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Un amor más allá del tiempo

Mucho se duda acerca de la posibilidad de enamorarse “a primera vista", pero José Bulgheroni afirma haberlo vivido en carne propia cuando conoció a Raquel Estela Arias, con quien cumplió 70 años de matrimonio a fines de noviembre. En un presente donde los vínculos parecen cada vez más frágiles, la pareja celebró sus bodas de titanio y José habló de las claves para cultivar un vínculo sin fecha de vencimiento.

Corría el año 1945 cuando José Bulgheroni dejó su Santa Fe natal y se mudó a Córdoba para estudiar Ingeniería Mecánica Eléctrica. Instalado en una pensión con sus primos, comenzó a transitar la vida universitaria y con ella no sólo llegaron los apuntes académicos, sino también nuevos amigos, encuentros y salidas.

Una noche de dispersión, el punto de encuentro del grupo fue la plaza de Alta Córdoba. “Me dijeron que iban chicas muy lindas. Había bares y confiterías, así que fuimos para distraernos un rato”, cuenta José con una sonrisa de complicidad al recordar la velada que marcó su vida. “Allí me enamoré de mi mujer”, resume hoy, más de 70 años después.

Haciendo la popularmente llamada “vuelta del perro”, José se cruzó con Raquel Estela Arias, una estudiante cordobesa de Bellas Artes, con quien entabló un “diálogo fugaz” que dejó al joven eclipsado. “Estaba parada buscando algo y nos acercamos con mi amigo. Sentí que era amor a primera vista, aunque lamenté que quizás no la volviera a ver”, relata José.

Sin embargo, la suerte estuvo de su lado y al poco tiempo, saliendo de cursar, volvió a cruzarse con “la Pety” en la calle. En ese momento, se propuso a sí mismo la misión de conquistarla. “La vi y la seguí, quería saber dónde vivía. Busqué el transporte que tomaba y era el tranvía número cuatro, que también pasaba por la calle donde yo vivía, así que empecé a hacer coincidir mis viajes con los de ella”, confiesa.

Finalmente, Pety descubrió la estrategia de aquel persistente sujeto y permitió que la escoltara hasta su casa en reiteradas oportunidades, lo que finalmente devino en una presentación formal ante la familia y el comienzo de una historia de amor que lleva más de medio siglo escribiéndose.

La pareja se consolidó y, por suerte, también lo hizo el vínculo de José con el padre de Raquel. “Se hizo muy amigo mío. Cuando necesitaba algo me llamaba, nos queríamos mucho, a veces ni pensaba en ir a verla a Pety y me llamaba su papá para que los visite”, rememora y revela que fue la avanzada enfermedad de su suegro lo que impulsó a los novios a casarse, para “darle una alegría”, el 25 de noviembre de 1950.

Primeros capítulos



Para Pety, los años iniciales del matrimonio transcurrieron entre su vocación por el arte y su trabajo en las oficinas de la Dirección General de Catastro de la Provincia, mientras que José ingresó a la Municipalidad, en el área de electricidad. “Yo les había prometido a mis padres que íbamos a terminar nuestras carreras, ser profesionales como habíamos soñado e íbamos bien encaminados. Reuníamos ambos sueldos y vivíamos como novios, pero estando casados”, cuenta José.

Lejos de caer en la monotonía, la cotidianeidad fortaleció la relación. Ambos cumplieron sus metas en el camino y, poco después del egreso de José, nació el primer hijo de la pareja, a fines de 1954. Más tarde llegarían otros dos varones a la familia y, en el medio, José renunció al puesto público para dedicarse de lleno a su profesión.


De aquella época, destaca que fue “sumamente activa” y que logró hacer una carrera prodigiosa, “de esas que uno disfruta, donde se entrega”. En 1958 tuvo la posibilidad de empezar a trabajar en la sucursal de EPEC de San Francisco y, poco a poco, escaló hasta llegar a las primeras filas de la empresa. Pasó por Río Cuarto, Villa María y otras ciudades, hasta que finalmente desembarcó en Río Ceballos, hacia los 80.

Pasaron los años, los hijos detrás mío y Pety incondicionalmente me acompañaba, dibujaba y pintaba, eso era lo suyo, quisieron ascenderla en su trabajo y eso podría haberla alejado, pero dijo que no. Si me iba a la China, ella me seguía”, reflexiona sobre los vaivenes a los que se enfrentaron, “siempre de a dos”.


La familia se radicó definitivamente en Sierras Chicas, donde José continuó con sus tareas hasta jubilarse. Por supuesto, no todo fue color de rosas, pero a sus 92 años, no duda en afirmar que el balance “es lindo”. “Si no, no hubiera aguantado tantos años casado”, bromea y admite que hubo muchos desafíos que superar, los cuales fueron resueltos “con amor” y en pareja. “Con cada problema, la familia, en vez de achicarse, se fortalecía”, dice.

Juntos a la par


Los enamorados se conocieron cuando tenían 18 años y se casaron a los 23. En noviembre conmemoraron sus bodas de titanio. Foto gentileza flia. Bulgheroni.

En la casa de los Bulgheroni hay muchos cuadros. El hogar, dividido en varios rincones cálidos y de iluminación tenue, está decorado con mobiliario antiguo, muchas fotografías y sobre todo, obras de arte pintadas a mano por la propia Raquel.

Hoy, “la Pety” padece una enfermedad degenerativa incurable. Pero en la morada, José, junto a sus hijos, nietos y bisnietos, vela por su bienestar. “No podemos comunicarnos, creo que está en otra dimensión, pero igualmente me reconoce y estamos juntos, por lo que estoy solo, pero a su vez la tengo a ella y lucho porque siga existiendo”, explica.


Recapitulando el pasado, remarca las virtudes de ella que lo enamoraron. “Su carácter, su alegría de vivir, sus ideas (que coincidían con las mías). Ella era y es hermosa”, esboza con una sonrisa y los ojos brillantes de la emoción. Para él, los mejores recuerdos que tiene con su esposa son los que se refieren a la familia. “Cómo la fuimos formando, agrandando, amoldando. Somos todos para uno y uno para todos”, sostiene. Sentado a su lado, su hijo Guillermo confirma agradeciendo el privilegio impagable de tener a sus padres.

Al preguntarle por la clave para llegar a las bodas de titanio, el histórico marido sostiene: “La aceptación mutua, siempre uno tiene que ceder un poquito y aceptar que no se puede exigir todo. Pero lo más importante es la fidelidad, la Pety me siguió siempre a donde tuve que ir y le agradezco infinitamente”.

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