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Moldear el oficio

Técnica milenaria como pocas, aunque vigente como nunca, la cerámica no deja de expandirse en Sierras Chicas, cosechando cada vez más adeptos para la compra y la venta. Una de las ofertas más consolidadas viene de la mano de Fernanda Bustos y José López, una pareja que desde su casa-taller produce diversas piezas para acompañar la cotidianeidad de sus clientes.

Colaboración: Máximo Contigiani y Agustín Guzmán (4to IMVA). Octavio Bottarelli y Bruno De Santis (4to IENM).


El arte puede conducir por infinitos caminos, tal como le sucedió a Fernanda Bustos. Aunque la artista plástica transitó la escultura y tiempo después se enamoró del grabado, fue la cerámica la rama que le permitió conjugar la pasión por el arte, su trabajo y la vida personal. 

Así, junto a su compañero, José López, se embarcó en un proyecto que ya lleva siete años funcionando. Artesanías en Cerámica Sierras Chicas tiene su base en Río Ceballos, lugar que la pareja eligió para vivir a raíz de la “movida cultural” que caracteriza a la zona. 

“Empezamos un poco asustados. Si bien yo había trabajado en otro taller antes, no diseñaba las piezas, entonces nos arriesgamos tímidamente”, recuerda Fernanda sobre los primeros pasos de un emprendimiento que nació por el deseo de sostenerse económicamente a partir de una actividad que los complaciera. “Nuestro principal objetivo es divertirnos”, afirma.

Con los años, lo lograron. “Fuimos creciendo de a poquito, siendo la cabeza de esta propuesta y también la mano de obra”, reflexiona la ceramista y explica que cada producto es pintado individualmente, con un diseño único y exclusivo. “El disfrute que sentimos con este trabajo se ve reflejado en cada pieza”, sostiene con una sonrisa.

Aunque José no viene del rubro artístico, el dúo supo combinar y sacar provecho de sus diferentes habilidades. A la hora de crear, Fernanda vuelca sus conocimientos en lo referido al diseño, mientras la parte técnica (los moldes, el colado, la limpieza de cada pieza, etc.) depende de José. Esta sinergia le permitió al equipo forjar una identidad propia que sabe perdurar en el tiempo y hoy trasciende la región para llegar a provincias de todo el país.

El Milenio: ¿Qué tipos de productos ofrecen?

Fernanda Bustos: Fundamentalmente hacemos piezas utilitarias, como platos, tazas, cuencos, jarros de cerveza, ensaladeras, mates, etc. Ese es nuestro fuerte, aunque en menor medida también realizamos algunos productos de decoración.

Asimismo, tomamos pedidos personalizados para, por ejemplo, cumpleaños, aniversarios e inauguraciones. En ese caso, nos juntamos con el potencial cliente e indagamos sobre sus expectativas, necesidades y gustos. Escuchamos sus propuestas a la par que sugerimos algunas cosas. En ese camino hemos tenido la dicha de conocer personas que empezaron como compradoras, y terminaron siendo amigas. 

EM: ¿Qué necesitan para realizar sus piezas?

FB: A nivel material, empezamos comprando los insumos en Córdoba capital, pero ahora tenemos la posibilidad de ir directamente a fábrica, en Buenos Aires. Allá conseguimos tanto el barro, que se llama barbotina (una mezcla de arcilla y agua de consistencia barrosa), como los pigmentos y los esmaltes. 

Hay mucha diferencia, no solo económica sino también de calidad, porque es ir directamente a la fuente. Eso quiere decir que el material no pasó por otras manos y no ha sufrido ningún tipo de adulteración. 

Y lo más maravilloso es que todos los ceramistas de la región contamos con el mejor matricero que hay en la Argentina, que es José Menier, y es a quien recurrimos para obtener los moldes, además de su conocimiento y mucha información. En cuanto a lo técnico, contamos con dos hornos eléctricos de un metro cúbico cada uno.

EM: ¿Cómo es el proceso productivo?

FB: Varía con cada pieza e influye también si hay que arrancarla de cero, colarla, esperar que se seque, limpiarla, etc. Dependiendo del tamaño, ocupan un lugar mayor o menor en el horno, por lo que llenarlo a veces nos lleva entre 20 y 25 días, en función del clima también. Además, los diseños no se repiten. 

Por eso lo primero que tuvieron que aprender los clientes es que nuestro trabajo nunca está listo antes de los 30 días. A partir de ahí empezaron a pedir con más anticipación para la temporada, o en dos tandas, haciendo la lista con tiempo para no quedarse sin stock.

EM: ¿Qué dificultades tuvieron durante estos años?

FB: Al principio, apenas llegamos a Río Ceballos, el mayor inconveniente fue hacernos conocer. Iniciamos con un puesto en la Plaza de los Artesanos para ir allanando el terreno y con el tiempo fuimos creciendo.

El año pasado con la pandemia se complicaron los envíos desde Buenos Aires a Córdoba y no podíamos coordinar con el proveedor. El aumento del dólar también nos condiciona, porque muchos de nuestros materiales son importados. De todas formas, este es un oficio que nos gusta muchísimo, así que seguimos peleando para no dejar de producir a pesar de los inconvenientes. 

EM: ¿Qué estrategias utilizan para la venta y distribución de sus productos? 

FB: El primer espacio que tenemos para la producción y venta es nuestra casa-taller. Trabajamos a puertas abiertas, la gente a la que le gustan nuestros productos sabe dónde vivimos, se llega y nos encuentran en cualquier horario. Hoy, con siete años en el lugar, nuestro espacio ya es conocido y recurrente.

Nos serviría muchísimo más la explotación de las redes sociales, pero ambos pasamos los 50 años y no tenemos paciencia para esas cosas. A veces recurrimos a alguien que nos haga un trabajo, pero nuestro mayor logro es el boca en boca, las recomendaciones de nuestros clientes. Además, ofrecemos facilidades de pago y mejoras de los productos, entre otras cuestiones que colaboran a la venta.

EM: ¿Qué planes tienen a futuro para este emprendimiento?

FB: Los artistas y artesanos no nos fijamos grandes metas. Al tratarse de un trabajo independiente, depende totalmente de la responsabilidad y el tiempo que uno le pone al oficio. En principio, nuestra próxima meta es conseguir un terreno para tener un local propio que funcione como taller, más amplio, porque nuestra casa ya nos quedó chica a medida que fuimos adaptándola al trabajo. 

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