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Cristina Bajo. Una mujer de leyenda

En su prolífica carrera, Cristina Bajo ha publicado seis novelas históricas y más de diez libros con leyendas de distintas procedencias. La escritora que puso a la literatura cordobesa en las vidrieras de todo el país, fue el broche de oro de la XIII Feria del Libro de la Fundación Josefina Valli de Risso. En su presentación, repasó algunas anécdotas de su infancia en Cabana y reveló algunas perlitas sobre su propia historia.

  • Fotografías: Amira López Giménez y Eduardo Parrau

Los días de Cristina Bajo comienzan cerca de las tres de la tarde, luego de haber pasado las horas nocturnas en vela con sus historias. “Escribo de noche porque me cuesta menos, no me interrumpen”, explica la autora. Rodeada de mascotas, plantas y libros (muchos libros), Bajo pasa aproximadamente ocho horas escribiendo y, cuando no está “inspirada”, se dedica a investigar o a corregir el trabajo de días anteriores.

Mientras tanto, intercala su labor literaria con la cocina, aunque nunca hace las recetas iguales, confiesa, sino que siempre les agrega algo nuevo, “como buena geminiana”. Otro de sus pasatiempos favoritos es el cine y el mundo de las series. Fanática de Vikingos, Juego de Tronos y otros universos ficcionales como Harry Potter, mezcla su faceta clásica con historias aclamadas por el público juvenil.

Su novela favorita es “El jardín de los venenos”, pero la que más le costó escribir fue “Esa lejana barbarie”.


Así pasa los días la autora de la famosa saga de los Osorio, en una casa donde cada habitación tiene una biblioteca (incluso, el baño). Pero el 18 de octubre, una tarde se escapó de la rutina, cuando Cristina visitó el Instituto Milenio Villa Allende (IMVA) en el marco de la XIII Feria del Libro de la Fundación Josefina Valli de Risso.

“La nueva gran dama de la literatura argentina”, como supo llamarla la prensa española, cerró el tradicional encuentro de la palabra junto a los estudiantes del Nivel Primario, que la esperaban ansiosos. Con su aire elegante y su andar tranquilo, arribó al Teatro Roberto Risso cerca de las 17:00 y los más pequeños no pudieron ocultar su entusiasmo, dándole una cálida bienvenida entre aplausos y gritos, que, a los pocos minutos, se transformaron en un respetuoso silencio.

Cristina Bajo Arias nació el 17 de junio de 1937 en la ciudad de Córdoba, pero pasó la mayor parte de su infancia y juventud en Cabana, tierra que considera “su lugar en el mundo”. La naturaleza serrana y el apoyo de sus padres fueron claves en los primeros pasos literarios de la autora.



Enriqueciendo la memoria


Aunque sus obras más celebres se concentran en el género de la novela histórica, Cristina también ha dedicado varios libros a la recopilación de leyendas. Sobre ellas habló con los estudiantes durante su presentación en el IMVA.

“¿Saben cómo nacieron estas historias?”, preguntó a los atentos alumnos. “Cuando todavía no existían los libros y nadie sabía nada, la única explicación para ciertas cuestiones eran los inventos de algún hombre ingenioso. Así, el surgimiento de la luna, el sol y las estrellas, o la existencia de los animales, obtuvieron diversas respuestas, formuladas por diferentes pueblos, a través de las leyendas”, señaló.

A Cristina siempre le llamaron la atención estos relatos primigenios. Desempeñándose como una gran oyente e investigadora, coleccionó cientos de memorias que luego plasmó en sus libros. Su pluma logró darle un giro incluso a aquellas historias que no tenían un sentido claro.

“El problema de las leyendas es que, si vos las tomás tal cual son, a veces resultan incomprensibles, porque fueron creadas con una mentalidad de otra época”, apuntó. Por eso, agregó, siempre se requiere una interpretación para adaptarlas a los lectores modernos.

Bajo estaba negada a publicar sus obras. Fue Javier Montoya, un amigo, quien la impulsó a sacar a la luz aquellos misteriosos borradores. Así, “Como vivido cien veces” comenzó a recorrer las calles 40 años después de que su autora esbozara sus primeras páginas.

Inmortalizar vivencias


Los estudiantes del Nivel Primario escucharon atentamente a Cristina Bajo en el cierre de la Feria del Libro.


Sin embargo, no todas las leyendas de Cristina Bajo provienen de su investigación sobre tiempos remotos. Los años pasados en tierras unquillenses, donde vivió desde los 6 hasta los 27, también la llenaron de anécdotas, que más tarde convirtió en ricas historias. Con estos relatos, la escritora atrapó la atención de los jóvenes del IMVA.

