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Guillermo Roux: “El dibujo es una forma de conocimiento”

El artista plástico nació en Buenos Aires el 17 de septiembre de 1929. Para celebrar sus 91 años, conversamos con él sobre la vocación, la inspiración, sus obras y proyectos. Y para conocerlo más a fondo y desde otras aristas, compartimos la mirada de Cecilia Medina, su curadora.

Guillermo Roux nació el 17 de septiembre de 1929 en Buenos Aires. Hijo del uruguayo Raúl Roux, guionista y dibujante de historietas de vasta trayectoria en la Argentina. 

En 1944 Guillermo Roux ingresó como dibujante en la editorial fundada en 1936 por Daniel Quinterno y decidió abandonar sus estudios secundarios para ingresar a la escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, donde fue alumno de Lorenzo Gigli y Corinto Trezzini.

En 1953 realizó su primera exposición individual en la galería Peuser. En 1956 decidió realizar un viaje de estudios a Italia, donde vivió tres años. Trabajó restaurando frescos y mosaicos, estudió a los maestros del renacimiento y continuó con su producción. En 1960 regresó al país y se instaló por siete años en San Salvador de Jujuy, donde trabajó como maestro. Fue entonces que descubrió su interés por el arte contemporáneo y afianzó su oficio de pintor en la realización de pintura de paisajes.

En 1966, viajó a Nueva York. Realizó trabajos publicitarios e ilustraciones de libros y conoció la obra figurativa de Diebenkorn (1922-1993) y Hopper (1882-1967), en la que encuentra una profunda afinidad estética por sus referencias poéticas a la alienación humana del siglo XX.

Entre 1971 y 1972 realizó una serie de tintas que tituló “Muebles y personajes”, que constituyeron el antecedente de sus grandes acuarelas, etapa que comenzaría en 1973. Con el tiempo, la acuarela se convertirá en su medio de expresión, que le permitirá lograr la síntesis de dibujo y color.

Realizó impactantes murales, entre ellos, Mujer y máscaras, expuesto en las Galerías Pacífico de la ciudad de Buenos Aires, La Ronda, en la entrada del Palacio Duhau y La Constitución guía al pueblo, su última obra monumental realizada para decorar el recinto de la legislatura de provincia de Santa Fe. 

El reconocimiento y la proyección internacional de Roux se inician en la década del 70. En 1979 le fue otorgado el Premio “Dr. Augusto Palanza” por la Academia Nacional de Bellas Artes. En los 80 expuso en Nueva York y en la Bienal de Venecia (1982). En 1990 fue designado Académico de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes.

-Guillermo, ¿cómo nace su vocación por la pintura?

-Mi padre era dibujante de historietas y lo único que mi interesaba era ver cómo dibujaba. Cuando tenía 10 u 11 años, mi padre me daba un pedacito de cartulina y dibujaba. Me gustaba mucho más que cualquier otra cosa. Me escapaba del Colegio Nacional porque me aburría muchísimo. Lo único que me gustaba era dibujar. Yo no era un alumno brillante, ni mucho menos. Mi padre decía: «estudiá o trabajá, vagos en casa no». Yo dije que si el trabajo es dibujo, entonces ese es el trabajo: dibujar. Así se definió todo, sin darme cuenta. Y sigo hasta los 91. Tiene sus cosas buenas y no tan buenas, porque uno se acostumbra a vivir en ese plano y descuida las cosas más prácticas de la vida. Afortunadamente, una de las posibilidades más lindas que tiene el dedicarse a esto, desde muy chico, es que la vida tiene un aspecto que lo ayuda a uno a soñar. 

-¿Cuál fue su fuente de inspiración a lo largo de los años?

-Tengo varias vidas. Me siento un poco dominado por diferentes situaciones. Hay momentos en los que me gustan las cosas que yo vi cuando era chico; en otros me gusta el baile o las cosas más fuertes. Hay muchos aspectos del mismo hacer, van cambiando según los pedazos de vida que uno vive. Hay que seguir un poco la iniciativa del instinto, de lo que uno quiere. Lo que motiva son los días que uno vive.

