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13.000 km de Siria. Arte para transformar la mirada

Con “13.000 km de Siria”, el Grupo Documenta se propuso retratar la realidad de los refugiados en Argentina. Tras su estreno a mediados de este año, Marina Rubino, partícipe de la realización audiovisual del filme, cuenta los pormenores del documental que narra la historia de los refugiados que dejaron su tierra atrás y los “llamantes” argentinos que los acogieron.

Colaboración: Facundo Ruiz, Martina Carranza y Mariano Lencina (4to IMVA). Misael Vaca e Ignacio Romero (4to IENM).


A través de la disposición 3915/2014, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner puso en marcha el Programa Siria, con el fin de acoger a los afectados por la guerra civil en dicho país. No obstante, no fue hasta 2017 que Fernando Lojo se enteró del proyecto, dirigido en ese entonces por Mauricio Macri, que lo había retomado tras una interrupción.

La noticia llegó a sus oídos por un amigo, Gonzalo Lantarón, que trabajaba en la Dirección Nacional de Migraciones. Al conocer la iniciativa, el productor ejecutivo tuvo en claro que esas historias debían inmortalizarse. Así decidió sumar a los unquillenses Marina Rubino y Darío Arcella, la dupla de realizadores audiovisuales que conforman el Grupo Documenta y que no dudaron en sumarse al proyecto. 

“El programa gubernamental suena muy bonito, porque la sociedad civil se organizó también para traer a las familias, pero en la práctica el Estado no tuvo una participación muy presente”, contó Rubino y reveló que se apuntaba a traer aproximadamente tres mil personas y sólo se llegó a un 10% del objetivo.

Bajo la dirección de Lojo, el equipo se propuso retratar la vivencia de esas minorías que arribaban al país, naciendo así “13.000 km de Siria”. A su vez, el documental refleja la experiencia de los “llamantes”, aquellos argentinos que abrieron las puertas de sus hogares para recibir a los refugiados.

“Su misión es acompañar a los recién llegados para integrarlos. Esto implica sostenerlos económicamente, que tengan casa, comida y aprendan el idioma, por el plazo de dos años, hasta que tengan herramientas para independizarse”, detalló Rubino.

“El tópico pautado era trabajar sobre las vidas privadas, no el conflicto que sucede en Siria, porque muchos no querían hablar de eso. Además, la restricción fue buena para no abarcar demasiado”, añadió la realizadora sobre el largometraje documental que finalmente vio la luz en mayo de este año.

El Milenio: ¿Qué te atrajo a vos personalmente de esta propuesta cuando fuiste convocada?  

Marina Rubino: Me pareció que era una historia que había que contarla. Era un tema muy caliente y esos relatos de desarraigo me remiten al pasado de mi propia familia, mis abuelas y abuelos que llegaron también escapando de la guerra. 

Me interesó la cuestión de la desprotección a la que están expuestas estas personas, que dejan su casa y deben venir sin nada a un país con otra cultura, idioma, religión, etc. Yo aprendo a través del cine y otras historias, como también de la mía. Me parece que el arte sirve para transformar la mirada, hacer crecer la forma de ver el mundo y por eso sentí que debía darle para adelante. 

EM: ¿Cuáles fueron los mayores desafíos que tuvieron durante la producción?

MR: Que estas personas aceptaran ser retratadas, algo que ocurre en casi todos los proyectos documentales, ya que no todo el mundo quiere estar del otro lado de la cámara. 

Otro obstáculo es que hicimos la película con muy poco dinero. Todo surgió a partir de la iniciativa de Fernando y nosotros pusimos nuestro equipamiento, fuerza de trabajo, esfuerzo y dedicación. Entonces, queríamos terminar la película, pero mientras tanto teníamos que comer y cada uno trabajar por su cuenta.

Por otro lado, como la gente de Siria vino al país muy ilusionada y son personas con un nivel intelectual alto, no querían hacer cualquier trabajo. Argentina no es país donde abunden las fuentes laborales para gente preparada y eso generaba cierto enojo. Si bien nosotros no teníamos nada que ver con el programa gubernamental, hubo cierta discordia. 

Por último, el tema del idioma también fue un desafío, lógicamente.

EM: ¿Cómo viene reaccionando el público hasta ahora?

MR: Estrenamos este año, en mayo, en el Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos, que es uno de los principales de Argentina. La primera vez que se pudo ver en vivo para todo público fue en el Cine Teatro Municipal Rivadavia de Unquillo.

Fue hermosísimo intercambiar ideas y es lo más enriquecedor que hay para los que hacemos cine, que lo vea el público. Por su parte, la crítica especializada fue bastante buena, constructiva. Pero, personalmente, la opinión que más me interesa es la de la sociedad y la de quienes participaron.

EM: ¿Qué lectura hicieron los protagonistas?

MR: Una mujer llamante, Lili, que fue la primera en traer una familia siria, estaba muy emocionada. Nos dijo que la película había sido muy respetuosa a la hora de contar el proceso, que obviamente es doloroso.

En cuanto a los sirios, les gustó. Muchos son jóvenes y actualmente ya están integrados. Cuando filmamos eran niños y al estrenarse compartieron lo logrado para mostrar quienes eran hace tres años. Se sintieron respetados y bien retratados.

EM: ¿Que resaltarías como particular de la experiencia de proyección en Unquillo?

MR: Como artista, el cine me parece el lugar indicado para mostrar lo que hago, más en este caso porque vivo en esta ciudad. En ese momento se da lo que yo llamo la “liturgia del cine”, que es toda esa ceremonia donde se apaga la luz, se supone que también los celulares y, durante el tiempo que dura la película, 30 personas estamos concentradas en esa proyección, lo que para mí es sagrado. 


EM: ¿Qué aportó esta experiencia a Grupo Documenta? 

MR: Es una película más, lo cual no es poca cosa. A veces trabajamos con presupuesto y otras sin presupuesto, lo cual no está mal, porque invertimos creatividad, tiempo, talento y nuestro dinero para hacer algo. No todo es un intercambio monetario. Quedó una película que se está viendo a nivel nacional, la misión está cumplida.

Además, hasta hace un tiempo nadie sabía ni que estaban llegando familias refugiadas y que somos un país receptor. Trabajar con estas minorías favorece al crecimiento de todos los habitantes, a la integración y al respeto. Que desde el arte podamos incentivarlo, me parece fundamental.

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