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Caso rugbiers. ¿Agresión o violencia?

En la madrugada del domingo 19 de enero, varios jóvenes atacaron brutalmente a Fernando Báez en Villa Gesell hasta acabar con su vida. Diego Tachella, Licenciado en Psicología expone el punto de vista de su profesión sobre el dramático hecho y qué factores se deben tener en cuenta.


Una vez más un crimen violento en enero se convierte en tema de agenda, sin dudas fue un asesinato que golpeó a toda la sociedad de nuestro país. Un grupo de 10 jóvenes golpeó hasta matar a Fernándo Báez en Villa Gesell. No satisfechos con lo ocurrido, inculparon a un décimo primer implicado, Pablo Ventura, a modo de “broma”.

Sin embargo, Ventura pudo demostrar su inocencia gracias a las cámaras de video que lo grabaron comiendo en un restaurant de Zárate, siendo que el atroz acto contra Báez ocurrió en Gesell. No obstante, no quita el mal momento que debió vivir al estar detenido durante tres días hasta obtener dichas pruebas.

Nos vemos obligados a mirar algo que no queríamos ver, que nos hace por reflejo defensivo salir a buscar responsables y culpables: el rugby, el alcohol, el patriarcado, la intolerancia, el machismo o la razón que sea que nos simplifique ésta situación compleja que nos angustia.

Simplificarla y encontrar a un responsable ajeno a cada uno de nosotros nos deja un poco más tranquilos. Es que, lo complejo nos abruma, se hace difícil de comprender y de explicar, y nos paraliza en una sensación de angustia, de temor o de culpa.

Sin ánimo de agotar o acotar la reflexión y la comprensión de lo que puedo intentar aportar, una línea de pensamiento, y una invitación a que entre todos sigamos pensando y encontrando alternativas posibles. Cada quien desde su experiencia y su lugar puede sumarse, conversando sobre el tema, escuchando a los que opinan y buscando la pequeña responsabilidad que cada uno tenemos en lo que nos pasa como colectivo, como sociedad.

Cuando la violencia toma el control


Brevemente quiero distinguir agresión de violencia, que suelen confundirse en el uso diario del lenguaje, pero son bien diferentes:

La agresividad es una forma de respuesta para adaptarnos y  defendernos del entorno, es necesario aprender a regular su expresión para convivir en sociedad. La violencia es un modo de comportamiento, una forma de conducta que se aprende y que conlleva la intención consciente de hacer daño a otro.

La agresión es parte de lo que necesitamos para sobrevivir, ejemplo de eso es el proceso de digestión, la masticación y los jugos gástricos atacan a los alimentos que ingerimos para asimilar lo que es nutritivo y desechar lo que no lo es. 

Análogamente la reflexión y el pensamiento crítico es un proceso de «digerir» ideas para asimilarlas a nuestras creencias y pensamientos. Es la posibilidad de ser curiosos e ir a conocer y explorar el mundo, de apropiarnos de nuevas experiencias y conocimientos, de crecer.

Muchas veces, queremos controlar a la agresividad hasta reducirla a poco menos que obediencia y respeto por lo que les decimos o les pedimos. También así les dejamos vulnerables a cualquier persona que asuma el mando, o ejerza la autoridad en una situación dada, ya que no se permitirán disentir ante el temor que sienten. 

Es importante que aprendamos el equilibrio adecuado para cada situación, y aquí es dónde el rol de los adultos respecto de las y los más jóvenes es necesario. Para ayudar y facilitar el proceso de regulación de la agresión, a reconocer y ser conscientes de las propias emociones  y su adecuada manifestación.

La violencia como forma de conducta está aceptada socialmente, incluso ha sido valorada positivamente durante muchísimos años en ciertos grupos. Hoy se está cambiando, ya no tiene una connotación positiva  o ya no es un atributo necesario de cierta condición (hombría, superioridad, valentía, etcétera).