“Cuando yo era chica, vivía en Cabana, y en un ranchito donde cuidaban a nuestros caballos, habitaba una señora muy viejita, que siempre me convidaba mate y pastelitos cuando la visitaba”, contó Bajo, recordando a aquella anciana maestra que le regaló gran parte de las historias que hoy atesora.

“Muchas leyendas me las contó ella. Así, yo he podido relatárselas a ustedes y ustedes podrán contárselas a sus hermanos más chicos o a sus hijos. De esa manera, la leyenda no va a morir nunca y siempre vamos a recordar estos relatos, por más antiguos que sean”, expresó con solemnidad.

Además, añadió, en cada rincón del país y el mundo hay diversos cuentos de este estilo, que narran cosas simples de manera poética. Para ella, una de sus misiones es preservar estas vivencias y cuentos del pasado, transformándolos y expandiéndolos para las futuras generaciones.

Desde el origen


Carmela Bajo, sobrina nieta de Cristina y estudiante del IMVA, le entregó un ramo de flores a la sorprendida escritora.


En su charla con alumnos y docentes, Cristina Bajo no sólo habló de leyendas, cuentos y novelas, sino también de la génesis de su pasión, una que llevó escondida durante muchos años. Nuevamente, fue Cabana y su pintoresco aire de pueblo serrano, el escenario donde la autora dio sus primeros pasos en la literatura.

“Cuando mis padres vieron que me gustaba y que lo hacía bien, me regalaron un escritorio y una máquina de escribir, que pusimos en un rincón del living”, recordó. Aquella máquina se convirtió en su gran aliada, pero no fue la única depositaria de sus palabras. “También me gustaba salir afuera al atardecer. Me llevaba un cuaderno y me sentaba a escribir donde pudiera ver el paisaje”, recordó.

“He escrito en el asiento de un ómnibus mientras viajaba, estando enferma y hasta sin luz, con la única compañía de una vela, porque cuando a uno le gusta escribir tiene que hacerlo como sea, no hay excusas”, afirmó Bajo con una convicción que se refleja en su propio hogar, donde hay papeles sueltos, cuadernos y lapiceras por donde se mire. “Así, si se me ocurre alguna idea para escribir, aunque sea una frase, agarro algo y lo anoto rápido”, confesó con una sonrisa pícara.

“He escrito en el asiento de un ómnibus, estando enferma y hasta sin luz, con la única compañía de una vela; porque cuando a uno le gusta escribir, tiene que hacerlo como sea, no hay excusas”

Una tardía consagración


Entre sus proyectos actuales, Cristina tiene una novela centrada en protagonistas mujeres y una serie de libros sobre las capillas de Córdoba.


Aunque la literatura estuvo presente en su vida desde la infancia, Cristina no cedió fácilmente a su vocación. Tras casarse, ser madre y oficiar como maestra rural, cocinera, vendedora de libros, ropa artesanal y hasta cosméticos, entre tantos otros rubros, un día la enfermedad golpeó a su puerta. En ese momento, lo que podría haberla sumido en la depresión, fue el impulso que necesitaba para publicar sus obras, que jamás habían sido relegadas o pausadas, pero que pocos ojos habían leído.

En 1996 salió a las calles “Como vivido cien veces”, de Ediciones del Boulevard, catapultando el nombre de Cristina Bajo a la fama y dando comienzo a una incipiente, pero acelerada carrera. Los éxitos se hicieron ver tan rápido, que en 1998 fue elegida “Mujer del Año” de la provincia de Córdoba, a tan solo dos años de su debut. A lo largo del tiempo, múltiples galardones y reconocimientos se sumarían a la repisa de la autora.

Desde entonces, Bajo no paró, y sus títulos se hicieron reconocidos a nivel nacional e internacional. La perseverancia en la escritura es su sello distintivo, junto a la dedicación puesta en cada texto. Sus libros de mitos y leyendas, por ejemplo, fueron forjándose a lo largo de casi 30 años, según sus propias palabras. Primaveras y otoños enteros de escuchar, indagar, anotar y recopilar.

“Creo que fue una cuestión de karma. Sufrí mucho y el reconocimiento me llegó tarde, pero cuando lo hizo, fue como un mazazo. Fue raro, no diría difícil, porque antes no había presentado ningún libro, se dio de una manera inesperada y muy linda”, reflexionó.

En cuanto a su género predilecto, la novela histórica, Cristina confiesa que le ha llevado hasta seis años concretar un libro. Su secreto es escribir, corregir, dejar pasar algunos días para agarrar nuevamente la lectura en frío y corregir de nuevo. Este proceso se repite una y otra vez, porque, como señala con seriedad, “una vez que editás, no hay vuelta atrás”.

