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Bioarquitectura, un nuevo modelo habitacional

De la fusión entre técnicas tradicionales, materiales naturales y tecnología de vanguardia, surge un paradigma que pretende armonizar la relación entre el hombre y el ambiente. La híbrida propuesta apunta a la disminución de la huella ecológica, edificando de manera sustentable. En las sierras, Armando Gross es uno de los mayores referentes de este modo de construir cada vez más difundido.

Aunque la construcción y el cuidado del ambiente no suelen ir de la mano, hoy pueden combinarse de manera noble a través de una disciplina en auge: la bioarquitectura. Este modo de proyectar la edificación supone una reducción de la huella ecológica a partir del uso de materiales naturales. Por sus propiedades, su carácter renovable y su correcta integración con el entorno, estos ofician como alternativa responsable frente a la oferta clásica de la industria.

“El objetivo principal de este movimiento es pensarnos como hacedores de espacios. Si bien las obras trascienden a los hombres, nuestras acciones forman parte de una cultura que dilapida y explota al planeta”, explicó Armando Gross, arquitecto cordobés que hace más de una década promueve esta práctica desde su estudio (Van-Gross) y en diversos ámbitos académicos y comunitarios.

En este sentido, valoró el “gran despertar social” de los tiempos que corren. “Cada vez más se pone el ojo en los materiales utilizados, su procedencia, su eficiencia energética y cómo reaccionan e interactúan con el cuerpo”, indicó el profesional.


El Milenio: ¿En qué consisten algunas de las técnicas utilizadas en bioarquitectura?

Armando Gross: Cuando empezamos a trabajar en esto, con mi equipo no sólo nos enfocamos en buscar resoluciones ecológicas y amigables con el ambiente, sino que tuvimos que desarrollar tecnología, es decir, inventar sistemas constructivos nuevos. Un ejemplo es la quincha seca con fardo de cortadera, técnica muy popularizada cuya patente liberamos para que todos pudieran aplicarla.

Se utiliza una fibra vegetal que tiene un elevado potencial de renovación y que no requiere procesos de industrialización para su manufactura. En el exterior se ubica una parte seca y en el interior, una húmeda. Esto permite capitalizar, a través de sistemas pasivos, la energía calórica del efecto invernadero o de una estufa de alta eficiencia, por ejemplo. 

También compartimos desarrollo de cubiertas vivas, techos vivos estacionales y usamos adobe para producir muros portantes y sismorresistentes, lo cual es una gran novedad tras el estigma que este material tiene desde el terremoto de 1977 en Caucete, San Juan.

EM: ¿Cómo se maneja la regulación de la temperatura? 

AG: Es fundamental hablar del pensamiento termodinámico, que señala que el calor va desde donde hay más, a donde hay menos. En bioarquitectura esto refiere a que las envolventes (paredes, piso y techo) siempre están en sintonía con el clima que rodea al objeto arquitectónico. 

Es decir, existe una correlación de la atmósfera interna con la externa, a través de los materiales que funcionan como una autopista de energía. Entonces, nuestra postura es que los materiales no son ni buenos ni malos, sino que se debe detectar cuáles conviene usar y qué técnicas aplicar según la zona de construcción, aprovechando lo mejor posible las ventajas del entorno.

EM: ¿Cuáles son los beneficios de la bioarquitectura?

AG: Para entender eso hay que desandar los procesos y las líneas extractivas de producción de los materiales industriales. Por ejemplo, el poliestireno extruido (telgopor de alta densidad) es un material derivado directamente del petróleo que comienza su huella ecológica desde el momento de la exploración, es decir, cuando averiguo de dónde extraer ese hidrocarburo, ya estoy contaminando. Luego, al extraerlo, transportarlo, manufacturarlo, quemarlo y toda la línea de producción subsecuente, aumenta ese karma. 

Esto se puede evitar reemplazando ese producto por otros de fibra vegetal, como el fardo de cortadera, un material que viene al mundo procesando dióxido de carbono, sintetizando oxígeno, fijando el suelo y todas las demás bondades de una planta. Si la construcción se demuele en algún momento, vuelve a la naturaleza prácticamente sin tener impacto. 

A partir de junio, la UTN San Francisco contará con la primera Diplomatura Universitaria en Bioarquitectura del país. Foto gentileza Armando Gross | Foto gentileza FAUDI .


EM: ¿Esta forma de construcción es más costosa o más accesible que la arquitectura convencional?

AG: Me gustaría separar el costo financiero del costo ambiental. Hoy construir, de cualquier forma, es un esfuerzo económico alto. Pero más allá de eso, el problema radica en el declinamiento energético. La industria entra en crisis en época invernal cuando los hidrocarburos que necesita para producir elementos constructivos se destinan a calefaccionar arquitectura ineficiente. Entonces por más que puedas pagar los materiales, la industria va a tener problemas para producirlos, cosa que no ocurre con la bioconstrucción.

EM: ¿Qué tan extendida está la bioarquitectura en Sierras Chicas?

AG: Se percibe un crecimiento exponencial, no sólo en el ámbito académico, donde cada vez hay más profesionales que se vuelcan a esta disciplina, sino también a nivel autodidacta, hay mucha gente que aprende el oficio y comienza a construir su propia vivienda. 

En la región, además, se está dando un movimiento maravilloso vinculado a la permacultura, que es una práctica de diseño integral que potencia y capitaliza herramientas traídas desde los pueblos originarios hasta lo más novedoso de la tecnología, generando una optimización de recursos.

En la mayoría de los lugares actualmente se puede construir con tierra y hay un profesional matriculado en este ámbito. Además, en 2016 se aprobó la técnica de construcción con madera y trama, como un modelo tradicional que se rige bajo reglamento y permite que la construcción natural prolifere en el territorio nacional. 

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