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El maestro y el discípulo

Lino Enea Spilimbergo y Carlos Alonso tuvieron una relación que trascendió al maestro y al discípulo.
  • Por Lucía Argüello y Matías Pérez. periodico@elmilenio.info

En 1954, Carlos Alonso se topa con una experiencia que marcará su vida y su trayectoria: el peregrinaje a la Universidad de Tucumán y la invitación de Lino Spilimbergo a participar de un mural que le había encargado una importante iglesia tucumana.

“Spilimbergo fue de alguna manera un maestro, pero no tanto en lo pictórico como en lo personal. Él era fundamentalmente un hombre libre: libre de las convenciones comerciales, de las especulaciones, de la prensa del éxito, de la fortuna. Tenía esa coherencia, esa capacidad de defender el arte contra toda mistificación y su vínculo con el pueblo y el patrimonio; todo aquello que hacía del arte un producto no tan comercial como espiritual”, recordó Alonso con admiración.

El dato: Un 16 de marzo de 1964, moría en la ciudad de Unquillo el pintor y grabador Lino Enea Spilimbergo.

Retrato de Lino Eneas Spilimbergo. Por Carlos Alonso.

La denuncia de que Spilimbergo era “un hombre de izquierda” puso fin a la aventura muralista, cuando el Vaticano le quitó el encargo y mandó a un “pintor de estampitas” en su lugar. Sin embargo, la amistad entre maestro y discípulo continuó creciendo a lo largo de los años.

“Coincidimos como seis meses en París. Él vivía con su mujer y yo lo visitaba todos los domingos. Me acuerdo que tenía un montón de cartas colgadas del alambre de luz. Una tarde estábamos charlando y me dice ‘tengo que abrir esas cartas algún día’. ¡No las abría! No sé por qué, se preservaba supongo yo ¡Pero no me decía ‘tengo que leerlas’, me decía ‘tengo que abrirlas’!”, recordó Alonso entre risas de nostalgia.

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