como un local comercial, abierto al público de lunes a sábado en Av. Goycochea 214.
Mediante la propuesta, se apunta a un triple impacto: donación, reutilización y sustentabilidad, que son pilares en la misión institucional de la Liga Educación.

El Milenio: ¿Cómo está conformado el Ropero Solidario?
Rocío Costa Teves: Hay una coordinadora, Paula Otto, que se desempeña de forma remunerada, ya que el suyo es un puesto que demanda mucho trabajo. Ella se encarga de la selección de la ropa, hace la logística, busca las donaciones y coordina a los voluntarios, entre otras tareas.
Luego contamos con un staff de voluntarios que se ocupan principalmente de la atención. Actualmente son tres, cada uno ocupa días y horarios fijos. Graciela, que comenzó comprando y después se propuso como voluntaria (y es una excelente vendedora), atendiendo dos días a la semana.
Después está Santiago, un joven que se encarga de los sábados. Su mamá y su abuela ya habían participado en otros proyectos de la Liga, entonces también quiso formar parte. Y por último tenemos a Martina, estudiante universitaria, y Gustavo, pero él viaja mucho.
Por otro lado, nuestros estudiantes tienen una materia llamada Práctica Solidaria, la cual implica un periodo de 30 horas en alguna actividad social y, por lo general, las cumplen en el ropero.
EM: ¿Con qué desafíos se enfrentaron desde la apertura del local?
RCT: Principalmente, el tema de los voluntarios, que tienen un ciclo de vida limitado y después, generalmente, dejan de participar. Por otro lado, la competencia. Se puso muy de moda la venta de ropa usada, sobre todo en pandemia. Si bien nos alegra porque es una forma de contribuir al cuidado del ambiente, hubo un momento en que había ferias en todos lados, entonces bajaron nuestras ventas.
Tuvimos que pensar cómo dar una vuelta de rosca al local. Aun así, el roperito nunca cerró. Lo que hicimos fue cambiarle la fachada, renovar la cartelería, activar más las redes sociales y difundir activamente que nuestra misión es fundamentalmente solidaria, no tenemos afán de lucro.
EM: ¿Reciben el apoyo de alguna organización o empresa?
RCT: Tenemos muchos aliados. Por ejemplo, hay tiendas de indumentaria que hacen donaciones. También hay un grupo solidario de colegios privados que han hecho campañas importantísimas para ayudarnos, fundamentalmente en pandemia. Otras empresas a veces organizan eventos y las entradas son a beneficio de la Liga, por lo que la gente lleva ropa, juguetes y donaciones.
Una amiga de Mendiolaza se dedica a la reorganización de espacios y cuando va a remodelar una casa, pregunta si las cosas en desuso pueden ir para nosotros. Por suerte, contamos con una red muy grande de personas que constantemente piensan cómo ayudarnos.

EM: ¿De qué forma se puede aportar a la iniciativa?
RCT: Lo más importante son las donaciones de ropa. Sobre todo, de hombre, que es la que más nos cuesta conseguir, así como calzado para todas las edades. Por ahí nos llegan muchas sandalias, que sacamos a fin de año, pero lo que más hace falta son zapatillas.
Después, todo lo que se imaginen es bienvenido, siempre y cuando esté en buen estado, es decir, sin agujeros, limpia, como si la fueran a usar ustedes. Generamos campañas en cada cambio de estación y damos indicaciones sobre cómo esperamos recibir la ropa. En cuanto a la entrega, si llega clasificada (por género, estación, edad, etc.), mejor, si no, lo hacemos nosotros.
Las donaciones se pueden llevar a nuestra sede o escribir por nuestras redes así las retiramos. Buscamos gente que haga esa tarea de búsqueda y si bien el voluntariado es algo más complejo, esa ayuda también sirve. Por supuesto, también se puede contribuir como voluntario. Son tres horas semanales de su tiempo para aportar a la educación. Además, siempre hay flexibilidad en cuanto a días y horarios.
EM: ¿Cuáles son los planes del proyecto a futuro?
RCT: Nos encantaría tener un local más grande. El actual nos queda chico y por ahí nos llegan propuestas muy buenas, pero no podemos llevarlas adelante por falta de espacio. Nos encantaría hacer un paseo cultural, que podamos poner libros, un café o algo de eso, ya que promocionamos mucho la lectura, siempre.
En eso tienen que ver cuestiones económicas y estratégicas. La zona en la que estamos es linda, la gente nos conoce y el ropero ya logró su impronta, por lo cual estamos conformes en ese sentido, pero nos queda pendiente esta cuestión.