“Si alguno de ustedes quiere escribir, tiene que saber que no hay que hacerlo rápido, sino con paciencia, haciendo un trabajo bueno, de manera tranquila y sin apuros, para darle a los demás lo mejor de nosotros mismos”, aconsejó, “si editás un libro antes de tiempo, el lector se va a quedar con que uno escribe mal y eso no se corrige”.

“Creo que el reconocimiento fue una cuestión de karma. Sufrí mucho y me llegó tarde, pero cuando lo hizo, fue como un mazazo, una sorpresa inesperada y muy linda”

El gran cierre


Ana Calvo, bibliotecaria del IMVA y organizadora de la feria, homenajeó a Cristina con un poema.


Luego de una hora repasando historias, la comunidad del IMVA despidió con homenajes a Cristina Bajo. El retrato más emocionante lo protagonizó su sobrina nieta, Carmela Bajo, alumna de la institución, que se acercó al escenario con un ramo de flores y se lo entregó a su agradecida tía abuela.

Por su parte, Ana Calvo, bibliotecaria y organizadora de la feria, recitó el poema “Bendición de dragón”, de Gustavo Roldán, y la soprano Belén Ceballos se plantó en el escenario con su deslumbrante voz para interpretar “Alfonsina y el mar” (Ariel Ramírez y Félix Luna), erizando la piel de todos los presentes. Al terminar, la cantante saludó a Cristina y le transmitió su admiración.

La soprano Belén Ceballos se plantó en el escenario con su deslumbrante voz para interpretar “Alfonsina y el mar”.


Así, la flamante decimotercera edición de la Feria del Libro cerró con “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, de Fito Páez, canción que fue entonada tanto por Ceballos, como por más de un niño entusiasmado que agarró el micrófono o cantó en voz alta desde su asiento. Conmovida y con los ojos de cristal, Cristina Bajo se despidió de los más pequeños que tan atentos la habían escuchado. Aplausos, emoción y gritos colmaron la sala, que poco a poco se fue vaciando.

Sin embargo, unos cuantos padres y muchos niños se apiñaron en torno la gran escritora con la esperanza de que les firmara algún ejemplar o que accediera a sacarse una fotografía. La mesita que cobijó a Cristina durante el evento, que originalmente tenía solo unas flores y una copa con agua, de repente se colmó de libros y cartas de los estudiantes.

“Te admiro con todo mi corazón”, escribió Juana, de sexto grado. “No sé si alguna vez vas a responder esto, pero te amo”, escribió otro pequeño fanático. Hasta hubo quienes se acercaron en busca de un mano a mano exclusivo. Cristina, sin titubear, contestó hasta 20 preguntas por escrito y algunas más oralmente. Entre medio, recomendó obras y hasta reveló ciertas curiosidades sobre sus gustos.

“No hay que escribir rápido o apurado, sino con paciencia y tranquilidad, haciendo un trabajo bueno, para darle a los demás lo mejor de nosotros mismos. Una vez que editás, no hay vuelta atrás”

Bonus track: algunas preferencias y una materia pendiente


Al concluir la charla, muchos niños se congregaron en torno a la autora para pedirle una firma y entregarle mensajes de afecto.


Aunque a la hora de coleccionar historias Bajo no hace distinción, sí tiene algunas inclinaciones. En este sentido, son las leyendas originales de los pueblos nativos las que más la atrapan, por su esencia ecológica y su mensaje en defensa de la naturaleza.

En cambio, explica la autora, las leyendas posteriores a la llegada de los españoles al territorio americano tienen un tono más teológico, donde se incorpora la idea del pecado, el bien y el mal, que no le fascina tanto. “Las historias nativas se adaptan más al pensamiento actual del mundo y a mi mentalidad”, aseguró y añadió que son una forma más discreta de enseñar e inculcar valores a los jóvenes.

Por otro lado, muchos podrían pensar que lo que más disfruta una escritora es el proceso de redacción. Sin embargo, Cristina desafía esta creencia y considera que la parte más divertida en la producción de un libro, es la investigación. “Encuentro muchos datos, algunos son realmente increíbles. Yo me considero una eterna alumna”, declaró, orgullosa.

A pesar de las numerosas consagraciones, publicaciones y premios que ha recibido desde su lanzamiento al mundo literario, Cristina aún tiene un sueño pendiente y es, nada más ni nada menos, que ser traducida al inglés. “Posiblemente porque me crié con la literatura inglesa más que con la española”, reveló.

