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El mundo desde una mirada humanitaria

Griselda Amuchástegui es profesora de Educación Física y ha colaborado en acciones vinculadas con la enseñanza de su disciplina en el exterior. En los últimos veinte años, la docente recorrió el mundo junto a distintas organizaciones que asisten a los ciudadanos de países en conflicto, especializándose en educación en situaciones de emergencia.
  • Por Alejo Lucarás
  • alejolucaras@elmilenio.info
  • Colaboración: Diego Ávalis y Santiago Morales (4to IMVA). Francisca Gómez Silva y Gabriela Carrera (4to IENM).

Río Ceballos. Las intervenciones humanitarias son acciones emprendidas por la comunidad internacional en el territorio de un determinado Estado, con el fin de proteger y defender a la población de violaciones graves y masivas de los derechos humanos fundamentales. En esos casos, se busca brindar asistencia a las víctimas de los conflictos a través de distintas líneas de acción.

Griselda Amuchástegui en la sede unquillense de Periódico El Milenio.

Griselda Amuchástegui es una cordobesa y actual vecina de Sierras Chicas que se ha aventurado en este tipo de experiencias. Formada profesionalmente como profesora y licenciada en Educación Física, por casualidad o causalidad, las circunstancias de la vida terminaron por colocarla en contextos de trabajo muy particulares, desde ámbitos rurales hasta situaciones de post emergencia o educación de personas con discapacidad.

Los comienzos

En abril de 2006, la profesora de Educación Física estuvo en Herāt, ciudad de Afganistán.

En 1999, mientras daba un taller llamado “Invitación para des-velar las prácticas”, Griselda recibió un fax de la Presidencia de la Nación. El mensaje había sido emitido por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, área que coordina a los Cascos Blancos, un órgano integrado por voluntarios argentinos que se dedica a la asistencia humanitaria internacional.

Lo que buscaban en ese entonces eran profesores de Educación Física que tuvieran experiencia en trabajo con personas con discapacidad, que hablaran inglés y que estuvieran dispuestas a participar en un concurso. Griselda no tardó en mandar su currículum y, seis meses después, fue seleccionada para integrar el cuerpo.

Dos meses más tarde, Griselda emprendía un viaje a Palestina, donde trabajó por un año. Allí se dedicó a ofrecer una perspectiva diferente de la Educación Física, alejándola de lo estrictamente deportivo y poniéndola al servicio de un trabajo interdisciplinario para mejorar la atención profesional en distintos puntos.

Así, con 35 años, Amuchástegui se encontraba viviendo y trabajando en la Franja de Gaza, un territorio en Oriente Próximo que ha sido escenario de los más encarnizados conflictos entre Palestina e Israel durante las últimas décadas. Sería la primera, pero no la última, de una serie de experiencias que la marcaron profundamente y la llevaron a recorrer otros países (Afganistán, El Salvador, Mozambique, Laos, etc.) en pos de brindar ayuda las víctimas de situaciones sociopolíticas complejas.

Construirse desde la experiencia

Para Griselda Amuchástegui, el compromiso profesional es una de las claves del trabajo humanitario.

En 2001, Griselda viajó a Centro América con Cascos Blancos para ayudar a la comunidad de El Salvador tras los dos fuertes terremotos que se registraron ese año. Como parte del grupo de “educación en emergencia”, su labor fue coordinar, junto con las otras organizaciones presentes en el lugar, las tareas para asistir a personas internamente desplazadas.

“Cuando ocurre un desastre natural, mucha gente tiene que salir de su lugar de origen e instalarse en albergues transitorios. Las personas pasan de vivir en su casa, a vivir en una gran villa miseria, y es una transición difícil, porque vienen de perder todas sus pertenencias e incluso a sus familiares en una catástrofe”, señaló Amuchástegui, recordando la angustia que presenció en aquellos días.

En este marco, el objetivo no era sólo cuidar a los civiles, sino también, entretenerlos. “La recreación y las actividades lúdicas son, en realidad, un derecho humano, pero también son una necesidad que permite que las personas se conecten con lo que les pasa. En situaciones de trauma, son espacios de sanación que contribuyen a restablecer equilibrios personales y comunitarios”, explicó la docente.

En 2004, Griselda participó de una convocatoria internacional realizada por la organización holandesa War Child. Tras pasar por una entrevista personal, fue llamada a los Países Bajos y finalmente, quedó seleccionada. Así, la profesora se trasladó Kabul (Afganistán) para trabajar en un proyecto llamado PEPA (Physical Education Promotion Afghanistan).

Como los niños y niñas afganos tenían poca accesibilidad a prácticas fuera de sus casas, por una cuestión cultural y también por miedo, el equipo de Amuchástegui buscaba mejorar el conocimiento corporal de los menores y desarrollar su autoconfianza, entre otras aptitudes.

Ya de vuelta en Argentina, en 2007, Griselda decidió mudarse a Río Ceballos y se prometió a sí misma no volver a viajar. Sin embargo, la cordobesa no pudo con su genio y, al año siguiente, se fue a Mozambique junto a la organización de origen británico Save the Children, como especialista en educación de emergencia.

Un impacto ambivalente

“Vivir en distintas culturas es algo que todos deberíamos hacer. Hay que salir de la zona de confort y dejar de pensar que nuestra realidad es la única que existe”

Para Griselda, todo aprendizaje es positivo, pero sabe que también puede llegar a ser doloroso. La docente humanitaria plantea que la comprensión de la humanidad, como un factor que le pertenece a todos y, a la vez, al que todos pertenecen, es una de nuestras grandes materias pendientes como sociedad.

“Vivir en distintas culturas es algo que quizás todos deberíamos hacer”, reflexionó Amuchástegui y apuntó que no hace falta salir del país para experimentar lo que significa un ambiente social en conflicto. “Hay que salir de nuestra zona de confort y dejar de pensar que la realidad de cada uno es la única que existe”, concluyó.

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