Se denuncia la violencia de género cada vez más,  se busca erradicar la violencia doméstica, en el fútbol, en las instituciones, en las redes sociales, entre otras formas. Es posible el cambio, y entre todos podemos sumar para lograrlo cuanto antes.

Cambios inevitables pero que se deben acompañar


En la adolescencia pasamos de una vida familiar a una vida social, de la niñez a la vida adulta. Son múltiples los cambios y es una etapa realmente difícil (según cada familia y cada hijo o hija va a resultar diferente el modo en que se den estos cambios y pasajes).

Es necesario que estemos preparados para acompañarlos y apoyarlos, así como para orientarlos y limitar. Muchas veces podemos requerir de ayuda, ya sea en la escuela, con los profesionales de la salud o con amigos y familiares, incluso otros padres que atraviesan la misma etapa.

En este período, los grupos de pares pasan a ocupar un lugar de suma importancia en la vida de las y los adolescentes. Necesitamos estar atentos a qué sucede en nuestros hijos al participar de éstos conjuntos, respetando su intimidad, pero no estando afuera de su vida.

Se está construyendo la última etapa de la identidad, se afianzan características que se traen de la niñez y se adquieren nuevas para ingresar a la vida adulta. Pertenecer a un grupo es parte de quienes son, es un aspecto identitario.

Si no han logrado auto afirmarse, confiar en sus capacidades y tienen una dependencia de un grupo con estilo autoritario, han quedado vulnerables a los mandatos de quienes lideran el montón. De esta manera es factible que la agresión que no han aprendido a regular, ni a reconocer en sí mismos, se transforme en violencia, que sea una defensa ante una amenaza percibida como ataque al grupo, a la pertenencia al mismo y por lo tanto a su identidad, a quién es él o ella.

Entonces la respuesta o la conducta violenta pueden surgir con toda su fuerza ante la amenaza, ante la agresión o ante el mandato de quienes lideran el grupo. Incluso como desafío, como prueba de su pertenencia.

Es decir, la agresión que estaba oculta, contenida en sus manifestaciones por falta de regulación, de desconocimiento de sus propios modos de expresarla, se acumula y se transforma en una conducta violenta. Esta quiere destruir, dañar a quien sea que amenaza a la identidad, a la esencia misma de la persona (al menos así se configura su percepción de la situación).

Factores que aportan negativamente


Sumamos un ingrediente más: el alcohol es una droga que afecta al sistema nervioso, y produce efectos negativos en un cerebro en formación (hasta los 23 años hay pruebas de que se continúan estableciendo y afianzando conexiones neuronales). Afecta al lóbulo frontal, el área encargada de regular los impulsos, de inhibir ciertas conductas, generando una disolución de las barreras que frenan muchas veces estas manifestaciones.

También es necesario que las diferentes instituciones y grupos que han participado en algún grado de la educación y formación de quienes realizan éstos actos de agresión (clubes deportivos, escuelas, entidades gubernamentales y del tercer sector) puedan hacer una reflexión de los niveles de responsabilidad sobre cada uno de los elementos que se pueden identificar en éstas situaciones y comprender su cuota de participación (activa o por omisión) y compromiso para evitar que se repita.

Un paso es conversar el tema, que no sea un tabú. Distinguir entre agresión y violencia, compartir situaciones en las que la agresión ha resultado funcional, otras en las que no y algunas en las que hubiera sido adecuada.

Así, poder entre todas y todos ir encontrando los límites que tanto piden los y las adolescentes. Podamos incorporarlos como sociedad y poder adquirir nuevos y mejores modos de regular la agresión y de evitar la violencia.

Que de esta perdida, de éste dolor surja una reflexión colectiva que permita un cambio hacia una sociedad mejor, menos violenta, más tolerante, inclusiva, aceptando las diferencias y que no resulte amenazante sino a quienes son violentos.

Que la agresividad se acepte como parte de la vida y se encause sus manifestaciones sin reprimirla. Que las y los adultos seamos responsables de nuestra parte en la tarea de acompañar sin invadir y controlar a quienes serán las y los adultos de las próximas décadas.

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