Tuve la suerte de conservar un aspecto infantil, nuevo, que me hace ver las cosas como si recién las mirara. Conservar esa niñez o esa frescura, esa inocencia, creo que es fundamental porque uno aprende mucho. Ahora, de lo que se trata, es de desaprender, no saber tanto, hay que saber menos y jugar másTodo juego es una forma de expresar un sentir, metafóricamente, un vivir. He conservado, en muchos aspectos, esa manera de vivir y de sentir. Yo creo que los mejores momentos han sido cuando he sido muy obediente a esos impulsos.                            

-¿Cuáles de sus obras le generaron mayor placer?

-En el momento que lo estoy haciendo el mundo es ese. En el momento que lo dejo de hacer es porque ya el mundo dejó de ser. Como las palabras, que se gastan. En política se repiten las mismas palabras desde hace 40, 50, 90 años, y termina por ser un lenguaje que, muchas veces, está lejos de la realidad porque no se han dicho palabras nuevas. Pobreza la oigo desde que nací. Muchas veces, en los discursos, oigo las mismas cosas, como si nada hubiera cambiado. Las palabras se repiten, ya no tienen sentido pero quedan como una muletilla.

También las formas o los símbolos, a fuerza de verlas, pierden sentido o el sentido ya no es el mismo. El Obelisco era alto cuando las casas eran bajas, pero ahora quedó chiquito porque las casas de alrededor son muy grandes. Los sentidos de los símbolos, las palabras, necesitan ser renovados, actualizados.                     

-¿Qué consejo compartiría con las nuevas generaciones de artistas?

-No se puede negar que el mundo de hoy trae una cantidad de elementos, materiales, formas, que son muy diferentes a los de antes. No se pinta con pincel, el pincel no se usa, el lápiz se usa poco, el grafito se usa poco y antes era muy común. El dibujo es una forma de conocimiento, es conocer a través de la forma lo que estamos viendo. Hoy es un momento muy complejo, que requiere de los artistas un profundo conocimiento de la historia del arte. También haría falta que se supiera dibujar bien, que se comprendiera la geometría, que se entendieran las relaciones zonales del color, no para repetirlo si no lo sienten, sino como una base necesaria en lo que deben estar fundadas las nuevas formas de expresión.

El artista debería tener una visión panorámica, muchísimo más amplia y profunda. Ahora hay otros medios, pero no eliminan el conocimiento que hay que tener de las cosas. Si hay geometría atrás del dibujo, es que el dibujo expresa el verdadero contenido. El mundo es geometría, triángulos, cuadrados, círculos. La representación es un adorno de la geometría. Todo lo que vemos es geometría, adornado por el color, la forma de expresión, la belleza de lo que se ve. La geometría es lo que estructura el mundo que vemos.

-¿Qué piensa acerca de su recorrido en el mundo del arte?

-Cuando comencé no había muchacho, no había artista, no había joven pintor, joven artista, que no pensara que con él la historia del arte cambiaría. Algunas veces ha ocurrido, pero, en general, el hombre ha hecho cosas tan maravillosas y tan superiores que lo único que puede hacer uno es aportar un granito de arena. La humildad o la forma de no considerar lo que se hace como una revelación secreta que se muestra, creo, es el resultado de haber vivido mucho. Cuando conocí a Quinquela Martín me estaba por ir a Europa y me dijo: «hace bien en ir, los jóvenes tendrían que ir porque ahí se le van a apagar los faroles y ahí vamos a ver la vocación».

-¿Proyecto entre manos?

-Estoy en un momento de otra forma de niñez, estoy naciendo de nuevo. Me encuentro preparando un proyecto, una exposición en el Centro Cultural Kirchner para el próximo año, con obras absolutamente nuevas, que estoy creando en este momento.