En cuanto a sus trabajos actuales, la escritora contó que está produciendo cuatro libros, entre ellos, una novela. Asimismo, editoriales de Buenos Aires le han propuesto hacer una “Biblioteca Cristina Bajo”, donde se recopilen sus obras preferidas, “a modo de top five”.

Alrededor de las 19:30, tras asegurarse de no dejar carta o libro sin firmar ni pregunta sin contestar, Cristina Bajo se retiró lentamente del IMVA, concluyendo uno de los capítulos más significativos de la XIII Feria del Libro de la Fundación Josefina Valli de Risso.

El guardián de la familia Bajo


Cristina Bajo (Foto de Diego Lima en La Nación)


Una antigua casa con escaleras de piedra, que ella y sus hermanos bautizaron como “peñón de las brujas”, fue hogar, por tiempo indeterminado, de un zorro que sería el primero en recibir a los Bajo cuando se trasladaron a Cabana, Unquillo.

Era semana santa y la mudanza tenía a todos alborotados, por lo que Cristina y uno de sus hermanos optaron por recorrer la nueva morada. Fue así que, de manera inesperada, se toparon por primera vez con el que, años más tarde, Cristina consideraría el “guardián de la familia”. Aquel zorrito se quedó quieto ante la mirada de los desconocidos (“sentadito como si nos sonriera”, recordó la escritora) sin saber que sus nuevos vecinos pretendían adoptarlo pensando que era un perro.

El tiempo pasó y la autora de “Como vivido cien veces” se trasladó a la ciudad. Sesenta años después de aquel primer encuentro, el entonces dueño de la vivienda que tanto marcó a Cristina, la invitó a Cabana. Y allá fue ella, en semana santa, otra vez. “Cuando llegué, había un zorrito igual a aquel, mirándome. Me quedé tan emocionada que no podía hablar, porque esos animales no viven tantos años, no podía ser el mismo”, señaló.

Probablemente no lo era, pero Cristina quiso protegerlo e incluso guardar el secreto con el propietario de la casa. “Quizá lo quiera cazar y no quiero que lo maten”, pensó. Pero ya era tarde. El anfitrión estaba anoticiado de los acontecimientos, ya que el zorro lo visitaba cada tarde junto a una hembra y sus dos crías para que él los alimentara.

A raíz de esta historia, una amiga de Cristina le regaló un zorro en miniatura que está acostado durmiendo, pero con la particularidad de tener los ojos abiertos. “Lo tengo al lado de mi computadora y sus ojos me miran, me da la impresión de que es aquel zorrito que me recibió en Cabana”, comentó la escritora. “Se los he contado como un cuento”, dijo dirigiéndose a su joven público, “pero es verdad, me pasó exactamente así. Creo que ese zorrito es el guardián de mi familia”.

La casita del diablo


Dicen los antiguos habitantes de la región, que el popular árbol del tala siempre crece en grupo. Acomodados en filas, uno al lado del otro, decoran y acompañan ese verde peculiar de las sierras. No obstante, cuando los talas crecen en círculo y hay piedras en el medio, la voz popular dice que es porque allí vive el diablo.

Si es corriente o no encontrarse con este panorama, es difícil saberlo. Pero Cristina Bajo fue testigo de una de las llamadas “casitas del diablo” y se pasó días expectante esperando avistar algún demonio u otra aparición paranormal, aunque (¿lamentablemente?) sus ilusiones se vieron defraudadas.

Ojos amarillos



“¿Alguien ha visto un puma vivo alguna vez?”, preguntó Bajo a los estudiantes del IMVA y automáticamente aclaró: “que no sea en el zoológico”. Se escucharon ferozmente algunos “sí” y muchos “no”, dando inicio a una nueva travesía por los recuerdos de la autora.

Aun instalada en su infancia, Cristina rememoró aquellas horas en las que se escapaba con su hermano, mientras mamá dormía la siesta. Rodeando la casita del diablo o el círculo de talas, se encontraba un vado al que iban con la esperanza de pescar algo o simplemente a zambullirse un rato.

Esa tarde de su recuerdo, ninguno prestó atención a la montaña que se alzaba junto al río ni mucho menos imaginó lo que se podía esconder tras el follaje, cuando de repente, un puma sediento apareció de un salto para tomar un poco de agua, a pocos metros de los petrificados niños.

“Nos miraba fijamente, con unos ojos amarillos enormes. Después dio la vuelta, se metió al monte y desapareció”, aseguró Cristina, recordando el miedo y la fascinación que sintió al ver el felino. “El puma no ataca a menos que se vea amenazado o tenga mucha hambre. En ese momento, había muchos animales para cazar, entonces no era un peligro para la gente”, explicó la escritora, aunque reconoció que nunca se olvidará del escalofrío que la recorrió.

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