Cecilia Medina, su curadora: “Roux es un ser excepcional, que puede enseñar en una sola pintura toda la historia de la humanidad”

Cecilia Medina es curadora independiente formada en Historia del Arte en Buenos Aires, Tasación de Obras de Arte y Artes Decorativas en la Universidad de Nueva York y curaduría en NODE Center for Curatorial Studies de Berlín. Trabaja en proyectos para el posicionamiento de artistas nóveles, el desarrollo de espacios independientes, la difusión de problemáticas sociales y ambientales desde una visión de construcción de cultura interdisciplinaria e integradora social.

-¿Cómo es trabajar con Guillermo Roux?

-Mi trabajo con Guillermo Roux se inició a partir de una búsqueda suya de un curador para una exhibición. Encontré en el desafío de trabajar con un artista académico de número la oportunidad de mostrarle al público que lo que tenía para decirnos necesitaba ser dicho fuera de los lenguajes académicos. Y desde entonces, aprendo cada día más sobre el trabajo del artista que más sabe de pintura en nuestro país. Nuestras reuniones están llenas de literatura, música, cine, teatro y anécdotas.

-¿Por qué crees que Roux logró un reconomimiento tal?

-Creo que es el ejemplo de cuán lejos puede llegar una persona que trabaja todos los días de su vida como si fuesen el último, siguiendo su instinto por sobre todas las cosas. No se trata de las certezas que llegaron con los premios y reconocimientos internacionales, sino de las incertidumbres que lo hicieron y que lo hacen seguir trabajando sin descanso. De su padre recibió el ejemplo de la disciplina en el trabajo y la búsqueda de la perfección; mientras que de su madre recibió la cuota de audacia que lo hizo perseguir sus sueños.

-¿Cuáles fueron las obras más importantes que marcaron las distintas etapas de su carrera como artista plástico?  

-Sus collages montados entre dos placas de acrílico con lupa y terminaciones en bronce de fines de los años sesenta son la prueba de las maravillosas obras que aún hoy resultan de vanguardia. Una de ellas pertenece a la Colección del Museo Castagnino de Rosario y fue el inicio de una gran amistad con Carlos Alonso, quien al ver la obra pidió conocer a su autor.

Las pinturas de Jujuy hechas en arpillera -de las bolsas de papas que los padres de sus alumnos de la escuela le regalaron para que pueda pintar- son obras que nos traen un paisaje profundo de nuestro país y una paleta que no se repetiría en sus obras posteriores. Las acuarelas tuvieron la mejor de las recepciones posibles en Europa: museos alemanes, coleccionistas privados, galerías londinenses y parisinas y hasta el Pompidou agotaron la producción de esos años. Un ejemplo “Retrato familiar” (1974). Las carbonillas con que reflejó los cubiertos, las ollas y el mundo de la cocina nos transmiten su maestría de luces y sombras. La exhibición del Museo Nacional de Bellas Artes de hace dos años lo mostró con dibujos en birome en cuadernos que lo acompañan en sus madrugadas, donde plasma sus sueños, sus dudas y su visión de la vida. Fue la primera vez que un artista realizó una exhibición en el museo y al mismo tiempo en la Casa de la Cultural de la Villa 21-24. 

Sin duda Las medias rojas (1957) y El paño amarillo (1958) son la prueba de cuán profundo es su conocimiento sobre la pintura. “El paño amarillo” forma parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes y del patrimonio nacional.

-¿Qué enseñanza brinda Roux a las nuevas generaciones de artistas?

-Mantiene intacta la curiosidad: ya sea cuando trasladamos al ámbito digital sus dibujos para que puedan llevarlos los visitantes del Museo Nacional de Bellas Artes, de la Casa de la Cultural Villa 21-24 y del Museo Castagnino a través de códigos QR o cuando busca en la pintura urbana la lectura de nuestra realidad. Siempre que tiene ocasión escucha muy atentamente lo que todos tienen para decir, en cada sitio y en cada ocasión, porque de todas las historias de vida encuentra un modo de llevar color a la obra.    


A través del Ministerio de Cultura de la Nación.

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